De trenes y pueblos fantasmas




No tengo muy claro cuál será el motivo, pero cada vez que pienso en trenes me invade una especie de nostalgia. Pienso en esos andenes roídos por el tiempo, abandonados, llenos de un silencio tan poco usual que pareciera no pertenecerles. Pienso también en la cantidad de reencuentros, de tristes despedidas y promesas rotas que las estaciones abandonadas han presenciado, como si esos rieles fueran los principales testigos de un Chile que se esfumó y que solo queda en los libros. Es inevitable recordar al poeta de Lautaro Jorge Teillier. En sus versos todavía se puede palpar ese país de bosques, pueblos fantasmas y trenes. También se vuelven inevitables los paisajes de nuestra propia historia, mi abuela llegando con lo puesto desde Yugoslavia a la estación de Buin, escapando de una Europa devastada por la guerra.

En nuestro país la existencia de trenes está teñida de esa carga emotiva que pertenece a los sucesos que no volverán, una sensación muy diferente a lo que ocurre en otros lugares del mundo, donde el tren es un medio de transporte que significa presente y futuro. La nostalgia no se equivoca y creo que esa sensación de pérdida inexorable existe porque nunca hemos tenido una convicción real sobre el posible regreso de los trenes. Poco a poco nos fuimos volviendo inmunes a la enorme cantidad de posibles proyectos y promesas incumplidas al respecto.

Hace pocos días surgió la posibilidad de reactivar la antigua idea de unir Valparaíso y Santiago mediante un tren de alta velocidad. Para quienes habitamos en la costa este ha sido un anhelo permanente, del que hemos venido escuchando hace varios años. Si bien el proyecto aún está en ciernes, al parecer esta vez sería muy diferente en comparación a intentos anteriores que quedaron solo en buenas intenciones.

Algunas de esas diferencias tienen que ver con los cambios experimentados por nuestro país durante los últimos años. Uno de esos cambios es el despertar de las regiones que, cansadas de ser eternamente postergadas por una élite que lleva 200 años mirándose el ombligo, comenzaron a exigir la elección de la máxima autoridad regional, el Intendente. La aprobación de esta reforma viene a cambiar el foco de la distante relación con la capital y será un impulso de carácter político que dará mayor voz a los territorios y permitirá que los proyectos regionales -como este anhelado tren- dejen de ser eminentemente locales y comiencen a ser visibles para las autoridades que, entre Moneda y Teatinos, toman gran parte de las decisiones relevantes. Debido a las restricciones de una legislación hecha a la medida de Santiago, el desarrollo de los anhelos territoriales dependerá, principalmente, de la capacidad de gestión de quienes sean designados como Intendentes durante este período presidencial y electos como Gobernadores Regionales el año 2020.

Otro de los aspectos relevantes, que nos dan una luz de esperanza respecto a este proyecto, es que surge desde la iniciativa exclusiva de privados que no necesitan subsidios del Estado para ejecutarlo. En este sentido, adquiere relevancia que el desarrollo del proyecto no dependa exclusivamente de los compromisos políticos de un gobierno determinado, lo que en otras oportunidades ha sido la razón de fondo para postergar necesidades regionales en pos de otras más relevantes en la agenda.

Por otro lado, el tren podría servir de aliciente para que más miembros de la sociedad civil pongan manos a la obra y se comprometan con el diseño y desarrollo de soluciones a los problemas de la gente. Llevar a cabo este proyecto sería un golpe a la cátedra para todos los que pregonan -como una verdad revelada- la superioridad moral del Estado para la solución total de las problemáticas públicas.

Finalmente, es importante no perder de vista lo señalado en un principio. Volver al tren como medio de transporte es conectarnos con un Chile que creíamos perdido; un Chile que bien retrató Benjamín Vicuña Mackenna en un texto del año 1877 donde relata -entre otras cosas- sus impresiones del viaje en tren desde Santiago a Valparaíso. Volver al tren es una oportunidad para detener nuestra vorágine, mirar la historia y  pensar seriamente el país que queremos construir de aquí en adelante, un Chile sin improvisaciones ni cegueras ideológicas que impidan mejorar la vida de todos los que aquí habitamos. 

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