Nueva York, crónica de una ciudad temeraria

Residentes con mascarillas caminan con telón de fondo la ciudad de Nueva York. Foto: AP


Son las 19.00 en Nueva York, y en el norte de Brooklyn, a lo lejos, se escucha un aplauso. El sonido de palmas reverbera entre los edificios que conforman Williamsburg, un área altamente gentrificada, donde veinteañeros con gorros fluorescentes comparten la vereda con multitudinarias familias judías jasídicas.

Desde un tercer piso empiezan a sonar las primeras notas de New York, New York. Es una chica que desde su ventana le pone play al que ya es mundialmente conocido como el himno oficial de la Gran Manzana. Pero la canción no es la clásica versión de Frank Sinatra, sino la de Liza Minnelli, lo que de alguna manera hace que todo sea un poco menos cliché.

Desde la vereda, un tipo alto y moreno con AirPods mira hacia arriba y luego hacia el resto de los edificios. “¿Qué está pasando?”, le dice a la rubia que ahora aplaude y canta al ritmo de Liza. “Dude, le estamos aplaudiendo al personal médico para agradecerles y darles ánimo” en la lucha contra el coronavirus.

El tipo afirma con la cabeza y aplaude mientras mira al resto de los edificios -no muchos- que se han unido al homenaje. Luego de un par de segundos, saca su iPhone, reanuda lo que sea que salía por sus audífonos, y sigue caminando.

A esa misma hora, al otro lado del East River, en Manhattan, a la altura de la calle 30, la Primera Avenida parece ser escenario de lo más parecido que la ciudad ha tenido a un desfile en meses. Estacionados frente al Tisch Hospital, tres camiones del Departamento de Bomberos de Nueva York prenden sus luces y tocan sus sirenas para celebrar al personal médico.

Los bomberos, desde la calle, aplauden mirando las ventanas del edificio, donde médicos y enfermeras con mascarillas azules saludan de vuelta y graban la escena en sus teléfonos. En la esquina de la calle 33, tres policías montados se unen a un ejército de curiosos y al aplauso colectivo que a estas alturas viene desde la mayoría de los edificios aledaños.

Foto: AFP

Nueva York tiene una larga tradición de celebrar a sus héroes. Durante el 9/11 fueron los policías y bomberos, mientras que hoy es el personal médico que en la primera línea, y en medio de la escasez de insumos de protección, se enfrenta a diario con más y más casos de Covid-19.

Nueva York se convirtió en el epicentro de la pandemia a nivel mundial a finales de marzo. Hasta anoche se registraban 170 mil contagios y 7.844 muertos en el estado. Los reportes de la prensa hablan de centros médicos desbordados, trabajadores al borde del colapso y camiones refrigerados que buscan hacer de morgue para los cientos de cuerpos que se siguen acumulando en los hospitales de Manhattan, Queens, Brooklyn, el Bronx y Staten Island. La postal es tan inequívocamente dramática y desoladora, que sin duda espanta a cualquiera. Menos a los propios neoyorquinos.

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Poco antes de que el reloj marque las 19.00, Nueva York goza de un atardecer soleado y unos agradables 20 grados. En días como estos, y en una ciudad que espera con ansias la verdadera llegada de la primavera, la gente parece olvidar el llamado del gobernador Andrew Cuomo de quedarse en casa, y sale en dirección a alguna de las múltiples áreas verdes que se abren paso entre los edificios. Justo debajo del Williamsburg Bridge, Domino Park está lleno.

“Creo que no estamos siendo lo suficientemente cuidadosos”, dice Zarina (33), mientras le tira una pelota a su perra Sasha. “La gente no está manteniendo la distancia, si vas al supermercado, todos aún están encima tuyo”, agrega.

Foto: AFP

Zarina trabaja en una empresa tecnológica que, para su fortuna, pudo adaptarse a la pandemia y actualmente tiene a todos sus empleados conectados desde sus casas. Ella dice que está siendo cuidadosa y que, aparte de sacar a su perra tres veces al día -“es una cachorra”, dice- se queda en el departamento que comparte con una roommate al este de McCarren Park. Zarina habla a cara descubierta y no lleva guantes.

“Sé lo suficiente de ciencia para saber que una máscara no te protege”, explica. “Además, antes de que esto comenzara estuve de viaje, por lo que es muy probable que sea portadora asintomática. Simplemente prefiero alejarme de la gente”.

