Mohamed M. Sarr, premio Goncourt: “Bolaño es el escritor que más ha significado para mí en los últimos 10 años”

Mohamed Mbougar Sarr, premio Goncourt 2021.

Nacido en Senegal y radicado en Francia, es el primer escritor de su país en obtener el premio más prestigioso de la literatura gala. "La más Recóndita Memoria de los Hombres", su novela premiada, narra la búsqueda de un escritor africano que conoció el éxito en París, pero desapareció tras ser acusado de plagio. Un relato inspirado en "Los detectives salvajes" y que lo trajo a la Cátedra Bolaño de la UDP.


La literatura y los destinos. En 1968 el escritor Yambo Ouologuem recibió el Premio Renaudot, uno de los más prestigiosos de Francia, por su primera novela, El deber de la violencia. Sin embargo, tras el éxito vino la caída: fue acusado de plagiar pasajes de Graham Greene y otros autores y la novela fue retirada de librerías. Nacido en Mali, Ouologuem no pudo con el escándalo y decidió volver a su país, sin defenderse. A los 28 años abrazó el silencio. Murió olvidado en 2017.

Medio siglo después, Mohamed Mbougar Sarr, nacido en Senegal en 1990, escribió una novela inspirada en la historia de Ouologuem, La más recóndita memoria de los hombres. En 2021 ese libro obtuvo el Premio Goncourt, el más importante de Francia, y se volvió un éxito de ventas.

La distinción consagró a Sarr como una de las nuevas estrellas de la literatura en lengua francesa y rescató de las sombras la obra de Yambo Ouologuem.

La más recóndita memoria de los hombres tiene por título una cita de Roberto Bolaño. En ella, Mohamed Sarr narra la historia de un joven escritor, Diégane, su alter ego, que persigue las huellas borrosas de otro autor: TC Elimane, quien en los años 30, en plena era colonial, publicó una novela que lo cubrió de elogios. El “Rimbaud africano” lo llamó la prensa francesa, pero tras ser acusado de plagio, desapareció de escena del mismo modo que Yambo Ouologuem.

Desde París a Senegal y Buenos Aires, la novela es un viaje geográfico y literario tras la pista de un escritor desaparecido, a la manera de Los detectives salvajes, de Bolaño.

Mohamed Sarr estuvo en Santiago, a 25 años de la publicación de la novela del autor chileno. Con elegancia y amabilidad, participó de la Cátedra Bolaño en la UDP y en una charla en el Instituto Chileno Francés. “Tú te imaginas el placer de estar aquí, en Chile”, dijo. “No estoy seguro de que a Bolaño le hubiera gustado esta idea. La existencia de una cátedra Roberto Bolaño seguramente le habría hecho reír”.

Roberto Bolaño. Archivo Histórico – Cedoc Copesa

La literatura es una batalla perdida de antemano, solía decir Bolaño. ¿Qué piensa de esta idea?

La literatura se asemeja a una batalla perdida de antemano, pero es precisamente por eso que hay que librarla absolutamente. Los libros habitados siempre se enfrentan a una forma de horror o sufrimiento, que también puede ser el otro nombre de la belleza. Todo esto no excluye ni la gracia ni la alegría, pero en el fondo, creo que escribir es siempre una manera de entrever la inmensidad del “sol negro de la melancolía” (Nerval lo escribió en El desdichado) que brilla sobre el mundo. Solo entrever. Antes de poder decir algo, la literatura pierde, muere. Porque no es suficiente. O porque no se le presta gran importancia. O porque los escritores son débiles. Y los lectores también. ¿De qué valen las frases y los personajes frente a la violencia del mundo? ¿Frente al poder del dinero? Sin embargo, y Bolaño lo entendió y expresó maravillosamente en sus libros, lo que se mantiene frente al horror ya es heroico. Un heroísmo risible, romántico, sin salida, pero que tiene la preocupación de mirar hasta el final. Las grandes obras se mantienen frente a lo desconocido sabiendo que no lograrán aprehenderlo completamente. Pero su intento, aunque sea fallido, siempre plantea una nueva pregunta existencial en nosotros. En un pasaje de 2666, Amalfitano, el filósofo chileno que cuelga libros en una cuerda de ropa lo dice: las grandes obras luchan en lo desconocido contra un “ello” que embiste con los cuernos bajados, y hay sangre y fetidez.

