Y bueno, pasaron 30 años. Una generación y media no lo vio en directo. Le contaron y puede acercarse, pero no entenderlo del todo, con los videos de YouTube y las decenas de reportajes en todas las plataformas de noticias que existen hoy. Pero el registro en video no alcanza, ni los archivos, ni los testimonios. Esta semana, en este mismo diario, el árbitro Juan Carlos Loustau, el utilero Nelson Maldonado y hasta una crónica de ese atardecer del 3 de septiembre en Maracaná, aportaron nuevas teorías de conspiración, insinuaciones de saber pero no querer revelar toda la verdad y hasta errores incomprensibles como escribir, tres décadas después, que el Cóndor Rojas se cortó con un cuchillo cartonero.

El episodio maximalista de esa Eliminatoria entre Brasil y Chile, con Venezuela como pushing ball, no termina nunca de cerrar, menos de cicatrizar. Rojas ha pedido mil veces disculpas, en distintas versiones, con distintos grados de intensidad, arrepentimiento u orgullo, dependiendo de cómo viene el día, pero siempre queda la sensación de que se guarda algo.

En ese contexto, y lo digo desde una posición de haber investigado para un libro sobre el tema y tener casi terminada una pequeña biografía de Roberto Rojas, creo que el tiempo solo desdibujará más la verdad, trayendo nuevos mitos, mentiras y teorías disparatadas. Y el total de los involucrados, los que realmente urdieron la farsa con el Cóndor en Pinto Durán, tampoco se saben con certeza.

En radio ADN, un auditor contó que su padre quedó tan decepcionado por el escándalo, que tras la confesión de Roberto Rojas en La Tercera en 1990, dejó de ir al fútbol para siempre. Se jugó completo, con la dosis de ingenuidad imprescindible que debe tener una hincha, por la inocencia del arquero, el mantra de la mafia FIFA, del abuso brasileño, de la agresión a mansalva con una bengala desde la tribuna. Pensó y actuó, desde su perspectiva de hincha, precisamente como eso, como un hincha.

El tema es que el medio periodístico, y me incluyo porque era colaborador de la revista Deporte Total, actuó de la misma manera salvo media docena de colegas. Y lo más grave fue que pasadas las horas, seguimos actuando como hinchas, sin mantener la distancia y mirar el hecho desde todas las perspectivas. Alentamos el victimismo, rasgamos vestiduras y escupimos al cielo. Sabemos las consecuencias.

Si hay una lección mal aprendida del caso Maracaná es esa: abandonar el pupitre o la caseta, desechar la libreta de apuntes y la grabadora, e instalarse en el tablón envuelto en la bandera de Chile y tocar el bombo. Pasaron 30 años y hay quienes insisten que el rol de la prensa es "apoyar a los jugadores", "hablar de las cosas buenas" y tapar los escándalos "para que el equipo gane". Exactamente lo que se hizo el 3 de septiembre de 1989.

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