Educar lejos de casa: dos profesoras chilenas en el corazón de Uganda

Elisa Cifuentes e Ingar León son dos docentes instaladas en la ciudad de Masese, en el continente africano, que intentan mejorar la calidad de la educación de los niños de una localidad vulnerable. En medio de todo, también han debido lidiar con las dificultades propias del coronavirus.


A casi 11.500 kilómetros de distancia, en la ciudad africana de Masese, Uganda, viven dos profesoras chilenas. Ahí, lejos de sus raíces, sus hogares y sus familias, Elisa Cifuentes (27 años) e Ingar León (30) habitan en la zona de Janji, muy cerca de donde nace el río Nilo. ¿La razón? Instaurar un proyecto de mejoría de la educación de una localidad mayoritariamente vulnerable a través del intercambio de experiencias con los profesores de dicha comunidad.

¿Cómo llegan ahí? ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Por qué deciden irse a un lugar tan desconocido para el común de los chilenos? Del otro lado del teléfono y cuando la jornada empieza a terminar para ellas, las razones fluyen rápidamente.

Si soy súper honesta, no fue una decisión muy pensada, pero siempre me había interesado trabajar afuera y en particular en África y ver cómo se desenvuelven las distintas culturas acá”, señala Elisa, quien va por su segundo año allí, aunque en medio tuvo una pausa obligada en Chile de tres meses debido al Covid-19.

Ingar, la compañera de aventuras, señala que su opción fue más meditada: “Tenía la idea hace muchos años, pero no me sentía preparada. Quería primero trabajar y luego hacer un voluntariado. Pero vi el anuncio, postulé y quedé”. El anuncio al que se refiere es el que hizo Fundación Entre Tribus, entidad chilena mediante la cual llegaron a Uganda y que también tiene otros proyectos médicos, nutricionales y agrónomos en países del continente africano, como Zambia. Esta se financia con aportes de socios.

El proyecto no es asistencialista, sino que se enfoca en tratar de mejorar las capacidades de los profesores a través de voluntarios, que, en este caso son profesores que hacen capacitaciones y talleres”, explica Tania Villarroel desde Chile, la encargada del proyecto educativo de Entre Tribus.

Los voluntarios se van por un año con la posibilidad de extenderlo a dos, tras un llamado abierto en el que reciben currículums y realizan entrevistas en inglés y psicológicas. Aprobado el voluntario, se le capacita en temas de salud y la vida en África. Una vez allá, hay un equipo de apoyo desde Chile con el que los voluntarios sostienen reuniones semanales. “Ahí nos van contando sus avances, porque la idea es poder ayudar con las necesidades reales y no lo que creemos que es lo correcto, y en base a eso hacemos distintas capacitaciones”, agrega.

Elisa arribó a Masese en marzo de 2020, un mes antes de que la pandemia explotara. El colegio donde están es el Father Bodewig, que tiene una matrícula mixta de 250 a 300 estudiantes que provienen de entornos vulnerables. Éste funcionó un mes y luego todo el país se fue a una estricta cuarentena. De hecho, en África, Uganda es conocida por su buen manejo de enfermedades graves, como el ébola, con medidas estrictas. Ingar, en tanto, llegó en marzo de este año.

Ingar y Elisa.

Así siguieron un transitar que, luego del análisis que pudo realizar Elisa durante 2020, estos meses se enfocó en temas más prácticos. “Este año vinimos con la determinación de que el mayor aporte como profesoras es compartir con nuestros pares de acá las experiencias docentes exitosas de educación en Chile”, explica Cifuentes. Lo que se hace es “entregar herramientas para darles a los niños educación de mejor calidad”, agrega. Advierte, eso sí, que el intercambio de experiencias es mutuo, puesto que ellas también aprenden de los profesores ugandeses. “Los profesores están muy interesados en mejorar y valoran mucho que compartamos experiencias”, asevera.

León coincide: “Tratamos de plantearlo todo desde una posición de que también estamos aprendiendo. Entregamos herramientas, ellos pueden adaptarlas y nosotras vamos tomando lo mejor de ellos también”.

Tampoco podemos pretender que las clases se hagan como en Chile. Es un shock cultural con el que hay que ir de a poco”, agrega. Por eso, cuenta que a través de talleres, discusiones y mesas de conversación van intercambiando opiniones. “Ellos deciden si sirven o no”, asegura Ingar.

Desde Chile, Villarroel asegura que la forma de enseñar en Uganda “es súper a la antigua y lo que queremos es ayudar al cuerpo docente en su forma de hacer clases, de trabajar con juegos, y la forma de pensar de los niños, y no solo con la repetición, que se usa mucho allá”.

Durante su estadía allá, estas chilenas han podido notar diferencias evidentes. “La forma de enseñar es muy distinta a la nuestra, pero hay muy buenos profesores”, dice Ingar. Detalla, además, que en Uganda hay acceso universal a la educación “y puedes tener cursos con 120 niños en cada sala, que en su mayoría son cuatro murallas, un par de bancos y se sientan todos juntos y apretados”.

También hay situaciones que se replican a la realidad chilena: “Al trabajar con niños del sector, que es bien vulnerable, hay muchas familias que confían en el colegio, porque ahí se les da desayuno y almuerzo a sus hijos y ellos no pueden proveer eso”, aporta Elisa, quien agrega que la meta del colegio es bajar los niveles de deserción.

El Covid entremedio

Pero estas chilenas, que también imparten clases de inglés y computación, además tuvieron que reaccionar a los problemas propios generados por la pandemia y que se podían atacar desde el colegio. Por eso realizaron una encuesta socioemocional y los resultados fueron decidores, por lo que decidieron entregar herramientas de apoyo a profesores y alumnos para tratar de generar esa sensación de que el colegio es un espacio seguro, dado que hubo muchos niños que manifestaron que no se sentían a salvo en sus casas.

Villarroel, en tanto, expone que el colegio estuvo, similar a la realidad chilena, de marzo a diciembre de 2020 sin clases y eso fue grave, porque “hay niños que viven con mucho abuso, desde sexual a laboral. Los resultados de la encuesta son bien impactantes y las voluntarias están haciendo capacitaciones a los profes para manejar esta situación”.

En la cuarentena hubo un boom de abuso infantil de todo tipo y muchas niñas quedaron embarazadas”, relata Elisa, quien agrega que junto a Ingar han intentado trabajar en cómo afrontar toda la crisis ocasionada por el coronavirus.

En ese sentido, Ingar explica que este programa de apoyo “incluye a toda la comunidad educativa”, desde profesores a alumnos, y basado en eso proporcionaron algunas actividades para hacer en clases y mejorar el aspecto emocional de los alumnos. “Nuestra idea era poder contener a la gente que está en el colegio”, dice.

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