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Ricardo Palma Salamanca tras conocer la decisión de la Quinta Sala de la Corte de Apelaciones de París.

Jóvenes Pistoleros: Nuevo libro sobre las vidas entrecruzadas de los protagonistas del FPMR

A partir de su propia historia, el periodista Juan Cristóbal Peña escribe sobre las vida de los ex frentistas Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic, a quien el autor conoció en la época secundaria. Una reconstrucción del período de violencia política -incluido el asesinato de Jaime Guzmán- que parte en los '80, hasta las vidas clandestinas de los protagonistas tras la fuga de la cárcel en 1996. Aquí, un extracto del libro que ya está en librerías.


"Un par de cuadras después de salir de la casa de su papá, volvió a sentir ese fuerte retortijón que lo obligó a parar en medio de la vereda y contorsionarse en un solo pie, como un equilibrista, para apretar los músculos del estómago y evitar un bochorno. Ya se había pasado varios minutos sentado en la taza del baño, descargando los nervios de lo que se le venía, pero como ahora no estaba seguro de poder seguir adelante, decidió desandar los pasos con la mayor premura que pudo. Después de descargar por segunda vez, volvió a refrescarse la cara, se miró al espejo y lanzó un suspiro, antes de poner otra vez los pies en la calle.

Era la mañana del 10 de mayo de 1990 y el Negro iba al encuentro de Emilio para concretar lo que habían intentado hacer un par de semanas antes. Después de dos intentos frustrados, iban a cobrarle cuentas al coronel Fontaine.

"Era su primer trabajo de importancia con Emilio, a quien había conocido un año atrás, cuando el Negro dirigía un pequeño grupo operativo de la zona centro de Santiago. En ese primer encuentro, Emilio no le había dado ninguna confianza al Negro, que lo tomó en una esquina de Macul, a partir de un vínculo que Joaquín le dio en la cárcel. Después de un corto diálogo, el Negro juzgó que Emilio era un tipo presumido y culebreante, del que era mejor mantenerse alejado".

"Para cuando Joaquín le procuró el primer vínculo con el Negro, Emilio ya se hacía llamar Emilio, maravillado por esa película inspirada en la leyenda de Billy the Kid que vio en el cine al poco de salir en libertad. Jóvenes pistoleros narra la historia de una pandilla de vaqueros que intenta vengar la muerte de su mentor, pero termina perseguida y casi aniquilada por una justicia corrupta, al servicio de poderosos terratenientes. Entre los pocos que se salvan de la banda está el mismo Billy the Kid, ese muchacho de gatillo certero y veloz que interpreta el actor del que Emilio sacó su apodo: Emilio Estévez.

Esto se sabe porque un día Emilio se lo contó al Negro, de seguro después de ese primer encuentro, porque cerca de un año más tarde hubo un segundo en el que ambos, por decisión de uno de los comandantes de la Dirección Nacional, fueron integrados a lo que se llamó el Grupo de Tareas Especiales. La democracia recién retornaba y el Negro y Emilio eran el instrumento para combatirla con lo que en la organización llamaban «acciones de envergadura», acciones que, por cierto, eran decididas por la comandancia, en ningún caso por soldados como el Negro y Emilio. Ellos se enteraban cuando el asunto ya estaba zanjado, y a lo sumo, una vez que se les comunicaba la misión, participaban del plan operativo y aportaban lo suyo, como ocurrió en el caso del coronel Fontaine".

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Portada del libro.[/caption]

"Ramiro apareció en la vida del Negro en la época en que apareció Emilio por segunda vez. De hecho, fue Ramiro quien los reunió en ese Grupo de Tareas Especiales que estaba a su cargo. Ese primer encuentro fue curioso, a decir del Negro, porque apenas hizo vínculo con él en una esquina de Providencia, subieron a un taxi y Ramiro preguntó:

—¿No sabes quién soy yo?

—No.

—Soy Ramiro —dijo como quien dice una obviedad, ex- trañado de que el muchacho que tenía enfrente no hubiera escuchado hablar de él, si a esas alturas, en la organización, era algo cercano a una leyenda".

"Para el Negro, todas las tareas eran especiales, incluidas las del grupo operativo de la zona centro que tenía a su cargo, pero entendió que en adelante haría algo distinto a lo que había hecho hasta entonces, sobre todo después de que Ramiro, todavía arriba de ese taxi, le preguntara qué revólver usaba y el Negro res- pondiera que ninguno, pues no acostumbraba a andar armado por la calle.

—Pues vas a tener que acostumbrarte —dijo Ramiro, dando por terminada la reunión.

