Una reforma contracorriente




En los últimos años, las autoridades inglesas han impulsado cuestionamientos importantes a la educación superior de ese país. No les ha bastado con que sus universidades encabecen los principales rankings internacionales y que sean consideradas las más prestigiosas del mundo, sino que de manera proactiva han llevado adelante iniciativas tendientes a avanzar en calidad y transparencia de su oferta formativa.

En este contexto se han conocido los resultados del Teaching Excellence Framework (TEF), nuevo ranking orientado a evaluar la función docente de sus instituciones de educación superior y con ello entregar información complementaria a los alumnos que postulan a ellas.  Los criterios calidad de la enseñanza, entorno de aprendizaje y resultados obtenidos por los estudiantes y egresados han sido considerados, resultando sorpresivo que varias de las más prestigiosas universidades inglesas -aquellas que componen el Russell Group- recibieron mediocre evaluación. Como contrapartida, algunas universidades más nuevas y menos conocidas encabezan la lista.

Como era de esperar, el nuevo ranking ha generado fuertes y probablemente justificadas críticas respecto a su capacidad de medir la calidad y la excelencia de la enseñanza. A pesar de ello, resulta interesante la aplicación de un instrumento que considera la valoración de los estudiantes sobre la formación recibida, las prácticas evaluativas y estrategias de retroalimentación existentes y los sistemas de apoyo al alumnado que tienen instalados las instituciones. Además, pone foco en los impactos de la formación al considerar las tasas de retención estudiantil, inserción laboral, continuación de estudios de posgrado y acceso a empleos de calidad por parte los titulados. Todas estas métricas fueron corregidas en base a las características del estudiantado de cada institución con el objetivo de conocer más sobre el valor agregado que añade la institución a través de la formación.

Cabe destacar que el focalizar esfuerzos en la calidad e impacto formativo de la educación superior es hoy una tendencia extendida en los países desarrollados. Tiene que ver, por una parte, con la necesidad de asegurar la pertinencia de la labor formativa universitaria (lo cual es un enorme desafío en el contexto actual) y, por la otra, con responder a las expectativas y a la inversión de recursos y tiempo que los estudiantes realizan. La señal es que ya no bastaría una reputación histórica, sino la capacidad real de las instituciones para generar ambientes y experiencias formativas de calidad y para impactar en las trayectorias laborales de sus egresados.

La Reforma a la Educación Superior en Chile hace caso omiso de estas tendencias internacionales e insiste en focalizar sus esfuerzos en el crecimiento y fortalecimiento de la educación estatal y en replicar el modelo de las universidades tradicionales, como si fueran un objetivo en sí mismo. De igual manera, ha descuidado el valor fundamental que tiene la función formativa universitaria asumiendo, sin evidencias, que una universidad que realiza investigación de avanzada por ese solo hecho imparte docencia de mejor calidad.

Aquello que debiera ser un punto nuclear del proceso de modernización de la educación superior chilena -la calidad, pertinencia e impacto de sus programas formativos- ha terminado siendo el gran vacío de una Reforma miope.

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