El PS tiene en sus manos la próxima elección presidencial




La bajada forzada de las precandidaturas presidenciales de Fernando Atria y José Miguel Insulza por parte de la mesa central del Partido Socialista es evidencia del mal momento que atraviesa la colectividad. La inhabilidad de apoyar a un candidato propio para enfrentar a los candidatos del resto de los partidos en una primaria del sector es evidencia del desbalance de fuerzas políticas que existe dentro de la coalición y un mal presagio de lo que viene. Al no tener un candidato propio, el PS indirectamente señala al resto de los partidos y sus respectivos candidatos que se someterá sin dar la pelea.

Por un lado la decisión del partido sorprende, dado que lo normal sería que un partido con su tradición y status nominara a un candidato propio. El PS no solo es uno de los partidos más importantes en la historia del país sino que además es uno de los partidos más grandes en la actualidad. De hecho, el PS es uno de los pocos partidos que se ha logrado inscribir de acuerdo al nuevo esquema de refichaje. Quizás por esto último es llamativo que la mesa no haya logrado transformar ese apoyo en un respaldo a una candidatura presidencial propia. Con los más de treinta mil militantes recientemente inscritos, había material de sobra como para trabajar.

Por otro lado la decisión de bajar a Atria e Insulza se veía venir, pues fue una decisión racional basada en probabilidades. El bajo apoyo a los candidatos en las encuestas fue evidencia de que no había agua en la piscina como para un piquero. En comparación con los otros candidatos del sector, digamos Guillier y Lagos, los candidatos del PS nunca lograron despegar. Considerando el margen de error, es posible que tanto Atria como Insulza nunca hayan llegado siquiera a obtener 1% de las preferencias. En esta línea, la decisión de la mesa fue correcta, estratégica y utilitaria basada en evidencia significativa, clara y contundente.

Ahora bien, más relevante que analizar las causas de la bajada forzada de Atria e Insulza, es preciso explorar las potenciales consecuencias del hecho. En ese sentido es imposible no desempolvar recuerdos del ciclo electoral de 2009, donde el Partido Socialista fue determinante en la nominación del candidato presidencial de la coalición, y eventualmente en el resultado de la elección. De hecho, el trasfondo se asimila bastante a lo que ocurre en el ciclo actual. En ese entonces, al igual que ahora, el partido prefirió apoyar a un candidato de otro partido (Frei) antes que a un candidato de sus propias filas (Arrate, Enríquez-Ominami, o Navarro).

El resto de la historia es conocida, y tema de mi tesis de Magister. Los tres socialistas renunciaron al partido, acompañados de cerca de un centenar o más de militantes históricos, en lo que se denominó el éxodo socialista. Navarro finalmente se bajó pero Arrate y Enríquez-Ominami fueron a primera vuelta. La división de la coalición le facilitó la victoria a Piñera. Los votos por los tres candidatos de la centroizquierda (Arrate, Enríquez-Ominami, y Frei) fueron significativamente más que los votos por Piñera en la primera vuelta. Pero la campaña dividió al electorado de tal manera que fue imposible agregarlos a favor del candidato común (Frei) en la segunda vuelta.

La comparación relevante entre las dos elecciones es el escenario de división de los votantes de centroizquierda. En 2009 el PS jugó un rol crucial en esta división, pues fueron ellos los que permitieron que el electorado se dividiera en tres partes. Hoy van por el mismo camino. Al no tener candidato propio van a tener que apoyar al candidato de otro partido, en este caso están entre el candidato del PR (Guillier) o el candidato del PPD (Lagos). Pero a pesar de que puedan institucionalmente apoyar a uno o a otro, es probable que parte del daño ya este hecho. Gracias al desorden del partido, una parte de los votantes ya está dividida de una u otra manera.

Este desorden en parte se entiende por la dinámica interna de las facciones que conforman al partido. Hasta recientemente el partido estaba dividido en Nueva Izquierda (Andrade, Escalona), Renovación (Montes, Schilling), Tercerismo (Elizalde, Solari), Grandes Alamedas (Allende, Gazmuri), Nuestra Revolución (de Urresti, Díaz), y Colectivo (Melo, Soto). Si bien las diferencias han sido históricamente claras es importante señalar que más que programáticas, han sido sobre la visión de los procesos operacionales que debe seguir el partido, sumado a contrastes generacionales. Curiosamente esta claridad permitía un dialogo fluido.

Hoy esas divisiones son más difusas. Algunas de las facciones han perdido peso y se han desintegrado, o en algunos casos fusionado con otras facciones. Este reordenamiento puede ser entendido como un desplazamiento transitorio, propulsado por incentivos de corto plazo, en parte electorales. Este desorden explica, entre otras cosas, por qué ha sido tan difícil para el partido tomar una posición permanente. Explica por qué la Mesa confirmó una consulta ciudadana para elegir entre Atria y Guillier dos veces y luego se retractó; y explica por qué la votación del Comité Central el domingo no será el fin del conflicto, sino que solo el comienzo.

