Un Beatle se hace adulto: cuando brillas en el atardecer de tu carrera

Paul McCartney. Foto: Mary McCartney para GQ Magazine.

Las últimas tres producciones discográficas a la fecha de Sir Paul no pretenden reinventar la rueda. Es McCartney siendo McCartney. Pero el hombre que inventó el indie en su primer placa homónima y en RAM, hace poco más de medio siglo, no es necesariamente un slacker. Es un artesano que funciona mejor incluso cuando hace las cosas solo y puede tomar el toro (o el carnero) por las astas.


New, Egypt Station y McCartney III, los últimos tres tomos a la fecha de la discografía del ya octogenario Sir Paul, puede que suenen a nada nuevo. Sin embargo, como todo buen fan de The Beatles sabe, McCartney podrá ser el padre del indie, pero no es un slacker. Y todo movimiento suyo tiene una orquestación detrás, aunque corra por cuenta propia.

Con la ayuda de cuatro productores -Giles Martin, Ethan Johns, Mark Ronson, Paul Epworth- New (2013) es una placa marcada por un período feliz en la vida del ex Beatle que comienza con su matrimonio con Nancy Shevell. Las corrientes oscuras que surcaban su anterior Memory Almost Full (2007), y ese lamento por una memoria casi agotada se transmuta en un aura de reconstrucción personal, con nuevos bríos y relecturas tanto a su estancia en The Beatles como a su historia personal.

A pesar de que cuatro productores pueda a primeras sonar en el papel como un desastre, la figura de Giles Martin -el hijo de George Martin, por supuesto- contribuye a delinear un trabajo donde la secuenciación es fundamental y donde -a pesar de los neones en la portada- el flujo entre cada composición parece tan orgánico, que se mantiene a la fecha indudablemente como el mejor de los últimos esfuerzos de Macca.

La calidad de las composiciones, que consta de instantes de improvisación canalizada, es deslumbrante, en especial en Save Us, y aquel guiño a Lennon en Early days. La efectividad del registro fue testeada con creces cuando la placa debutó en el Top 3 del Billboard. La canción que da título al álbum es clara en su mensaje, una suerte de mantra que, en esta nueva fase iniciada por McCartney, se ha mantenido: “We can do what we want / We can live as we choose / You see there’s no guarantee / We got nothing to lose”.

En Egypt Station (2018), precisamente, McCartney intentó dar con una vieja nueva forma de canalizar todas las direcciones posibles a tomar, sin nada que perder, aunando sus inquietudes bajo un concepto: distintas estaciones de radio. “What am I doing wrong? I don’t know”, reflexiona en el conmovedor single I don’t know. La habilidad innegable de Sir Paul para tomar una canción triste y mejorarla -a lo Hey Jude- es, y sigue siendo su gran fortaleza. El devenir de los ánimos cambiantes cual órbita errática por un dial de fantasía es espejo de la vida en manos del ex Beatle.

El rock por el rock de Come on to me y Fuh you y Caesar Rock; el paseo por la campiña en tono autobiográfico de Happy with you -”I used to get stoned”, canta-; y las ambiciones épicas de siempre (Despite repeated warnings), todas conjugadas, funcionan de salto en salto, precisamente al ser tratadas como que lo que son: distintas estaciones (de radio) y distintos estados (de ánimo). Al final de la experiencia, las palabras de Lennon resuenan: a McCartney el Sgt Pepper le tomó por sorpresa. Armar un álbum conceptual a última hora es un golpe de suerte y, en Egypt Station, no todo está en sintonía.

Sin embargo, en McCartney III (2020), su disco pandémico, se sintió aún más cómodo. El single Find my way es explícito: “Let me help you out, let me be your guide. I can help you reach the love you feel inside”.

Aunque el confinamiento puede haber sido una imposición restrictiva para el mundo entero, para McCartney, en su burbuja pastoral, el encierro siempre ha sido su hábitat predilecto. Así fue que forjó el concepto mismo de su hoy trilogía homónima. El primer álbum McCartney nació en su granja, en ese mundo donde, en contacto con el suelo y los animales, el músico podía escapar del carrusel interminable de la psicosis Beatle. Tocando todos los instrumentos, cual artesano, aquella fantasía omnipotente que jamás pudo concretar en los Fab 4, y para la cual Wings parecía una excusa, finalmente tenía una razón y un propósito: Hágalo usted mismo, pero solo si usted mismo es McCartney. Tomando el toro (o el carnero) por las astas solito, es cómo mejor le salen las cosas.

Desempolvada de las sesiones de Flaming Pie (1997), producida por el difunto George Martin, When winter comes actúa como arco y declaración de principios. La vida en el campo, reparar la verja, cavar un desagüe… actividades ancestrales que son factor de contención y literalmente hacen poner los pies en la tierra al hombre que alguna vez escribió Mother Nature’s Son.

Si bien la crítica tuvo su recelo en las dos primeras partes de la trilogía, sobre todo en ese híbrido entre indie pop slacker y aspiraciones synth pop de McCartney II (que, debe notarse, le dió la fórmula a Damon Albarn en el lado B Check my machine para estampar el sonido de Gorillaz dos décadas después), en esta ocasión McCartney III se beneficia de un activo solo posible a estas alturas: la experiencia. No le interesa capturar el zeitgeist de un mundo azotado por una pandemia, o por la guerra. Lo ha vivido todo, y las palabras de sabiduría son simples: dejarlo ser. La reflexiva Pretty boys, o la serpenteante Deep deep feeling, por sí solas, justifican el ejercicio.

McCartney sabe bien que nunca fue el innovador en términos sonoros en The Beatles -ese rol lo tenía el imaginativo Lennon, a pesar de que no sabía cómo demonios comunicar sus intenciones- y no intenta reinventarse. Es el maldito McCartney, y eso basta. Y al que no le baste, pues fuh you.

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