¿Un Cannes contradictorio?




Es el festival más importante del mundo. Alguna vez, también, el más solemne. Desde hace 70 años, el sello de garantía de grandes joyas del cine europeo y estadounidense –La dolce vita, El Gatopardo y Apocalypse Now lo saben- y desde hace ya otras varias décadas, vitrina del cine-arte que se hace en los cinco continentes ¿Qué significa entonces que Cannes haya abierto sus puertas a Netflix?

La edición 2017 del certamen será recordada por la polémica que se generó la participación de dos cintas producidas por la famosa empresa on-demand, Okja y The Meyerowitz stories, esta última una producción más comercial, protagonizada por Adam Sandler, el comediante mejor pagado de las llamadas "estúpidas películas americanas" –aunque hay que ser justos, ya había demostrado un buen registro dramático en Punch-Drunk Love (2002)-. Pero sobre todo, por la guerra de declaraciones entre Cannes y Netflix, sobre la plataforma en que estas películas serán exhibidas con posterioridad al certamen.

La ley francesa indica que cualquier película estrenada en las salas de su territorio debe seguir un protocolo para exhibirse en otros medios: 4 meses para DVD o Blu-ray, un año para TV paga, dos años para la TV abierta y tres años para los sistemas On-demand. El exitoso modelo de Netflix no da para esperar más de mil días, por lo que advirtió que ninguno de sus dos filmes en competencia se estrenaría en salas de ese país.

Una contradicción total para Cannes y que Pedro Almodóvar, presidente del jurado, explicó así: "Netflix es una nueva plataforma para ofrecer contenido de pago, lo cual en principio es bueno y enriquecedor. Sin embargo, esta nueva forma de consumo no puede tratar de sustituir las ya existentes. Me parece una enorme paradoja dar una Palma de Oro y cualquier otro premio a una película que no pueda verse en gran pantalla".

A pesar de ello, el escándalo habla de un festival que está conectado, con asperezas pero conectado al fin y al cabo, con el fenómeno de las nuevas plataformas de distribución, de la misma manera en que a lo largo de sus años no ha esquivado la histórica tensión del medio cinematográfico entre cine-arte y cine-masivo, el que por cierto en Cannes ha estado muy presente y cada vez más.

Se trata del mismo festival donde han tenido su espacio cintas de desvergonzada vocación comercial como Soldado Universal y Armageddon. Pero también es el mismo evento que irritó a la iglesia católica en los años 60 al premiar a La Dolce Vita, de Fellini y Viridiana, de Buñuel; donde Godard, Truffaut y Saura hicieron una huelga en solidaridad con los movimientos de Mayo 68; y donde se estrenaron las transgresoras Irreversible, de Gaspar Noé y Anticristo, de Lars von Trier, a riesgo de que gran parte del público abandonara las salas, como finalmente ocurrió.

Porque a pesar de su descarado –y conveniente- coqueteo con la industria cinematográfica hollywoodense, Cannes es un festival que sigue apostando por el gran cine y con diversas muestras de gran valor, donde el cine chileno ha recobrado el protagonismo que tuvo entre 1968 y 1975, gracias a las grandes obras del Nuevo Cine Chileno. Este año, en la paralela Semana de la Crítica, Los perros, de Marcela Said, repitió los aplausos que en las ediciones recientes también se han llevado Pablo Larraín (Tony Manero), Sebastián Lelio (Navidad) y Cristian Jiménez (Bonsái), entre varios más.

La contradicción es parte de Cannes porque la contradicción es parte del mundo actual, y en la industria audiovisual esa contradicción se ha trasladado desde los contenidos a la manera en que se consumen dichos contenidos. Mientras seguimos reflexionando sobre la lucha de la industria del cine por mantener el dominio sobre la exhibición, el propio Pedro Almodóvar acaba de confirmar que dirigirá una serie para Netflix y paradójicamente, ni las salas de cine –por lo menos en Chile-, ni las suscripciones a la plataforma de streaming, pierden público.

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