¿Somos ingenuos?




Los chilenos quieren un país tranquilo, ordenado, que no cambie de un plumazo todo lo que se ha construido, lo que se ha realizado con tanto sacrificio. La gente desea modificar aquello que siente que no funciona bien, pero tomando el debido tiempo para estudiar los asuntos y de esta manera no cometer los errores del pasado reciente.

Se puede decir sin temor a equivocarse que las grandes mayorías son prudentes, que están satisfechas con el sistema. A esa mayoría silenciosa, que se va a expresar en las urnas el próximo 17 de diciembre, le interesa mantener la actual economía de mercado pues le ha permitido adquirir una serie de bienes materiales que han incrementado su bienestar personal. Quienes intentaron retratar a los chilenos como unos revolucionarios dispuestos a desbaratar este sistema, se equivocaron medio a medio pues la gente no votó por los planteamientos rupturistas; todo lo contrario, los rechazó. Una cosa es querer realizar cambios para mejorar y progresar, y otra muy diferente es pretender destruir lo que funciona bien, o bastante bien.

La gran clase media chilena no es ingenua, no comulga con los discursos que demonizan a los que se esfuerzan, a las personas que por su empeño y trabajo han acumulado una cierta fortuna. Son millones los compatriotas que han experimentado un auge económico en las últimas décadas, y están dispuestos a compartir una parte del mismo para ayudar a los más vulnerables. Pero, ellos saben que los políticos que vociferan contra "los ricos" no van a generar mejores empleos, tampoco van producir aumentos en las remuneraciones, mayor equidad o derrotar la pobreza de esa manera. Esto último se logra mediante la implementación de buenas políticas públicas, con gobiernos competentes que ejecutan eficientemente sus programas y que no saltan de manera temeraria al vacío, como lo propone y hace la izquierda ideologizada que hoy es gobierno.

La prosperidad nacional depende del liderazgo positivo proveniente de un estadista que capture aquello que la gente y el país necesitan, precisamente en estos momentos cruciales de nuestra historia. Un líder con experiencia comprobada y exitosa, no en dos o tres años de participación política y pública, sino con varias décadas de contribución real y eficaz al desarrollo integral del país. Un líder que incentiva el trabajo personal de cada uno de nosotros, de todos los chilenos; que evita emitir juicios arbitrarios y sanciones morales absurdas contra las personas de esfuerzo cada vez que tienen éxito gracias a un quehacer honesto y laborioso, como suelen manifestar tantos revolucionarios de escritorio que ahora intentan dominar la escena pública. Vamos en Chile a cambiar esta mentalidad negativa, abrazando la oportunidad que se nos presenta de volver crecer y progresar - después de cuatro años perdidos-, para transformarnos más temprano que tarde en un país fuerte y desarrollado.

Ayudar y proteger a los que tienen menos es una necesidad país, nadie se restaría de ese tipo esfuerzo; acá todos somos solidarios y concordamos en términos generales con una agenda social. Sin embargo, no se debe confundir lo anterior con un apoyo real y tangible a la gestión del actual gobierno, situación que dista mucho de ser efectiva, a pesar de todos los intentos por manipular la opinión pública que realiza el oficialismo. Ellos no entienden que el país ya cambió, al elegir el camino del crecimiento personal y colectivo como base para la futura grandeza de Chile.

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