Columna de Carolina Tohá: Gobernar es priorizar

AGENCIAUNO


Por Carolina Tohá, ex ministra y ex alcaldesa de Santiago.

Las izquierdas son fuerzas políticas nacidas al fragor de la crítica social, cuyo recorrido ha estado ligado a la denuncia de las abundantes injusticias e inconsistencias de la sociedad. La legitimidad forjada al fragor de esas luchas es una fortaleza gigantesca, que alimenta una mística poderosa y movilizadora, pero que con facilidad se convierte en muletilla. Una vez que se conquista la posición de justiciero es fácil utilizarla a conveniencia, y dejar decaer los músculos del debate para reemplazarlos por los de la superioridad moral.

Quizás por eso el uso de las acusaciones éticas como arma política es tan frecuente en las izquierdas. Hay una larga historia de contiendas contingentes cubiertas por recriminaciones que apuntan a la integridad de la contraparte. Sus versiones más extremas son las purgas que condujeron a verdaderas razias de los adversarios políticos, como aconteció en los países de la órbita soviética, pero sus expresiones son también menos radicales, como sucede en las funas y las cancelaciones, o más prosaicas, como resulta con la retórica política que acusa de desviacionismo o corrupción a un adversario cuando se vuelve difícil discutirle con argumentos.

En Chile no tenemos en la izquierda nada parecido a las persecuciones soviéticas, pero estamos viendo frecuentemente prácticas que recurren a la funa. En el movimiento estudiantil, por ejemplo, se dan actitudes que van desde el aislamiento social a la agresión física cuando hay discrepancias respecto de las orientaciones que proponen los sectores más radicales. Otro ejemplo son las conductas hacia autoridades, como los ataques que recibió Sergio Micco por su gestión a la cabeza del Instituto Nacional de Derechos Humanos, o el colectivo socialista cuando votó contra el informe de medioambiente en la Convención, o el propio Presidente Boric cuando firmó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. También vemos, por otra parte, muchos discursos moralizantes, partiendo por el Frente Amplio, que ha sido un promotor de ese estilo.

La renovación del socialismo tuvo entre sus aprendizajes una toma de distancia respecto de esta escuela. Se entendió que el peligro de hacer política desde un púlpito era la banalización de los valores y su instrumentalización como herramienta de manipulación, que impide pensar críticamente. La moralina política termina adormeciendo la ética en lugar de estimularla. Para tomarse en serio la relación de la acción política con los valores funciona poco señalar con el dedo las conductas ajenas, lo que sirve es tener un discernimiento permanente sobre lo que uno mismo y los suyos deciden o hacen.

Lo del ministro Jackson esta semana tuvo un tono menor en esta escala. Sus palabras no buscaban hacer imputaciones ni instalar un juicio histórico sobre el pasado reciente. Él intentó, apenas, salir del paso de la pregunta incómoda de un gamer que lo desafió a demostrar que el suyo era un gobierno distinto a los anteriores. Hay mucha gente ofendida por sus dichos, y es comprensible. Sin embargo, hubiera sido bastante más útil ofenderse la mitad cuando estos discursos se comenzaron a instalar, hace algunos años. En esa época, parte de la ex Concertación y ex Nueva Mayoría evitó entrar en el debate y dar razones de lo obrado en los anteriores gobiernos de centroizquierda. Algunos miraron al cielo, otros dijeron que nunca estuvieron de acuerdo y, otros más, se sumaron a la ola de críticas destempladas.

El hecho es que los anteriores gobiernos merecen un análisis crítico, tanto en su perspectiva política como desde el punto de vista de su integridad ética. Sus luces y sus logros, que son muchos, y sus sombras, que las hay. Saldrán más que bien parados de ese balance. Lo grave de las palabras del ministro Jackson no es que haya hecho una gran acusación, sino más bien la liviandad con que dijo lo que dijo. Mal que mal, esa historia del pasado reciente es también suya a estas alturas. Aprender de ella les servirá bastante más a él y a su generación que seguir señalándola con el dedo. Y lo primero que hay para aprender en esa experiencia es que gobernar es priorizar. Chile toma una decisión demasiado importante en cuatro semanas más y ningún líder político debiera desviar el foco de ahí.

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