Columna de Daniel Matamala: Se llama misoginia

Los diputados del Partido Republicano.


Durante años, Johannes Kaiser publicó una larga serie de comentarios insultantes contra las mujeres, con una especial fijación en culparlas de la violencia sexual contra ellas.

“Esas feministas que aparecen ahora, diciendo haber sido violadas y que no denunciaron a tiempo a sus agresores, son cómplices de las violaciones que estos pudieron perpetrar, gracias a su silencio”, dijo.

Cuestionó su derecho a voto: “es una especie de esquizofrenia. Las mujeres dejan de ir al parque a trotar porque tienen miedo a inmigrantes que las pueden violar, pero siguen votando por los mismos partidos que están trayendo a esa gente y tú realmente te preguntas si el derecho a voto fue una buena idea”.

Habló de condecorar con “una medalla de honor” a los “violadores de mujeres feas”, escribió que “62% de las mujeres tiene la fantasía de ser violadas y al mismo tiempo salen a la calle a protestar”, y explicó que no tenía pareja porque “ya casi no quedan mujeres que quieran quedarse en la casa para servir y dar placer al marido, y para mantener a una weona empoderada prefiero volverme maricón”.

El líder republicano José Antonio Kast hizo campaña junto a Kaiser, de quien destacó “tu labor increíble a través del canal de YouTube, tenemos que potenciar lo que tú estás haciendo”. Kaiser “se ha hecho famoso entre todos nosotros por sus aciertos comunicacionales y por siempre estar marcando la pauta”, decía Kast.

Kaiser fue elegido diputado por el Partido Republicano, y pocos días después se viralizaron sus comentarios. Ante la ola de indignación, Kast, entonces en campaña para la segunda vuelta presidencial, rechazó sus dichos y negó haberlos conocido. Kaiser renunció al partido.

En la misma bancada fue electo Gonzalo de la Carrera, con un historial de falsas acusaciones y comentarios machistas contra políticas mujeres. Su último escándalo lo desató con una frase burlona contra la ministra Izkia Siches. Cuando la diputada Marcela Riquelme pidió que se le sancionara por ello, De la Carrera la trató de “estúpida” y luego golpeó a un colega.

“Lo de Gonzalo de la Carrera no es una enfermedad. Es ejercicio de machismo puro y no es la primera expresión”, reaccionó la ministra de la Mujer. El Partido Republicano anunció su expulsión, en un punto de prensa con la participación de… ¡Johannes Kaiser!, ya reintegrado a su bancada.

Esta semana, dos diputados del mismo partido presentaron un proyecto de ley para criminalizar el aborto en caso de violación. Siguen así el programa de primera vuelta de Kast, quien además prometía eliminar el Ministerio de la Mujer.

El proyecto de Cristóbal Urruticoechea y Harry Jürgensen también aumenta las penas para las mujeres que se hagan un aborto, hasta un mínimo de 5 años y 1 día, y un máximo de 10 años, lo que asegura que una víctima de violación, que quede embarazada y aborte, deba ser encarcelada.

Urruticoechea “razonó” que “una mujer que ha sido violada y aborta, no se desviola”. Luego, mostrando una ignorancia supina, “argumentó” que “tiene que ser una violación reiterada para que una mujer quede embarazada”.

Al negar que una víctima de violación pueda quedar embarazada si esta no es “reiterada”, pone en duda el testimonio de las víctimas y centra la culpa en ellas. Y al hablar de “desviolar”, niega el daño adicional que significa para una mujer agredida ser forzada por el Estado, bajo pena de cárcel, a llevar a término un embarazo traumático e indeseado. “Las mujeres somos personas, no objetos a los que se les ‘deshace’ algo”, le contestó la ministra, enfatizando que gran parte de las víctimas a las que se quiere criminalizar son adolescentes, o incluso niñas menores de 14 años.

Antes, esos mismos diputados habían oficiado a la Universidad de Chile, exigiendo información “sobre planes de estudio que se refieran a temáticas relacionadas con estudios de género, ideología de género, perspectiva de género, diversidad sexual y feminismo (…) individualizando a los funcionarios o docentes que están a cargo de ellos”.

Esta seguidilla de hechos no son casualidad. Hace tiempo que en el mundo se advierte una explosión de discursos machistas en la política, especialmente desde la extrema derecha.

Una investigación de la BBC y el Instituto para el Diálogo Estratégico demostró que en Europa los ataques de seguidores de la extrema derecha contra mujeres son más frecuentes y agresivos que contra sus colegas hombres, y que se centran en su físico y en amenazas de ataques sexuales.

El académico Jan-Werner Müller advierte que “el verdadero problema para muchos miembros de la extrema derecha es el liberalismo y, en particular, la liberación de la mujer de las leyes y normas sociales que aseguran la dominación masculina”. Por eso buscan restablecer “la autoridad patriarcal para tomar decisiones sobre el cuerpo de la mujer”.

La pirámide de la violencia parte con el lenguaje sexista y va escalando a las agresiones verbales, el acoso y la violencia física. Una sociedad que naturaliza el machismo legitima discursos cada vez más extremistas.

El experto en ultraderecha Cas Mudde advierte la emergencia de un “sexismo hostil”, que “cosifica y degrada a las mujeres”, y las considera “moralmente corruptas”. Esos son los antros de Internet en los cuales el discurso de Kaiser se hizo popular.

El asesino de Utoya, que mató a 77 personas en Noruega, se justificó con un manifiesto en que abogaba por una sociedad de mujeres sometidas, y planeaba decapitar a quien fuera la primera mujer jefa de Gobierno de su país. En California, Toronto y Florida, se han registrado ataques mortales dirigidos específicamente contra mujeres, por parte de hombres que participan en foros virtuales de ultraderecha.

Después de todo, ¿qué mensaje damos cuando parlamentarios se burlan de las víctimas de la violación, o las presentan como criminales, y siguen tan campantes en sus puestos? ¿Qué entienden aquellos dispuestos a ejercer la violencia contra la mujer, con la normalización de discursos como estos?

Por eso, una primera responsabilidad es llamar a las cosas por su nombre. Y esto se llama misoginia.

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