La obra de Bolaño es una influencia notable en su novela, en varios niveles. ¿Qué significó su lectura para usted?

Bolaño es el escritor que más ha significado para mí en los últimos 10 años. Lo leí por primera vez exactamente en 2013. Comencé con 2666. Me transformó de inmediato, pero primero como lector: ya no leí de la misma manera después de él. Mi interés se desplazó del tema de las novelas a las frases, su ritmo, su flexibilidad, la energía que atravesaba cada una de ellas y las vinculaba todas. No podía dejar de leer, y no era porque la trama se basara en viejas fórmulas de thriller, suspenso o novela policíaca (aunque esta dimensión esté presente en él de manera paródica), sino porque sus frases tienen una extraordinaria elasticidad y pueden abrazar todos los registros, situaciones y géneros con la misma facilidad. Entre ‘todo para la historia’ y ‘todo para el estilo’, él creó un espacio nuevo para mí. Luego, Bolaño me liberó. En esa época, cuando lo descubrí, estaba reflexionando sobre el destino de Ouologuem y cómo contarlo. Pero temía escribir un libro árido, privado de vida, que solo contuviera florituras eruditas sin adentrarse en la esencia de lo real. Bolaño me mostró que la literatura podía estar en el corazón de la literatura, no como sujeto del discurso, sino como objeto de una búsqueda; una búsqueda viva, apasionada, encarnada y divertida, triste pero siempre enérgica. Lo importante en literatura es buscar; esa es su influencia decisiva para mí. Me identifiqué inmediatamente con uno de los detectives salvajes. Ellos buscaban a una poetisa desaparecida. Yo buscaba a un escritor recluso. Era mi historia: los personajes lanzados a la pista de Césarea Tinajero o Archimboldi hacían eco a mi propia búsqueda de Ouologuem, que se convirtió en Elimane en la novela.

Portrait of Mohamed Mbougar Sarr 25/10/2021 ©Patrice NORMAND/Leextra

Precisamente se acaban de cumplir 25 años de la publicación de Los detectives salvajes. ¿Qué opina hoy de la novela?

La volví a leer por completo el verano pasado. Lo que me llama la atención es esta extraña estructura, posmoderna en la medida en que atomiza la línea clásica de la trama y el significado, pero antigua en la medida en que se conecta con formas canónicas como el diálogo, el diario, el cuento, el testimonio. Y esta epopeya se basa completamente en las voces: siempre hay una que está contando, dando vida a una época, una calle, una escena. Esta dimensión oral naturalmente me transportó a los cuentos de mi infancia senegalesa. Pensé que Bolaño, al elegir esta forma, también era africano. Creemos en todas las voces, incluso las más fantasmales o delirantes. Estaba acompañado por esta pregunta durante toda la novela: ¿Quiénes son los detectives salvajes que recopilan los testimonios? ¿Son detectives del futuro? ¿Es García Madero quien escribe este informe años después? ¿Son Ulises Lima y Arturo Belano? Pero no, no pueden ser ellos dos, ¡porque son personajes de esos testimonios! Entonces, ¿quién? La respuesta es simple: somos nosotros, quienes leemos. El poema visual de Césárea Tinajero, Sion, es una metáfora perfecta de la existencia humana. Es un poema perfecto. Y está la pregunta que es la última frase de la novela: ¿Qué hay detrás de la ventana? Al cerrar el libro, cada uno aportará una respuesta. Veinticinco años después, el libro ha conservado su salvajismo y juventud. Las obras maestras son así: viejas por su profundidad literaria, siempre jóvenes y contemporáneas por su capacidad inagotable para jugar. Bolaño es quien mejor habló de Los detectives salvajes. Decía que “podía leerse como una agonía o como un juego”.

“¿A quién pertenece un cuento?”