Se verían la semana siguiente en el mismo punto".

"El Negro no sabía quién era Ramiro, pero de seguro Ramiro sabía más o menos quién era el Negro. De todas formas, tras presentarse, Ramiro le pidió su currículum. ¿Currículum?, se preguntó el Negro. ¿Qué es eso? El Negro, que se había formado en una organización donde había mística y un trato más humano y sencillo de los jefes, quizás menos militarizado, le hizo saber a Ramiro que no sabía a lo que se refería con eso del currículum, y en lugar de molestarse, Ramiro se la hizo fácil, pidiéndole un breve informe verbal de su trayectoria subversi- va. En buenas cuentas, un currículum".

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Emilio

Emilio, hoy preso en México por secuestro.[/caption]

"Pasado el mediodía, el Negro y Emilio habían llegado a la pequeña Plaza Freire de calle Raulí, en las cercanías del barrio Diez de Julio, frente a la oficina de luces de neón donde trabajaba el coronel. De acuerdo con testigos, ambos vestían uniforme escolar, con una distinción: mientras el moreno tenía zapatos negros que parecían nuevos, el otro, más pálido, calzaba zapatillas Tigre. Estaban ansiosos, sobre todo después de que repararan en que el Opala del coronel no estaba esta- cionado donde solía, ni ahí ni en los alrededores. De todas formas decidieron esperar, sentados en uno de los bancos de la plaza, haciendo lo que hace cualquier escolar: conversaban, bromeaban y pedían monedas para comprar cigarrillos sueltos.

Pasada la una de la tarde, cuando las veredas comenzaron a poblarse de mecánicos y escolares que a esas horas salían de talleres y liceos del sector, el coronel apareció acompañado de una mujer joven, con la que nunca antes se le había visto. Según la prensa de la época, era una practicante de diecinueve años a la que Fontaine habría ofrecido llevar hasta su casa, antes de regresar a la suya para almorzar.

Adonde sea que se dirigieran, primero iban en busca de un taxi. El Opala modelo 1989 del coronel estaba en el mecánico, se supo después.

El Negro y Emilio se echaron a andar a paso rápido detrás de la pareja, que giró al oriente por Santa Isabel, en dirección a Portugal. Estaban a veinte o veinticinco metros de distancia, palpando sus revólveres, cuando de pronto el coronel giró la vista, llevándose la mano al cinto, para examinar lo que había a sus espaldas. El Negro y Emilio pensaron lo peor, como en los sueños de los últimos días, pero el coronel no vio más que escolares, oficinistas y mecánicos de overol que a esas horas salían a almorzar, en una tarde soleada. Y vio ese taxi Subaru Leone negro, que hizo parar pocos metros antes de Portugal.

Tras subir con la muchacha, el taxi se puso en movimiento.

El Negro y Emilio tuvieron la sensación de que se les volvía a escapar. Incluso el Negro dijo se nos va, se nos va, el taxi se iba y por poco no se aleja, de no ser porque el semáforo dio amarillo y luego rojo, obligándolo a frenar en la esquina de Santa Isabel con Portugal.

Entonces el Negro se echó a correr, ya sin disimulo, y al llegar a la ventana trasera derecha donde estaba sentado el coronel, quizás galanteando con la muchacha, se puso en posición de tiro y comenzó a descargar su revólver, sosteniéndolo con sus dos manos. El Negro recordará que el coronel hizo amago de desenfundar su pistola, pero quizás no fue más que un acto reflejo, provocado por las convulsiones de los tiros que iban a parar a su cuerpo.

Cuando Emilio llegó a su lado, el Negro ya había descargado gran parte de las municiones, si no todas. Casi a modo testimonial, asomado desde la ventana del copiloto que estaba abierta, Emilio disparó dos tiros, quizás esos dos que impacta- ron a la muchacha, que en todo momento daba gritos desesperados de auxilio. El chofer del taxi, en tanto, estaba mudo, en estado de shock, sin atinar a avanzar. El coronel ya no se movía ni, al parecer, respiraba".

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Ramiro, hoy preso en Chile. FOTO: Eduardo Ramirez/ PODER JUDICIAL VIA AGENCIAUNO[/caption]

"Ese fin de semana, el Negro viajó a El Quisco con un grupo de amigos, en su mayoría ex compañeros de colegio. Es casi seguro que ninguno de ellos sabía lo que su compañero ha- bía hecho el jueves, a excepción quizás de la amiga que el día anterior lo acompañó hasta una zapatería Bata de Irarrázaval esquina Chile-España donde él compró zapatos escolares.

