Quién entiende la política chilena




No, no me voy a referir al sorpresivo resultado de las elecciones, lo que quiero hacer es evidenciar algunas de las paradojas de la política actual que, al menos para mí, resultan desconcertantes. Me cuesta entender a nuestra propia Presidenta. Su primer gobierno terminó con un altísimo nivel de aprobación, del orden del 80% de la ciudadanía se manifestaba satisfecha con lo logrado, apoyo que le permitió luego una cómoda reelección. Pues bien, pareciera ser que ella, a diferencia del sentir general, quedó frustrada con su gobierno, quizás con la sensación que hizo más lo que otros le sugerían que lo que ella realmente quería, con lo que terminó avalando una ácida crítica a los gobiernos de la Concertación, entre los cuales se encuentra el de ella. Y ahora, al término de este mandato en que apenas llega al 25% de aprobación, sorprendentemente se la ve muy satisfecha con sus logros, al punto de demandarle a quien la reemplace que continúe en la misma senda.

Otro ejemplo: ¿No parece el mundo al revés que en este país la izquierda se corte las venas pidiendo que los ricos no paguen por los servicios que reciben y que la derecha haga otro tanto para que les dejen a esos mismos ricos seguir solventándolos? La gratuidad universal no es otra cosa que eso: una demanda intransable de los sectores más progresistas para que todos, incluidos los ricos, reciban una educación gratis y una férrea oposición de los más conservadores a que se les exonere a los pudientes de tal pago.

Un tercer botón está relacionado con el sistema electoral. Durante años escuchamos que había que cambiar el sistema electoral por ser injusto, dado que permitía que un candidato con el 30% de los votos pudiera no resultar electo y sí serlo otro con bastante menor votación. Hasta que se logró cambiarlo por otro que, según hemos visto en esta última elección, permite que candidatos ganen con algo más del 1% de los votos, desplazando a otros que reciben 10 veces más votos. Se podrá retrucar que en todo sistema proporcional con cifra repartidora se producen distorsiones; pero en el nuestro, gracias a la existencia de los subpactos, se generan situaciones en extremo absurdas, como que dentro de un mismo pacto resulte electo alguien con 4.452 votos y pierda otro con 25.299.

Por otro lado, ya es común cargarle las culpas al voto voluntario por la muy baja participación, sin tomar en cuenta que ésta desde antes, venía sistemáticamente bajando. Hay que considerar que entonces nos regíamos por el absurdo sistema en que la inscripción era voluntaria, pero el voto obligatorio. Al final del binominal eran muy pocos los nuevos votantes que se inscribían (en el 2009 solo el 20% de los menores de 24 años estaban inscritos), a lo que hay que agregar que disminuían los inscritos que votaban, por lo que todo indica que el problema de la baja participación tiene causas más profundas, que lo que tenemos ahora es mejor que lo anterior y que la simple obligatoriedad del voto no soluciona el problema.

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