Columna de Diana Aurenque: Democracia (des)amparada

Beatriz Hevia en La Moneda junto a José Antonio Kast hace cinco años, cuando coordinaba temas universitarios con el líder republicano. Foto: Agencia Uno.


Gracias a pesquisas como la Bicentenario o la reciente de la CEP, interrumpimos el sesgo algorítmico y la fragmentación, aprendemos más sobre quiénes somos y podemos diagnosticar mejor la crisis política en Chile. Por ellas sabemos, por ej., que la sociedad civil se encuentra tan fuertemente atomizada y segmentada que articular alternativas políticas que cohesionen grandes mayorías es cada vez más difícil. Pero el Partido Republicano (PR) lo logra. ¿Por qué?

Pese a la fragmentación, Chile demuestra una preocupación transversal por la seguridad y el orden. Así, en cuanto estos temas han sido centrales para el PR, se explica su popularidad -no por fake news o ignorancia-, sino porque capitaliza con una necesidad psicológica. Ya Maslow en su jerarquía sobre necesidades humanas sitúa inmediatamente tras las fisiológicas (comer, respirar, etc.) la necesidad por seguridad y protección, antes que las de afiliación, reconocimiento y autorrealización. Dicho esto, mientras los chilenos no se sientan seguros y protegidos por el Estado, valores más abstractos como la empatía, la solidaridad o el respeto a la institucionalidad democrática no serán prioritarios para las grandes mayorías. Tampoco el proyecto de una nueva Constitución -que según el CEP le interesa a menos del 49% del país.

Aunque algunos vemos la popularidad del PR con preocupación, poco aporta demonizarlos. Más bien, hay que entender por qué avanzan. Y aquí otra cuestión juega un rol importante. En Chile, como indica Juan Pablo Luna, contamos con una “democracia desarraigada”, es decir, con un sistema democrático y partidista funcional, pero que carece de “legitimidad y empatía” por parte de sus representados, el pueblo. He aquí otra forma de explicar la desconexión entre élite y pueblo planteada también por otros analistas como Hugo Herrera.

Justo con aquella necesidad de “legitimidad y empatía” parecen conectar hoy mejor los republicanos. Pero no solo por temas de seguridad, sino porque su discurso se sostiene desde una legitimidad más grande que proporciona arraigo a buena parte de los chilenos: la patria, la familia y Dios. Tres conceptos que, en su sentido existencial, suministran un sentido trascendente a la vida y la organización social; una que compromete al individuo con algo concreto y colectivo; su tierra, sus hijos, su trabajo, su propiedad, etc.

El conservadurismo crece a causa de un gran desamparo: porque le dan nuevos/viejos dioses y estabilidad a una vida que, de tan atea y racionalista, se volvió solitaria, soltera, individualista, intercambiable, en síntesis, nihilista. Desde la centroizquierda e izquierda no hemos logrado ofrecer un sentido trascendente renovado semejante capaz de ofrecer un nuevo amparo. No solo por el “fin de los grandes relatos”, sino porque las luchas de la “nueva izquierda” se hayan atadas o a dolores del pasado o a ideales morales abstractos que desatienden el malestar actual básico ciudadano. Uno al que, comprensiblemente, poco le importa la nueva Constitución o la equidad, si teme salir de su casa.

Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile

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