Columna de Carlos Meléndez: Ciclón electoral



Un nuevo “ciclón” electoral recorre América Latina. A la elección del centroizquierdista Bernardo Arévalo en Guatemala (movimiento Semilla), se le sumará la del ganador del ballotage entre Luisa González (correísmo) y Daniel Noboa (ADN) en Ecuador, así como la resultante de la definición entre Javier Milei (libertarios), Patricia Bullrich (macrismo) y Sergio Massa (peronismo). El balance preliminar ha dejado a Phds en ciencia política y a estrategas de la comunicación, perplejos, mudos, inmóviles. Candidatos que un mes antes de la primera vuelta electoral no sumaban ni un 5% (Noboa), han logrado pasar a la segunda con el 60% de aceptación, pocas semanas después (Arévalo). En Ecuador, sucumbido a la violencia criminal, con, incluso, el asesinato de un candidato presidencial (Fernando Villavicencio), la “mejor” imitación de Bukele, Jan Topic, no llegó ni a sumar el 15% de los votos. En la tierra donde “la economía va mal, pero la política va bien” (Argentina), se erige a Javier Milei, el más devastador outsider que haya parido la democracia latinoamericana.

Las reglas de la política están implosionando. Así que a los politólogos nos toca recoger las partes del piso y constatar que la pieza clave de la democracia, su premisa fundamental, el voto, se está rompiendo. Al menos en sistemas presidencialistas, el voto ha dejado de ser un vínculo positivo y duradero. Ha cesado su cometido como lazo de unión entre políticos y ciudadanos, como cadena de transmisión de mandatos y que permite la rendición de cuentas, el accountability vertical. Ahora los “triunfadores” en las urnas deben comprender que los votos no son suyos, quizás, ni siquiera prestados. Así como los partidos no volverán a ser lo que fueron, ahí donde no hay bipartidismos sólidos, el voto ha dejado de cumplir su función de núcleo de la representación política. Con los votos ya no se elige, se descarta, y ese cambio de significado hace trastabillar todo lo que entendíamos como juego democrático.

Esta catástrofe no se explica sin enfocar el análisis en las identidades negativas. El voto se ha envilecido: no expresa endoso, sino rechazo; da igual si contra uno (el correísmo en Ecuador, Sandra Torres en Guatemala) o contra “todos” (peronistas y macristas en Argentina). En el “mejor” caso, el voto se ha frivolizado y convertido en una sorna (Milei), o simplemente ha claudicado ante la indiferencia (ausentismo) de los exvotantes. Quienes apelan al voto “anti”, que son mayorías nacionales, hacen crecer a “mini candidatos” (de iniciales exiguas probabilidades de éxito) hasta convertirlos en presidentes (Castillo en Perú, Arévalo en Guatemala), pero no les otorgan mayorías parlamentarias. El voto “anti” genera Ejecutivos desprotegidos en el Legislativo, lo cual acarrea serios problemas de gobernabilidad. En contextos institucionales proclives a la inestabilidad (Perú, Ecuador, Guatemala), el “elegido” mediante el voto “anti”, desamparado en el Congreso, tiene altas probabilidades de no terminar el periodo que le fue encargado (por descarte).

Por todo ello, estamos abocados a repensar las reglas de juego de la política, ahora dominada por un voto con significado distinto, que no endosa mandato ni representación duradera, y que no funciona para la democracia, tal y como la hemos concebido hasta ahora.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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