Socialcristiano




Este viernes 18 de agosto se celebra el "Día de la Solidaridad". Fue la ley N° 19.928, de 1993, queriendo rendir un homenaje a la memoria del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, fallecido precisamente un 18 de agosto, hace 65 años, la que instituyó oficialmente esta fecha.

Se recuerda este 18, entonces, el legado del Santo de los pobres, de los niños abandonados, de las familias, de los viejitos sin techo y de los sindicatos. Teniendo claro que no corresponde reducir el mensaje de San Alberto al terreno de lo político, ni menos todavía, usar su figura para fines partidistas; me parece de toda justicia, sin embargo, aprovechar esta ocasión para renovar una reflexión sobre la vigencia del pensamiento socialcristiano en Chile.

San Alberto fue, en efecto, un socialcristiano de verdad.

Entendiendo que la fe cristiana trasciende lo terrenal, comprendió que cualquiera que quiera ser discípulo de Jesús no puede permanecer impasible frente a las injusticias de nuestro mundo. En su visión, la respuesta a la pobreza no podía ser simplemente la caridad. Debía ser, también, la justicia social. Nunca estará de más recordar, por otra parte, los muchos sinsabores que debió padecer San Alberto, precisamente por perseverar en esta convicción.

En mi lectura del socialcristianismo, -estoy abierto a escuchar otras-, la vida del que está por nacer, persona con dignidad, es merecedora de protección. Eso influye fuertemente en mi convicción y posición pública contraria a la ley de aborto. Me preocupa, sin embargo, que a veces pareciera que solo nos acordamos de la enseñanza social de la Iglesia Católica cuando se trata de los así llamados temas valóricos (arriesgando, de esta manera, devenir en "sexualcristianos" antes que en "socialcristianos"). Me parece reduccionista que no apliquemos los principios socialcristianos cuando discutimos sobre otro tipo de asuntos. Los que tienen que ver con los que ya nacieron (la situación de los inmigrantes, el salario ético, las brechas de desigualdad, los crímenes de la dictadura, la seguridad social, el derecho a la sindicalización, etc.).

El valor del socialcristianismo estriba, en buena medida, en asumir la riqueza y complejidad de una persona que es, a la vez, individuo y parte de una comunidad, un ser con necesidades materiales y, al mismo tiempo, sujeto espiritual. Muy frecuentemente, los distintos intereses intentan quedarse solo con la parte de este mensaje que les sirve e ignoran la que resulta molesto. Invito a todos quienes se autoproclaman como socialcristianos a que se animen a conectar esa doctrina con la necesidad de solidaridad en la reforma previsional o a que lean la bonita -aunque ignorada por los medios- declaración del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal sobre la Reforma Agraria de hace dos semanas.

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