Columna de Rodrigo Guendelman: Las vidas de San Francisco

Fachada de la Iglesia San Francisco en la Alameda, en julio pasado. Foto: Andrés Pérez


Por Rodrigo Guendelman, Conductor de Santiago Adicto de Radio Duna

Los arquitectos y académicos Rodrigo Pérez de Arce y Emilio De la Cerda presentaron esta semana un libro imprescindible para cualquier ciudadano que se interese en temas patrimoniales, arquitectónicos, urbanos e históricos. Su nombre es Las vidas de San Francisco, Arquitectura, patrimonio y ciudad (Ediciones UC y Centro UC Patrimonio Cultural). Se trata de una publicación que indaga acerca de la importancia del convento e iglesia de San Francisco en Santiago, así como en otras nueve ciudades latinoamericanas donde la orden franciscana ha dejado un legado que perdura por más de cuatro siglos.

La investigación incluye a más de 20 colaboradores, locales e internacionales, que fueron invitados a participar en el texto, así como cientos de planos, fotografías históricas y reconstrucciones planimétricas, lo que hace que el libro sea, al mismo tiempo, “un atlas de la memoria franciscana en el continente”, escribe en el prólogo Umberto Bonomo, director del Centro del Patrimonio Cultural de la Universidad Católica.

Tal como lo describen en el libro sus autores, el convento e iglesia de San Francisco es uno de los hechos históricos, arquitectónicos y urbanos más destacados de Santiago. Eso bastaría para contestar la pregunta acerca de por qué dedicar muchísimas horas de investigación y redacción a este texto. Pero cuando uno es testigo, a través de la lectura, del esfuerzo y la profundidad de este trabajo, entiende que hay algo más.

Hay más cuando se dedica un capítulo de 170 páginas a analizar 10 enclaves franciscanos en 10 ciudades distintas del continente. Hay más cuando Emilio y Rodrigo se presentan como editores, pero escriben una buena parte de las más de 400 páginas que tiene el texto. Hay más cuando se entrega un libro sobre un hito patrimonial, pero esa condición de patrimonio es sólo una de las múltiples facetas que se analizan acerca de este espacio urbano y, cuando ese producto final no es sólo un libro, es también un atlas con una impresionante cantidad de información visual. Y hay más cuando se integran ocho propuestas para pensar en el futuro o simplemente en las posibilidades que ofrece este hito de Santiago.

Se aprende y se disfruta leyendo Las vidas de San Francisco. Uno se entera -yo al menos- de que el nombre completo de la ciudad de Caracas es Santiago de León de Caracas; que durante el siglo XIX la iglesia de Santiago sufrió transformaciones que fueron borrando sus líneas coloniales, desde el color rojo que remplaza al blanco hasta capillas laterales que desaparecen; que en algún momento la extensión del convento iba desde la Alameda hasta el Zanjón de la Aguada, convirtiéndose así en el primer caso de extensión de la ciudad a partir de un complejo religioso, lo que serviría después como modelo para otros casos similares. Era, en la práctica, una miniciudad amurallada y un caso de “ocupación religiosa de territorio”.

Sin embargo, algo muy importante sucedió en 1969. Ese año se realiza la apertura del Museo de Arte Colonial, lo que relega a los frailes franciscanos al segundo piso. Pero en realidad es mucho más que eso: es la primera vez después de cuatro siglos que el convento se abre a la ciudad. Y esa apertura es fundamental para entender el vínculo contemporáneo entre este espacio urbano y sus habitantes. Hay otro momento que es destacado con lujo de detalles en el libro y que es anterior. Se trata de la construcción del barrio París Londres (1927) en la manzana franciscana, lo que constituye una de las primeras estrategias reconocibles de rehabilitación urbana. En el libro se estudia el barrio casa por casa, así como el hotel Plaza San Francisco, el edificio de estacionamientos San Francisco 75, los sitios eriazos de la zona y hasta las cubiertas o quintas fachadas de los edificios que rodean la iglesia. Son las “piezas del barrio”. Los vecinos de la iglesia, el convento y, desde hace 54 años, el museo.

La investigación liderada por Emilio De la Cerda y Rodrigo Pérez de Arce nos permite conocer, además, la larga y extensa sucesión de proyectos y propuestas que tuvo el enclave franciscano de Santiago durante la segunda mitad del siglo XX y principios de este siglo. Arquitectos como Juan Benavides, León Rodríguez, Rodrigo Márquez de La Plata, José María Peña, Raúl Irarrázabal, Hernán Rodríguez, Montserrat Palmer, Ernesto Labbé, Raimundo Lira y Patricio Schmidt “dan cuenta de las diversas posturas asumidas en el siglo pasado respecto de cómo enfrentar el espacio patrimonial en términos doctrinarios y proyectuales”. Algunos de esos proyectos se llevaron a cabo y muchos no, pero sin duda que este espacio tan especial de Santiago ha estado expuesto a cambios relevantes en su forma arquitectónica.

Vuelvo al capítulo sobre la presencia franciscana en Latinoamérica. Es fascinante comprobar como estos enclaves han sobrevivido a pesar de complejos desafíos urbanos y sociales, ya sea la llegada del metro (Quito), su uso para otros fines (Caracas), la pérdida de hitos importantes como el convento (Bogotá), la supremacía de la arquitectura moderna en la visión urbana (Río de Janeiro), un plan regulador que divide en dos el conjunto (Lima), la demolición del claustro (La Paz), profundos cambios al estilo arquitectónico de la fachada (Buenos Aires) o la ausencia de franciscanos en la iglesia (Montevideo). Y eso que no hemos mencionado los terremotos.

Volvamos a Santiago. El libro cierra con un capítulo dedicado a un evento ocurrido en noviembre de 1978: la Exposición internacional de Plástica del Año de los Derechos Humanos, realizada durante tres días en la Iglesia San Francisco. Fueron 178 obras de grandes artistas nacionales e internacionales “ubicadas en paneles dispuestos a lo largo de los corredores claustrales, dando cuenta de la masiva respuesta que obtuvieron en el extranjero los organizadores”, escribe Gonzalo Carrasco Purull.

Esta columna apenas alcanza a esbozar el fantástico e inmenso trabajo que hay detrás de Las vidas de San Francisco. Es un spoiler mínimo, un “trailer” cuyo único objetivo es provocar que usted elija este libro para devorárselo este verano 2024 y que, luego, ocupe un lugar destacado de su biblioteca personal.

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