Hay quienes han visto un paralelismos entre su historia y la de Yambo Ouologuem: ambos escritores africanos trasladados a Francia y autores de novelas premiadas allí. ¿Qué piensa de ello?,

Es cierto que los destinos de ambos libros están vinculados por la referencia transparente que hago a Ouologuem, cuya trayectoria sirvió de modelo para el personaje de Elimane. También están vinculados por haber sido galardonados con prestigiosos premios literarios franceses. Sin embargo, existen dos grandes diferencias. La primera se refiere a la época: ser africano y recibir un premio literario en Francia en la década de 1960 expone a una mayor fragilidad que en la actualidad. Esta fragilidad fue la de Ouologuem después de ser públicamente denunciado. La segunda diferencia radica en que yo era consciente de las posibles ambigüedades en la recepción de las novelas africanas en Francia. Juego con ellas. Me burlo de ellas. Las denuncio. También reconozco que a veces permiten que escritores provenientes de los márgenes obtengan un reconocimiento de gran envergadura. Mantengo una mirada seria e irónica sobre la situación. Pero esta perspectiva solo fue posible porque El deber de la violencia pasó por eso, y ocurrió lo que le sucedió a Ouologuem. Él no podía ser consciente de la posible violencia de esa condición. La sufrió plenamente. Eso lo mató, como escritor. Pero se convirtió en un mito y una advertencia para las generaciones siguientes. En todo caso, estoy feliz de que, gracias al premio recibido por La más recóndita memoria de los, la gente redescubra a Ouologuem y lo lea, sobre todo. Eso es lo más importante: volver a leerlo.

T.C. Elimane, como Ouologuem, es condenado al silencio por plagio. ¿Qué piensa del plagio y la originalidad?

Diégane es joven y busca un modelo mitológico para responder a su pregunta: ¿qué debo escribir y cuál es el precio de un gran libro? La respuesta que Elimane le da, a través de su silencio, podría ser: callarse o desaparecer. En cuanto al plagio, es una antigua cuestión literaria que me interesa, por supuesto. Me pregunto cómo definirlo en literatura, si aceptamos un hecho simple: que un escritor es un lector y que sus lecturas, consciente o inconscientemente, lo atraviesan y nutren sus libros de diversas formas. A partir de ahí, ¿hasta qué grado de influencia o referencia debemos llegar para ser acusados de plagio? No hablo del plagio evidente, la reescritura literal, el miserable robo de frases, como lo hace Kasimir Mirebalais, un personaje plagiario que presenta Bolaño en La literatura nazi en América. Me refiero al hecho de que ningún texto nace de la nada, fuera de la historia literaria. Hablo de esa cosa que Borges señalaba ya en El acercamiento a Almotásim: “es obvio que todo libro se honra descendiendo de una obra más antigua”. Hablo, por último, del hecho de que en literatura nunca hay una total originalidad, en mi opinión, sino solo singularidad: la capacidad de dar una forma nueva y personal a viejos motivos existenciales humanos. Sería una locura o una pretensión absoluta creer que se es dueño de una frase, de una metáfora, de una idea. La Biblioteca es inmensa e infinita. No conocemos todos sus secretos. Por cierto, vengo de una cultura marcada por la oralidad y los cuentos. Y en ese espacio, el plagio es una noción casi absurda. ¿A quién pertenece un cuento? Es una pregunta que ni mi abuela ni yo nos hacíamos cuando estábamos inmersos en una sesión de cuentos.

En sus ensayos y entrevistas, Bolaño se propuso también cuestionar y remecer el canon literario. ¿Cuál es su actitud hacia el canon?

En La más recóndita memoria de los hombre, hay todo un pasaje, una logorrea fluvial, donde Diégane y Musimbwa, siguiendo las huellas de Elimane, un poco ebrios, llevan a cabo en la noche parisina el implacable y feroz juicio de sus mayores. Al final, sin embargo, después de masacrarlos, reconocen esto: solo se puede hablar de historia literaria si se admite que cada generación es un paso necesario hacia aquella que podrá criticarla, es decir, superarla en el sentido dialéctico del término. A veces soy implacable con la literatura de mi país. Ya no se puede escribir como Senghor, Cheikh, Hamidou Kane, u Ousmane Sembène o Mariama Bâ. Han pasado décadas desde su trabajo, que no dudo en cuestionar de vez en cuando. No siempre soy amable con los clásicos africanos, aquellos que me acompañaron y encantaron en mis años de joven lector. Pero siempre lo hago preguntándome cómo proponer algo diferente después de ellos. Es por eso que la lectura de El deber de violencia de Ouologuem fue tan importante para mí: en el estilo, la aproximación, el tema, la visión, intentó inyectar sangre nueva en la literatura africana francófona de su tiempo. A veces, la mayor muestra de respeto hacia los clásicos consiste en leerlos de verdad, con un ojo crítico, y no momificarlos en el formol de las reverencias. Y espero que las generaciones que vendrán después de mí hagan lo mismo con mis libros. En cuanto al canon occidental (en el sentido más amplio), es cierto que ha dominado y aún domina, tanto en términos literarios como económicos, el paisaje de las letras. Criticarlo y deconstruirlo es legítimo, poner de manifiesto su peso, su arbitrariedad, sus olvidos y borrados es necesario. Una vez hecho esto, se trata de relativizar introduciendo otras obras, otros cánones, otros imaginarios, tradiciones diferentes. Esto significa escribir obras poderosas que muestren algo diferente y no simplemente conformarse con la crítica, por legítima que sea. Crítica y creación.

