Un marido genera 10 veces más estrés que un hijo: “La Isi lo único que quería es que vaya al gimnasio o saliera”

Un marido genera 10 veces más estrés que un hijo: “La Isi lo único que quería es que vaya al gimnasio o saliera”

Esta semana seguiremos trabajando con Felipe, cliente que la semana pasada tomó consciencia de la gravedad de su crisis matrimonial… quien confiesa que no ayuda mucho en casa.


En su libro El Fin de la Masculinidad, Luciano Lutereau postula que el amor de pareja -en el siglo XXI- infantiliza cada vez más a los hombres, audaz hipótesis que sostiene a través de la teoría psicoanalítica, sus horas detrás del diván y un estudio de la Universidad de Michigan que concluye que “un marido genera 10 veces más estrés que un hijo” y unas siete horas semanales de trabajo extra para sus parejas.

Y es que, de acuerdo a Lutereau, los hombres ya no sufren -ni crecen- por amor, ya no se feminizan por el deseo de una mujer como en el siglo XX, sino que se comportan “como un bebé que tiene que aprender a prescindir del pecho”. Así, para ilustrar este fenómeno en el diván del runner, seguiremos trabajando con Felipe, cliente que la semana pasada tomó consciencia de la gravedad de su crisis matrimonial… pues en el gimnasio le pasa lo que hace tiempo ya no le pasa con su señora.

Vamos con él:

Un marido genera 10 veces más estrés que un hijo: “La Isi lo único que quería es que vaya al gimnasio o saliera”

Esta semana fue del terror. Llegó la Isi con los niños y se acabó la paz. Para hacértela corta, mi hijo mayor entró a la básica, el segundo al colegio y el más chico al jardín. Y todo esto en una suerte de tregua o guerra fría con mi señora. Nuevamente no hay peleas, pero tampoco tiempo, espacio y energía para encuentros. Cuando finalmente logramos que los tres duerman, ella se sirve una copa grande de vino blanco y sale a nuestra terraza, se fuma tres cigarros mientras revisa su teléfono y en ningún momento levanta la mirada. Ella sabe que no me acerco mientras fuma, así que prende uno detrás de otro... (silencio). De verdad no sé si lo hace a propósito o de manera inconsciente, pero cuando apaga el último, agarra la copa, el cenicero y su teléfono y se va a la cocina. Lava lo que usó de una patada y se va directo a nuestro baño… y sinceramente… no sé qué hace allí tanto rato, pero es un momento igual o más sagrado que el anterior.

¿Qué significa eso?

Que no hay que interrumpirla. Son sus momentos del día. Son los únicos puchos que se fuma en silencio y el único momento en que puede entrar sola a la cocina y al baño. Mientras ella se pasea de la cocina a la terraza y de la terraza a la cocina y al baño, yo me echo sobre la cama a ver tele mientras reviso mi teléfono. Y no paro de mandar correos y whatsapp de la pega hasta que la Isi sale toda encremada. Ahí dejo el teléfono cargando en el velador y apago mi luz, pues sé que no le gusta que la toque cuando está así… (silencio).

¿Así cómo?

A mí tampoco me gusta tocarla cuando está encremada, pero después de la última sesión me quedé pensando y sé que el tema va más allá de la crema. Me da vergüenza sonar tan light, pero aunque sé que hay temas más profundos, lo que más me urge es que no me calienta nada… Por suerte apenas llegó de las vacaciones se acabó el gimnasio.

¿Por?

Había que hacer mil cosas relacionadas a los niños, así que dejé de lado la tentación... Igual todas las noches salí a trotar y mientras corría pensaba en la Isi del pasado, la Isi de la U, la Isi economista, la Isi con la que me casé… No ha pasado tanto tiempo, pero es otra, somos otros... Sí, yo en la U era un guatón parrillero simpático, metido en todo. Y en la pega era livianito, bueno para planillear y carretear…. Y la Isi era… es… era…linda y matea... Seria, inteligente, aperrada… Imagínate que ya en cuarto medio me convenció de entrar juntos a comercial. Y obvio, así me tenía cortito. Pero en tercero ella se fue por Economía y yo por Administración de Empresas y me desordené mal, me mandé varias cagadas y ella terminó conmigo. Fue su forma de decirme que no estaba para mi webeo. Y tenía toda la razón. Nos queríamos casar, nos proyectábamos juntos y yo estaba enamorado hasta las patas. Mi familia y mis amigos también la amaban, pues sabían que gran parte de mis logros se debían a ella. Nos titulamos y entré al banco pensando que así nos podíamos independizar rápido, mientras la Isi hacía el magíster y entraba a trabajar part-time a una consultora top… Sebastián, me casé ultra convencido, fuimos los papás más felices con el primero. Aperramos y nos unimos aún más con el segundo, pero ya con el tercero vino el colapso… y después de conversarlo harto… la Isi dejó de trabajar… (silencio).

¿Qué cambió con esa decisión?

