Columna de Álvaro Pezoa: Una noche normal



Tuve que acompañar durante largas horas a un familiar a la Urgencia del Hospital El Salvador. Ocurrió en la noche del viernes y toda la madrugada, hasta la mañana del sábado pasado. Salvo para los enfermos o accidentados, se trató de una noche normal en la vida cotidiana de la RM. La oportunidad me regaló la posibilidad de aquilatar, una vez más, la situación en materia de salud que experimenta la gran mayoría de la población: precaria es una palabra amable para describirla.

Es justo partir diciendo que lo más destacable, con diferencia, es el esfuerzo que realizan los equipos profesionales por otorgar una atención que resuelva los apremios, muchos graves, que enfrentan los pacientes. Además, en general, con buena disposición y trato; no sin alguna excepción de rudeza o marcada indiferencia. Todo esto, acontece en condiciones materiales abiertamente desfavorables, partiendo por los espacios físicos. La infraestructura es francamente insuficiente, la carencia de camillas, de boxes, y capacidad de aislamiento efectiva es conmovedora. La mayoría de los denominados “box” no son más que unas antiguas, mal tenidas e incómodas sillas de sala de espera, pegadas una a la otras, numeradas en papel de impresora en las murallas, donde circulan sin pausa compañeros ocasionales de padecimientos. Allí, las personas pasan larguísimas horas esperando cumplir las diversas etapas de sus respectivos tratamientos, teniendo ahí mismo sus tomas de muestras sanguíneas, recibiendo las dosis de sueros o nebulizaciones indicadas, siendo inyectados con los fármacos prescritos e incluso transfundidos de sangre. De paso, sufren una ventilación que funciona por apertura de ventanales, la que somete directamente a “chiflones” fríos a los aquejados. No pocas entre ellas, esperan otras tantas horas para poder ser hospitalizadas, en medio de dolores, inflamaciones o toses porque, lisa y llanamente, no hay una sola cama disponible en todo el establecimiento donde acomodar a quienes deben ser trasladados para un proceso de cirugía o terapia de más largo aliento.

Ni hablar de las condiciones estéticas: estas son deplorables; transmiten una impresión de obsolescencia, descuido, desorden, hasta de suciedad, cuestión esta última nada secundaria en un recinto hospitalario. Los baños, a veces debidamente limpios, no tienen tapas, ni siquiera asientos. ¡Qué más decir! Francamente, desolador, lúgubre, sórdido.

¿Esta es la salud de Chile? ¿Se trata de un problema de cantidad de recursos o de gestión de aquellos? ¿Llegan los impuestos a su destino de modo eficaz y eficiente o se fugan en el camino por efectos de la burocracia, la displicencia o la venalidad? Qué doloroso resulta observar, al mismo tiempo, cómo los corruptos se llevan, a vista y paciencia de todos, los recursos por millones (de dólares); o congresistas que ofrecen espectáculos despreciables por obtener una “cuotita de poder”, mientras hay tanta necesidad de servicio digno a la ciudadanía. ¡No hay moral!

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía

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