En Nueva York, a diferencia de otros estados como Maryland, no hay cuarentena obligatoria. A pesar de que muchos no entienden por qué, las autoridades -incluyendo el alcalde, el gobernador y el Centers for Disease Control, el equivalente a la Onemi- se han limitado a hacer llamados abiertos a los neoyorquinos para que practiquen distanciamiento social y, fuera de compras esenciales y salidas recreativas, se queden en sus casas. Sin embargo, estos llamados se quedan en la recomendación: no hay ninguna sanción por salir más tiempo del considerado prudente, ni fuerza policial que fiscalice a quienes caminen por la calle.

“Es una locura que no tengamos una cuarentena obligatoria”, dice Katie (26), una diseñadora que vive en el sector de Crown Heights, en Brooklyn. “La gente que está liderando el país no está tomando las medidas para que estemos saludables y seguros”.

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Sentada en su living y a través de una videollamada, Katie dice que lo que más le ha afectado es el encierro. Hasta finales de febrero, su rutina consistía en tomar el Metro desde su oficina en Manhattan y en dirección al gimnasio donde practica escalada. “Ahora estoy en la casa todo el tiempo. No he tomado el Metro ni he salido de un radio de menos de un kilómetro de mi departamento en tres semanas”, dice.

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El Metro de Nueva York está funcionando con frecuencia reducida y solo para lo que la Autoridad de Transporte Metropolitana considera “viajes esenciales”. Esto básicamente significa la movilización de trabajadores del área de la salud y comercio, como farmacias, supermercados, minimarkets y botillerías. En los puentes, cuando los rieles suben a la superficie, es posible ver que los trenes llevan un máximo de cuatro a cinco personas por carro, una escena que en circunstancias normales solo se podría dar en la madrugada.

El sistema de trenes interurbanos Amtrak, que conecta Manhattan con Nueva Jersey, Long Island y Connecticut, funciona bajo condiciones similares. Evidencia de ello es la emblemática Grand Central Station, que incluso a eso de las 20.00 -cuando los más trabajólicos en Midtown se despegan de sus escritorios y emprenden rumbo a los suburbios- está desolada. Aparte de un par de policías y escasos transeúntes, la gran explanada de mármol la llenan solo un par de adolescentes que, con el rostro tapado con máscaras quirúrgicas, se turnan para sacarse fotos. Una vez terminada la sesión, las chicas revisan la pantalla del celular, se sacan las máscaras y suben las escaleras en dirección a la calle.

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Comportamientos como estos no son raros. Al parecer los neoyorquinos no le temen a la pandemia. Rosie, la chica que todos los días a las 19.00 saca su parlante por la ventana y pone a Liza Minnelli, cree que es algo muy propio de vivir en esta ciudad. “Nueva York no es fácil. Los que vivimos aquí trabajamos duro y pagamos caro por llamarnos neoyorquinos”, dice. “Hemos pasado por muchas cosas: el 9/11, el huracán Sandy, el apagón de 2003. Se necesita más que esto para ponernos nerviosos”, lanza.

Ella y sus dos roommates están en cuarentena voluntaria hace semanas, pero Rosie no renuncia a sus rituales. Cada mañana, antes de conectarse y trabajar, se fuma un cigarro camino al minimarket de la esquina de Bedford Avenue y North 7, donde saluda al dueño y compra un café. Tiene una cafetera en casa, pero prefiere ese.

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Son casi las 21.00 y Manhattan tiene un aire que normalmente solo se encuentra a altas horas de la madrugada. Bryant Park, a un costado de la sede central de la Biblioteca de Nueva York, está vacío. Un par de cuadras más allá, Times Square brilla para el placer de un reducido público que no supera las 20 personas. Ahí, solo, frente a las pantallas de los estudios de la cadena ABC, está sentado Mohammed. Tiene 29 años, es marroquí, y ha vivido en Nueva York durante los últimos cinco. Inclinada a su derecha está su bicicleta, que en la parrilla lleva un cubo rojo de la aplicación de delivery Grubhub. Para hablar, Mohammed apaga el parlante que cuelga de su mochila y del que hasta hace un momento sonaba un tema de Drake a todo volumen.

¿Cómo te ha impactado la pandemia?

De hecho, no creo en ella.

¿De verdad?

Sí. No he visto a nadie de mi familia o mis amigos enfermarse. Y no he visto ningún hospital colapsado como dicen en los medios. Así que no creo en eso.

¿Cuál es tu teoría, entonces?

Creo que tiene que ver con el 5G y los metales pesados que tenemos en el cuerpo.

En la pantalla principal de Times Square, las luces despliegan un llamado a quedarse en casa y un agradecimiento a los trabajadores médicos por su labor. Rápidamente, el aviso es reemplazado por una enorme animación promocionando el último disco de Dua Lipa.

Mohammed prende nuevamente su parlante, se sube a su bicicleta y pedalea hacia el norte.

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