Columna de Rodrigo González: Asteroid City, el director que hacía juguetes

Es probable que aquí estén todos los destellos de genio y al mismo tiempo las limitaciones que han ido definiendo la obra de Wes Anderson.



Cuando no pocos pensábamos que La crónica francesa (2021) era la suma absoluta de las señas de identidad y el refinamiento pictórico de Wes Anderson, llega Asteroid City (2023), una película que rompe sus propios estándares de autoconciencia. Es probable que aquí estén todos los destellos de genio y al mismo tiempo las limitaciones que han ido definiendo la obra del cineasta nacido hace 54 años en Texas.

Después de los tributos a Europa de sus últimas obras, los resortes creativos del realizador se alinearon para regresar con cariño al hogar, dulce hogar. Asteroid City, sin ir lejos, se ambienta en el suroeste estadounidense, al igual que su filme debut, Bottle Rocket (1996).

Veamos. Se trata de una película meta, con una realidad dentro de otra. En septiembre de 1955, un conductor de televisión (Bryan Cranston) nos presenta una obra teatral escrita por un tal Conrad Earp (Edward Norton). Todo esto lo vemos en blanco y negro y en pantalla de formato académico, es decir, en tamaño de televisor.

Asteroid City

Luego pasamos a la obra en sí, que es en rigor el meollo de Asteroid City. Todo estalla ante nuestros ojos con colores brillantes y saturados. Esto es Wes Anderson, pero aumentado con lupa, con un desierto que deja ver cada uno de los detalles de su paisaje anaranjado, amarillo, rojo y, siempre, soleado.

Es el pueblo de Asteroid City, villorrio de 87 habitantes en medio de ninguna parte y famoso por el cráter que un meteorito causó hace casi cinco mil años. Una convención reúne a unos padres y sus hijos aspirantes a astrónomos, los que bromean llamándose a sí mismos “cerebritos” (“brainiac”). Hay todo tipo de personajes para elegir, un mundo multicolor donde el director cada vez parece más absorto y feliz, como si en vez de películas hiciera juguetes.

Lo más cercano a un protagonista es Augie Steenbeck (Jason Schwartzman), fotógrafo de guerra con algo de Robert Capa y Stanley Kubrick, quien llega con sus cuatro hijos. Está su suegro empalagoso y algo cascarrabias (Tom Hanks), una actriz al parecer cansada de su propio éxito (Scarlett Johansson), el servicial manager del hotel (Steve Carell), un militar a cargo de la convención (Jeffrey Wright), la científica que maneja el telescopio local (Tilda Swinton) y, a modo de coro griego o respiro dramático, tres cowboys cantores interpretados por el actor Rupert Friend, el cantante Jarvis Cocker y el músico Seu Jorge.

Es curioso reparar que en este mismo territorio desértico, caluroso y lleno de cactus se desarrolla la historia de Oppenheimer (2023), una película tan real, pesada y pesimista como Asteroid City es ficticia, leve y esperanzadora. Eso sí, las esperanzas de Wes Anderson son más bien las de un nostálgico: anhela los años 50, la televisión educativa, el teatro de grandes dramaturgos y los niños que querían ser astrónomos antes que conocieran las bombas.

A Wes Anderson lo han criticado con razón o sin ella por privilegiar la estética al fondo, repetir la fórmula y fugarse de la realidad. Sin embargo, esos cuestionamientos avalan al mismo tiempo la creatividad de un cineasta único, copiado hasta el hartazgo y jamás igualado. Su nueva pieza de escapismo es la prueba viviente.

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