De hecho, el Comité Central que se reunirá con el objetivo de elegir entre Guillier y Lagos llega con sendos problemas. No se ha definido siquiera cómo se llevará a cabo la votación: si será a mano alzada o con voto secreto. Esta diferencia es relevante, y es lo que actualmente divide a los socialistas. Los que están con Lagos prefieren lo primero y los que están con Guillier prefieren lo segundo. Los Laguistas dependen de la presión que puedan ejercer por sobre los Guilleristas, pues es probable que si la votación es a mano alzada la mayoría de los votantes se inclinará a favor del ex Presidente en desmedro del Senador.

Esta dicotomía resume la difusa organización transitoria de las facciones, que inoportunamente divide a los socialistas entre Laguistas y Guilleristas (sin contar a los desafectados que seguirán a ojos cerrados a Atria). Un breve recuento del apoyo de los legisladores del Partido Socialista sugiere que todos los senadores y alrededor de la mitad de los diputados estaría a favor de la candidatura de Lagos. No hay forma de saber cómo votarán los 111 miembros del Comité Central pero no sería extraño que se distribuyeran de forma proporcional a los legisladores. Pero volvamos al tema. Aquí la pregunta importante es si les conviene votar por Lagos.

Es una pregunta difícil, pero posible de abordar. Mi aproximación es una racional, basada en la diferencia en el retorno de utilidades que tienen los socialistas si prefieren a un candidato por sobre el otro. O redactado de forma más simple, la pregunta relevante es: ¿cuál de los dos candidatos le sirve más al Partido Socialista? La respuesta más sencilla es que el candidato que más les sirve a los socialistas es el candidato que más se asimila al militante mediano del PS. En este escenario, la respuesta es Lagos, pues no solo se asimila más al militante mediano, sino que es ex militante del Partido Socialista (hasta que fundó el PPD en 1987).

El escenario anterior sugiere que consistencia ideológica es una forma de pago (en término de utilidades). Pero si suponemos que una mejor forma de pago es ganar elecciones, entonces la respuesta a la pregunta no es Lagos, sino Guillier. Es mucho más probable que Guillier gane una elección a que Lagos gane una elección. Toda la evidencia disponible sugiere aquello. Lagos no se mueve del 5% en las encuestas. Lleva más de un año pegado en esa cifra a pesar de haber invertido una suma considerable de recursos en un equipo de campaña diseñado específicamente para re-empaquetar su imagen y dar a conocer sus ideas.

Si el PS quiere ser consistente con su ideología, probablemente Lagos sea el mejor candidato. Si el PS quiere ganar elecciones, probablemente Guillier sea el mejor candidato. En esta bifurcación, mi opinión es que el PS debe priorizar lo segundo por sobre lo primero. El Partido Socialista debe escoger al candidato que le permita acceder al poder para—al menos—aspirar a llevar a cabo su programa ideológico. Los partidos políticos son por definición colectividades diseñadas para ganar elecciones. Si no se pueden organizar para ganar una elección no tienen absolutamente nada que estar haciendo en el sistema político.

Considerando la lógica de las premisas anteriores es importante subrayar la importancia de elegir a un candidato que pueda ganar en la primera de las elecciones que se avecinan, las primarias. Si el Partido Socialista elige a Guillier y este gana la primaria, el partido podrá tener una importante recompensa al participar de forma preeminente en la redacción del programa de gobierno y una mayor influencia en la conformación de la lista legislativa. Además, dado que Guillier es el candidato mejor posicionado en la centroizquierda para ganarle a Piñera en Noviembre, es una apuesta mucho más segura.

Si en cambió el PS escoge a Lagos, y este inesperadamente gana las primarias, el partido podrá aspirar a tener el mismo control sobre el programa y la lista que tendría con Guillier, pero con una probabilidad mucho más baja de ganar en Noviembre. Pues en el contexto político actual Lagos no solo deberá enfrentar a Piñera, sino que deberá enfrentar a la centroizquierda. El Frente Amplio (liderada por Boric y Jackson) promete dar una dura batalla, pues como bien han anticipado no vienen a renovar a la centroizquierda, la vienen a reemplazar. En ese sentido Lagos no solo sería un blanco de la derecha, sino que sería un blanco de su propio sector.

La decisión del Partido Socialista debe estar orientada a maximizar su utilidad. La decisión del PS debe ser una que tenga su origen en un cálculo objetivo de costo-beneficio. Es irresponsable preferir a un candidato por cercanía, por buena onda. El Partido debe escoger al candidato que les permita las mejores prospectivas para llegar al poder. En ese sentido, la decisión consecuente y responsable de la mesa sería elegir a Guillier. Por lo bajo, la mesa debe asegurar que la elección del candidato se realice por medio de un voto secreto, para que el resultado de la elección al menos refleje el balance honesto de las fuerzas dentro del socialismo.

Una decisión equivocada del Comité Central el domingo podrá tener altos costos. Apostar por un candidato perdedor significa dividir a la coalición más de lo que ya está. Significa abrir dos flancos que serán determinantes en el resultado de la elección de Noviembre: un flanco externo, donde una Nueva Mayoría dividida tendrá que enfrentar a la derecha más cohesionada y organizada de los últimos tiempos, y un flanco interno, donde la oferta electoral (los candidatos) de centroizquierda sin duda generará tensiones y divisiones en la demanda electoral (los votantes) de la centroizquierda. El Partido Socialista tiene en sus manos la próxima elección presidencial.

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