Natalia Berbelagua: "El escritor real es el que se conecta con el símbolo que está detrás de la historia"

Natalia
Natalia Berbelagua.

Narradora, poeta y guionista, la elogiada autora de Valporno y Domingo acaba de publicar Hija natural (Emecé, 2019), una novela sobre crecer con la carga del abandono paterno y la configuración de un mundo desde ese rechazo. Acá se refiere a la escritura, el renunciar a una vida tradicional por ella y otros gajes del oficio.



Natalia Berbelagua (Santiago, 1985) escribe ficción y diarios de vida desde que era una niña. Su primer cuento, dice, fue el de unos niños que se encontraban una nave espacial vacía y salían en ella a recorrer otros planetas. La primera entrada de su diario, la del día de su primera comunión: "Escribí lo que había pasado: todas mis compañeras estaban en celebraciones en sus propias casas y la única que pudo ir a la mía fue una que no era mi amiga. Ella tenía hiperquinesia y éramos compañeras de banco porque yo me portaba bien y pensaron que iba a darle buen ejemplo. Esa tarde me sentía contenta y al mismo tiempo contrariada, creo que de esa incomodidad partió todo".

En 2011 publicó su primer libro, el volumen de cuentos Valporno (que fue traducido al italiano en 2016 y reeditado por Libros Tadeys en 2017), y desde entonces no ha dejado de trabajar una voz propia que se mueve por todos los registros —pasando por la novela fragmentada Domingo y el poemario La marca blanca en el piso de un cuerpo baleada— para ahondar en sus preocupaciones: las relaciones familiares, el erotismo, la exposición de la experiencia íntima y el género.

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Valporno.[/caption]

-¿Cuál fue el primer impulso que te llevó a escribir?

-El saber que las cosas desaparecían. A los ocho años ya había tenido que separarme de personas que quería mucho y me había tocado la muerte de familiares, la desaparición de una niña que vivía cerca de mi casa y la pérdida de mascotas. Así que tenía la sensación de que las personas y objetos de la casa desaparecían y que, si yo no escribía, iban a seguir haciéndolo. Empecé a generar apegos con lo que veía y por eso estaba obsesionada con leer y escribir, con aprenderme de memoria páginas de la enciclopedia o de libros de historia, grabar casetes y firmar todo con mi nombre.

-Dejaste la universidad por dedicarte a escribir, ¿rescatas algo del paso por ese lugar?

-Rescato el que me quitaron una venda de los ojos muy brutalmente. Yo era de la gente que era capaz de meterse en las historias y entrar en una evasión tal, que me creía viviendo en los libros por días. Después de estudiar teoría y crítica literaria entendí la literatura como un artificio. Y si bien me costó adaptarme a pensar en la estructura, me quedó gustando. Es como armar casas imaginariamente. También hice amigos inseparables que comparten conmigo un gusto exagerado por la literatura, que estaban dispuestos a vivir como poetas. Me han hecho sentir mucho menos sola en el mundo.

¿Has renunciado a algo más por la literatura?

-Ha sido una renuncia permanente. La literatura te da y te quita mucho. Renuncié a algunas relaciones amorosas, a tomar ciertos trabajos, a tener una vida más tradicional, a vincularme con algunos integrantes de mi familia que no entienden nada de lo que hago y se sienten ofendidos. He renunciado a trabajar para irme a un resort una vez al año y a pasarme veinte o treinta años pagando un departamento, los sueños de la clase media chilena que no voy a cumplir. Llegué a la literatura solo con mi nombre, sin contactos, sin referentes artísticos cerca. Lo único que sentía que era mío era mi historia y un amor profundo por la lectura que, como se mantiene, me hará renunciar a otras cosas seguramente.

-¿Qué piensas de renunciar a tener una vida tradicional por dedicarle todo tu tiempo a escribir (o pintar o hacer música)?

-Pienso que hay que tener valentía de romper con lo que te dicen todo el tiempo que está bien, pero uno sabe en el fondo que está mal. Hacerle caso a esa voz distinta a la tuya pero que sale de alguna parte de ti y te dice: no se puede hacer otra cosa. Estoy feliz de poder prescindir de la opinión de los demás. Creo que todo el mundo vino con un talento o con una tarea evolutiva. No creo que haya cientos de millones de personas porque sí. Yo vine a comunicar, lo supe desde muy chica. Lo heavy del asunto es hacerse cargo de ese "para qué soy buena" y estar dispuesta a llevarte tú misma a zonas inseguras de tu personalidad. He estado viviendo en la playa el último tiempo, y saber que tengo todo el día disponible para crear, es una maravilla y una preocupación gigante.