El Negro no le comentaba de su vida subversiva a sus amigos, y sus amigos tampoco le preguntaban, aun cuando se desaparecía por semanas o se mostraba ambiguo e impreciso sobre lo que hacía o había hecho en el día a día. A fines de los ochenta, incluso, lo despidieron con una fiesta porque contó que se iba por varios meses a París para visitar a una tía de la que nunca nadie había escuchado antes, y contó también que como le salía más barato volar desde Lima, viajaría a esa ciudad en bus. Al día siguiente de la fiesta, dos de sus compañeros lo fueron a dejar al terminal de buses, porque claro, al Negro le tenían cariño y porque en esos días no cualquiera se iba de viaje fuera de Chile, y menos a París. Pero ocurrió que dos o tres semanas después de su partida, estaba de regreso en Santiago, argumentando que había tenido que acortar el viaje, sin entrar en detalles.

El Negro tenía esas cosas y sus amigos lo querían así, sus buenos amigos, y a lo más, cuando caía en inconsistencias manifiestas, lo ridiculizaban con cariño, tal como ocurrió esa vez en que un amigo, uno que sí había estado en París, le preguntó qué le había parecido la ciudad y el Negro contestó que magnífica, espléndida, maravillosa, de principio a fin. Pero qué era lo que más le había gustado, quiso saber el amigo, y ahí el Negro, improvisando una respuesta, dijo que apenas llegó a París, a la salida del aeropuerto, le impresionó el Arco de Triunfo. Qué raro, hizo saber el amigo, convencido del embuste: deben haber cambiado de lugar el Arco de Triunfo".

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Palma, detenido en su juventud frentista.[/caption]

"El Negro, se supone, estaba dedicado a la fotografía y seguía haciendo su vida como si nada, siempre cerca de los amigos y de su polola, la Miska, aunque habría que decir que cada vez era más frecuente que anduviera sin ella. La Miska, a decir de una amiga de ambos, a veces se quejaba de que el Negro se comportaba como un pendejo, inmaduro, descomprometido con la relación, y ella, que era autosuficiente y vivía su propio proceso al interior de la organización, tenía una vida independiente de la de él.

De hecho, la Miska no estuvo en ese paseo a El Quisco, del que quedó una serie de fotos en blanco y negro que entregan señales valiosas. En una de ellas el Negro está sentado en el living de la casa, de chaqueta de mezclilla, lentes oscuros y pies cruzados, asomando la cabeza por sobre una edición del día de La Tercera abierta de par en par entre sus manos. El titular, según se alcanza a ver en la foto, dice: Ocho terroristas planearon crimen. En el epígrafe del título, en tanto, se lee: Carabineros entregó retratos hablados de los que mataron al coronel.

Los retratos hablados se reproducen en portada, al costado de la foto del ataúd del coronel, rodeado de su esposa y sus hijos, dos de ellos militares. El Negro —que se ve tranquilo, quizás aliviado, dejando entrever una cierta complacencia— se informa de las novedades del caso y, la verdad, no se parece en nada a ninguno de esos dos rostros que busca la policía".

"Y hay otra cosa importante de saber.

Para comienzos de 1991, la relación entre el Negro y la Miska está a mal traer y se pondrá peor. En los hechos están terminados, aunque cada tanto se ven, vuelven y terminan otra vez. Mientras él está de lleno dedicado al Grupo de Tareas Especiales, ella, en su papel de ayudista, se encuentra destinada a otra estructura y pronto será asignada a trabajar con Ramiro, sin que el Negro se entere.

Las cosas no pintan bien para el Negro ese verano de 1991, que sigue parado en esa calle perpendicular a El Bosque, de short y polera, esperando el paso de los autos del general Forestier. Tiene asignado un fusil automático, al igual que Emilio y otros dos compañeros, pero no el lanzagranadas que a su juicio puede marcar una diferencia. Ya puede ocurrir cualquier cosa, y lo que ocurre es que por fin los autos del general aparecen por esa calle perpendicular a avenida El Bosque, como todos los días cerca de la misma hora, pero en vez de avanzar hasta donde está la camioneta doble cabina con el bote zodiac sobre el techo, donde se ocultan las armas, los autos del general giran poco antes por una calle por la que nunca han girado antes, rompiendo la rutina.

El Negro, y probablemente el resto de sus compañeros, suspiran aliviados. Entonces, como la misión queda abortada, se pone en marcha un plan para matar al senador."

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Silvia Brzovic, Miska, hoy asilada en Francia.[/caption]

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