Columna de Rodrigo González: Wonka, Willy versus el cartel de los chocolates

Columna de Rodrigo González: Wonka, Willy versus el cartel de los chocolates

Wonka, además de tener los mejores chocolates del mundo, parecer premiar el espíritu de los que tienen todo en contra. Que el mundo fuera de la sala de cine sea muy diferente sólo habla de la impecable fantasía que es la película.



Todo el mundo conoce a Willy Wonka, el excéntrico fabricante de chocolates que tuvo una niñez traumática y luego montó una industria de dulces sin parangón. O en realidad todo el mundo que haya sabido de la existencia del singular personaje escrito por el británico Roald Dahl en 1964 y llevado al cine en 1971 y 2005 por Mel Stuart y Tim Burton, respectivamente.

Los actores de las distintas versiones de la historia hablan bastante de cómo es el tono de la película en cuestión. En la primera era Gene Wilder, comediante levemente desquiciado que por la misma época también actuó en Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo, pero nunca se atrevió a preguntar (1972), de Woody Allen. Su Willy Wonka era multicolor, lisérgico y después de ver la película se podía dormir tranquilo. Quizás un sueño con arcoíris.

La segunda fue con Johnny Depp y aquí la inspiración confesa fue el Michael Jackson del tramo final. Como además la dirigía Tim Burton, todo estaba algo patas arriba, pero funcionaba a la perfección. Este Wonka provocaba algo de temor y digamos que más de alguien podría tener un sueño inquieto después de ir al cine. Tal vez una pesadilla con gritos sofocados.

Ahora es el turno de Timothée Chalamet, que tiene 27 años, pero parece de 17 y difícilmente es detestado por alguien. Por el contrario, su anguloso rostro suele despertar ternura, quizás compasión, pero sobre todo una legión de fans.

Como corresponde entonces, Chalamet es acá un Willy Wonka imberbe, prehistórico y aprendiz de los trucos que algún día le permitirán convertirse en el mejor chocolatero del planeta. El nombre de esta precuela es simplemente Wonka y de la huella agridulce del escritor Roald Dahl no hay nada. Esto no es malo ni bueno. Simplemente es otra historia, diferente y con una carga emotiva que nunca soñaron ni pretendieron sus predecesoras.

En la trama, Wonka llega a una ciudad sin nombre y algo atemporal que es una especie de Londres pasada por el filtro de Hollywood, Dickens y los cuentos de hadas. Es uno de los aciertos de la producción, que además se apertrecha de un acertado casting con Olivia Colman como una despreciable dueña de pensión, Rowan Atkinson en el rol de un sacerdote corrupto, la joven Calah Lane como la desamparada Noodle y Keegan-Michael Key en el papel de un jefe de policía local que es adicto a los chocolates. Sólo Hugh Grant como el oompa loompa Lofty podría haber tenido más tiempo en pantalla.

Mientras Willy y su amiga Noodle buscan surgir en el negocio de la venta de chocolates, tres dueños de fábricas locales hacen todo para que fracasen y se hundan en la humillación y la bancarrota. Los tres forman un “cartel del chocolate” y así es como esta entretenida y sensible película musical se ocupa de disparar contra la competencia desleal.

Todo esto puede parecer materia de eslóganes baratos sobre mercadotecnia y si no fuera porque el director Paul King (Paddington 1 y Paddington 2) sabe contar historias, la película podría haberse metido en un moralista y simplón callejón sin salida.

Nada de eso. Wonka, además de tener los mejores chocolates del mundo, parecer premiar el espíritu de los que tienen todo en contra. Que el mundo fuera de la sala de cine sea muy diferente sólo habla de la impecable fantasía que es la película.

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