-¿Has tenido otros trabajos además de ser escritora?, ¿cuáles?

-He sido promotora de cruceros de tiempo compartido, anfitriona de un restaurant francés, promotora de una marca de café, garzona, tuve una agencia de tours con mi mamá, vendedora de una tienda de artículos de la India, anfitriona de un torneo de golf, profesora de un preuniversitario, secretaria de un hogar de menores, administrativa de un laboratorio clínico de toma de muestras, peluquera y guionista de televisión.

-¿Cuál fue el escritor o escritora con el que entendiste la idea de "un autor" y te pusiste a buscar más libros de él?

-Creo que fueron dos. El primero fue García Márquez, después José Donoso. Empecé a leerlos libro tras libro mientras estaba en el colegio, con ganas de agotarlo todo. García Márquez me gustaba porque hacía posible que un mundo totalmente irreal pareciera real y porque involucraba a los vivos y los muertos en sus tramas. En el caso de Donoso, todo me era familiar: la estética de la aristocracia ruinosa siempre estuvo cerca, la vejez también, la demencia.

-¿Le atribuyes a algún autor, del pasado o contemporáneo, una fuerte influencia en tu narrativa?

-Roberto Bolaño fue fuertísimo cuando estaba en la universidad, porque no solo lo sentía como un amigo, sino también como alguien que me hablaba de autores que yo aún no había leído y glorificaba al poeta y al perdedor. No me gustan las novelas de los fanfarrones, prefiero quinientas veces al escritor que hace una ficción de sí mismo trabajando de nochero en un camping que el que da un paso y otro paso en doctorados y postdoctorados. Para mí escribir está asociado a andar en la calle, a vivir, a abrir los ojos y ver el mundo como es. Hasta he soñado con él. Una vez estábamos en un predio frente a una tumba abierta, pero no había muerto. Él dirigía la ceremonia y tenía en las manos Rojo y negro. Igual he soñado con muchos otros escritores. Los últimos han sido Philip Roth, Clarice Lispector y Panero. Anoto todo en mis diarios de vida.

-¿Alguna vez has pegado fotos de escritores en tu pared?

-Sí, a varios. A Kafka, a Honoré de Balzac, a Horacio Quiroga, a Virginia Woolf.

-¿Cuál es tu libro chileno favorito?

-2666, de Bolaño, que no sé si clasifique como libro chileno. Correr el tupido velo, de Pilar Donoso también puede ser. Poemas del país de nunca jamás, de Teillier, La amortajada de María Luisa Bombal o los poemas de Cecilia Casanova. Muy difícil elegir solo uno, hay muchos libros buenos.

-Si tuvieras que recomendarme una autobiografía, ¿cuál sería?

-Apegos feroces, de Vivian Gornick o El reino de Emmanuel Carrère. También las de Karl Ove Knausgård; leí recién Bailando en la oscuridad y me gustó mucho.

-¿Y unos diarios de vida?

-Los de Philip K. Dick y los de Sylvia Plath.

-Qué te interesa más actualmente: ¿la forma o el contenido?

-Me interesa muchísimo la forma, todos mis libros son distintos en ese aspecto, pero el contenido también es importantísimo, porque no voy a escribir libros fomes bajo ningún punto de vista.

-Para terminar, ¿crees que la sinceridad tenga alguna incidencia en la calidad de una obra literaria?

-No sé si la sinceridad valga para trabajar con la ficción, pero de alguna manera los lectores sabemos reconocer cuando alguien cruzó los límites de sí mismo para entregar una obra literaria de calidad. Es como que te ofrecieran una parte del corazón. Son libros tan excepcionales, que cuando pasa, no te puedes no sentir agradecido de que no haya sido mezquino con su yo interior. Yo creo, de manera muy personal, que hoy se necesitan libros que remezcan, que confronten, que saquen de la comodidad emocional a los lectores. Que los hagan pensar, ver cosas que no pasan por la televisión. Un buen libro tiene un poco de todo, no es tan distante de lo que nos toca vivir. El escritor real es el que se conecta con el símbolo que está detrás de la historia, da lo mismo en el formato que trabaje. Es quien hace traducible una experiencia para quien quiera tomarla. El mundo necesita a los poetas.

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Hija natural.[/caption]

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