Yambo Ouologuem.

En La más recóndita memoria... se reflejan también otras tensiones: la relación de las excolonias con Francia y la recepción de los autores africanos. ¿Cómo es su relación con Senegal?

Es mi país. Quiero decir que es el único pasaporte que poseo y que mi imaginario profundo proviene de allí. Estoy muy unido a él y voy a menudo, aunque viva en Francia. Todavía tengo a mi familia y muchos amigos allí. Y mis recuerdos. Y las tumbas de mis ancestros. Y algunos sueños. Es desde allí que viajo por el mundo y por la Biblioteca. Sin embargo, la relación de mis compatriotas con mis libros no es sencilla. Algunos han generado polémicas intensas. El Premio Goncourt fue recibido de manera ambigua. Algunos lo elogiaron; otros lo vieron como una manifestación neocolonial. A veces, hay discusiones apasionadas en torno a mis libros o a mi persona. ¿Soy un escritor importante hoy o un traidor que se exilió y goza del reconocimiento occidental? No lo sé. Todo lo que sé es que es mi país. Siempre intento recordarles a mis compatriotas que soy un escritor y que intento hacer lo que exige la escritura, que debe huir como la peste del consenso fácil y de los clichés en los que la patria es noble y perfecta. El resto, la recepción, es otra historia que tiene poco que ver conmigo.

¿Cómo son sus relaciones con el ambiente literario francés?

Creo que la respuesta a esta pregunta está en mi libro: es una relación a la vez tierna e irónica, de reconocimiento, pero también de burla. Y de autocrítica humorística. Como senegalés, sé de dónde vengo: de un gueto literario. Conozco los problemas de mi situación sociológica y literaria. Quise deshacerme de la dialéctica del centro y la periferia. Seguramente he fallado. Porque no es porque haya llegado este premio que elimina todas estas preguntas. Pero en el fondo, lo que me interesa no es el mundo literario y sus comedias más o menos graciosas, sino la literatura. Los libros para leer, los libros para escribir, la inmensa y luminosa soledad que está entre los dos, en la cual un escritor trata de encontrar fuerzas.

El premio a su novela tuvo resonancia política: usted es el primer escritor senegalés en obtenerlo. ¿Cómo toma este hecho?

Sí, y espero que no sea el último. Otros podrían haberlo tenido antes que yo. Espero que otros lo tengan, y no en un siglo. Estoy feliz de que la Academia Goncourt haya elegido un libro escrito por un africano subsahariano, en un contexto en el que la extrema derecha y el racismo aumentan en Francia y en todo el mundo, donde la inmigración africana a menudo se señala con el dedo, y donde nos replegamos cada vez más en valores nacionales puros asignados a un color de piel. Simbólicamente, otorgar el premio literario francés más prestigioso a un senegalés es un gesto significativo que reconoce que el francés se utiliza en muchos otros países y que estos países, a su manera, renuevan y enriquecen este idioma. Pero antes de ser un gesto político, espero que haya sido un gesto literario.

Mohamed Sarr recuerda una anécdota para finalizar:

-Al día siguiente de la entrega del premio, en el hotel donde intentaba recuperarme de la celebración de la noche anterior, una empleada de limpieza africana (maliense, para ser preciso) me vio en el pasillo. Se acercó y me abrazó, diciendo: “Estamos orgullosos de ti, gracias por darnos una voz, los tiempos son difíciles para los inmigrantes”. Esto lo decía todo. Yo había escrito un libro. El libro había recibido un premio importante. Ella me había visto en la televisión. Se había reconocido. Veía en mí a un hijo y a un aliado en su situación fragilizada por un contexto político endurecido. Comprendo a esta mujer. Su abrazo me conmovió y me reconfortó mucho. No puedo rechazar ser un símbolo, pero nunca debo olvidar que, ante todo, soy un escritor.

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