Columna de César Barros: Valentía y coraje

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Sergio de Castro (QEPD) fue sin duda el ministro más importante de nuestro país después de don Diego Portales. Fue mi profesor, socio y amigo. Harto se ha escrito sobre su historia y su legado: las bases del sistema que permitieron los 30 años de mayor crecimiento en Chile, y que de haber continuado, hoy seríamos un país desarrollado.

Quisiera llamar la atención sobre dos medidas cruciales que Sergio y su equipo implementaron. La primera: la libertad de precios. En septiembre de 1973, la Dirinco tenía fijos cerca de 5.000 precios, lo que se transformó en mercados negros de todo tipo. Lo notable es que la liberación de precios no fue del gusto de los empresarios de la época, que preferían una fijación de precios “amistosa”, que les asegurara un margen seguro y una rentabilidad ídem. Reclamaron, y cuál sería su sorpresa cuando se les dijo que cada uno pusiera el precio que mejor les pareciera, y que existía un concepto ya olvidado por ellos: la competencia. Sergio y su equipo se enfrentaron en esto a los gremios empresariales y también a los militares: todos encontraron las medidas precipitadas, mal pensadas y catastróficas: ellos querían cortarle la cola al chancho de a pedacitos. Hoy tener una Dirinco y precios fijos parece película de ficción, pero era la realidad de esos años.

La segunda, fue la rebaja arancelaria desde el 100% (¡¡promedio!!) al 10%. Aquí la Sofofa y la CPC se pusieron pesadas. Que eran economistas teóricos, de libro y cuaderno. Que nunca habían manejado una empresa. Que se rompería el tejido de la sociedad. Lo invitaron a almorzar al Country Club, y discurso tras discurso, expusieron sus argumentos en contra de la rebaja arancelaria. Sergio los miraba y no decía ni pío. Al llegar al café, muy tranquilo les dijo: “si siguen pensando así, van a quebrar todos”. La verdad es que el sistema de tarifas de importación diferenciada (alta para los bienes finales y baja para los insumos) permitía a unos pocos hacerse ricos con muy poco esfuerzo: se importaban partes y piezas con un arancel bajísimo, se armaban las cosas con mano de obra barata, y se vendían a precio de oro.

Y así terminaron las armadurías de autos, y nos pudimos bajar de las citronetas y renoletas, para a lo menos andar en autos japoneses chicos, pero de calidad. Y reemplazar los televisores Antu y Bolocco por otros mucho más baratos. También quebraron las textiles, que tenían el mismo beneficio, y así pudimos comprar blue jeans Lee o Wrangler, sin ir a Mendoza, o tener que conformarnos con los de El Águila. Y esa liberación afectó al dólar real, y los agricultores pudieron exportar vino y fruta, a precios libres, con un cambio razonable, y sin pagar precios altísimos por sus insumos y maquinarias (que también “se armaban” en Chile).

Lo que ahora es parte de nuestra realidad, se lo debemos en gran parte al ministro Sergio de Castro, a su visión, a su valentía enfrentando al lobby empresarial y militar de la época. Una vez -discutiendo con Pinochet- el general le dijo: “mire ministro, al final yo tengo el sartén por el mango” y Sergio, sin amilanarse, le contestó: “Presidente, si insiste, capaz que se quede con el puro mango”. No cualquiera se atrevía a algo así. Y su audacia y valentía, fue su grandeza.

Por César Barros, economista

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