Al principio fue liberador, pero de a poco las cosas se empezaron a complicar en mi pega y sentí el peso de ser el único que trabajaba. ¡Ya no teníamos dos sueldos en la casa! Y en cuestión de meses me pegaron la patada en la raja… y la relación con la Isi, sin darme cuenta, se enredó. Nunca lo hablamos, pero creo que aparte de su frustración profesional, le pesó que yo me transformara en el proveedor. Sé que a ella no le gusta esta posición, pero no se quejaba, pues con tres niños estábamos contra las cuerdas. Igual creo nos hicimos los weones, conscientes de que no podíamos hacer cambios y que no servía de nada pelear. (silencio). Y en ese período que estuve sin pega la Isi se fue abandonando.

¿Cómo es eso?

En la U era increíblemente mina y cuando se puso a trabajar… más todavía. Todo el mundo me webeaba de que tenía demasiada suerte. Y era cierto. Guapa, inteligente, centrada… pero con la llegada de nuestro tercer hijo la Isi se dejó de preocupar de muchas cosas. Y es cierto, hasta ese momento yo era un guatoncito simpático que pasaba piola, pero a medida que corría y bajaba de peso, la Isi empezó a deambular en pijama y pantuflas por la casa. Después pasó a los buzos y cuando salíamos, se ponía vestidos grandes, sueltos, como si siempre fuera verano. Y esto me mosqueaba tanto como me entusiasmaban los resultados del running (silencio). Ahí se complicó todo.

¿Qué pasó?

Es que es demasiado rico ver cambios. La balanza no miente, el espejo te reafirma y la gente te empieza a comentar lo bien que te ves flaco y lo motivado que estás. En esta etapa la Isi era mi fan total, pero asumo ella pensó que una vez encontrara pega dejaría de correr y volvería a ser el Felipe de antes… Y como esto no pasó me empezó a webear con la crisis de los cuarenta, con que le habían cambiado al marido… (silencio). Eran tallas con cariño… pero de ahí pasó a cuestionar mis nuevos intereses, mis nuevos amigos, mi pega, mis compras, viajes y cambios de hábitos… En definitiva, webeaba por todo y me empecé a picar. Supongo que en ese momento debí haber hablado con ella o haber venido para acá, pero creí que se iba a acostumbrar o que esto iba a pasar… (silencio) pero creo que mi ascenso fue la gota que rebalsó el vaso … y de esto nunca hemos hablado.

¿De qué?

Con mi nombramiento se puso más ácida y le dio con que ahora que estaba más mino e importante iba a necesitar una mujer más joven y fit. De verdad creo que estaba picada y frustrada porque yo estaba creciendo y avanzando y ella no. Y la entiendo. Es súper injusto, ella es mucho más inteligente y tenía una muy buena carrera… pero lo fuimos conversando desde que nació nuestro primer hijo, seguimos hablando con el segundo y lo confirmamos con el tercero. Ella quiso quedarse en la casa, pues sentía que no podía hacer las cosas bien en los dos frentes y la realidad de nuestro tercer hijo nos aplastó. Ya no podíamos seguir trabajando los dos y yo no solo ganaba más plata, sino que tenía además más posibilidades de crecimiento (silencio). Eso es lo confesable, pero dentro de lo nunca dicho, estaba claro que yo no tenía dedos para el piano para la casa ni para el cuidado de los niños. Mis meses cesantes fueron un desastre como papá, como pareja y la Isi lo único que quería es que me fuera al gimnasio, a correr o saliera con mis amigos, pues decía que estaba inaguantable. Y es cierto, no ayudo mucho en la casa ni con los niños… (silencio).

¿Qué pasó?

Nada, no me gusta escucharme y menos encontrarle la razón a la Isi, pues dice que está chata de tener cuatro niños y que de todos soy el que le da más trabajo (silencio). Y esto te lo reconozco a ti, pero ni cagando a ella, pues fuera de la pega y los amigos soy poco aporte. Más encima, tampoco me puedo engañar en la cama y no sé hablar de estas cosas.

¿De qué cosas?

Temas de pareja, de sexo. No sé cómo hacerlo y arranco. Me escondo detrás del teléfono, de las series, de los amigos, la familia… y para no correr mayores riesgos… prefiero llegar raja en la noche del gimnasio para echarme a ver tele y caer rendido… y madrugar para salir a trotar… pues no me quiero quedar en la cama con ella. Además, no soy capaz... No he sido capaz. Y no sé si seré capaz de hablar con la Isi de estas cosas.

* * *

Luciano Luterau, en el texto citado al inicio de esta columna, recuerda un diálogo matrimonial de la película Escenas de la vida conyugal de Ingmar Bergman, donde una pareja, agotada de la crisis que atraviesan, se pregunta: “¿Por qué no podemos ser como nuestros padres? ¿Por qué no podemos dedicarnos a comer y volvernos viejos?

Para este psicoanalista transandino el problema de nuestra generación es que “no queremos envejecer ni engordar” y por mucho que Felipe corra y entrene para ganarle al tiempo y a la gravedad, el cuerpo y las canas de su señora - tal como vimos en la sesión pasada- lo desmienten una y otra vez… y al parecer no queda más salida que hablar…

Continuará…

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