Columna de Diana Aurenque: ¿Disfrutar la vida?



Hace poco se dieron a conocer los resultados de un revelador estudio realizado por la Escuela de Psicología de la Universidad de los Andes. Entre los aspectos más interesantes que se informan destacan tres: 1. Que un 57% de los chilenos señala que tiene estrés siempre, casi siempre o buena parte del tiempo. 2. Que respecto de la misma pregunta en grupos socioeconómicos más desfavorecidos (D y E) el porcentaje asciende a un 62%, mientras que en el grupo más rico (ABC1) es un 46%. Y 3. Que el 47% de los chilenos afirma que nunca, casi nunca o pocas veces siente disfrutar la vida.

Los resultados son preocupantes. Pues, pareciera ser cada vez más necesario -y urgente- atender no solo a las razones por las que los ciudadanos se inclinan electoralmente por determinados actores o sectores políticas, sino también identificar el estado de ánimo general imperante en una sociedad.

Si el diagnóstico psicopolítico es correcto y aceptamos que la política se trata de la administración y gestión de las emociones de grandes mayorías (ira, miedo, resentimiento, etc.) el análisis político debe considerar el grado de plenitud o descontento de sus ciudadanos para redefinir sus prioridades. No cabe duda de que estadísticamente hablando la vida de los chilenos ha mejorado objetivamente. No obstante, existe un descontento anímico subjetivo fundamental que no solo se mantiene, sino que posiblemente crece silenciosamente.

¿Qué nos dicen los datos del mencionado estudio? Que en Chile la gente puede pertenecer al sector más rico y no por ello ser más plenos que los más desfavorecidos. Que la variante económica, por sí sola, no va acompañada de mayor plenitud -uno mucho mayor en el caso de los sectores más vulnerables.

En Chile se trabaja mucho y se disfruta poco. Eso es un indicador relevante al momento de comprender la apatía generalizada y la desconfianza institucional hacia la clase política. Nos indica también razones para comprender las altas tasas en el consumo de alcohol, drogas y fármacos de todo tipo. Si el estrés se ha vuelto una constante habitual en la vida de las personas; si estamos sumidos en un nerviosismo crónico, se vuelve comprensible que llevar la vida sin herramientas anestésicas se torna una tarea casi heroica.

¿Cómo actuar entonces? Si bien un político no es comediante, ni psicólogo, ni animador, desde esta situación anímica se comprende que algunos líderes asumen precisamente ciertas características de estas figuras -pensemos en Milei en Argentina-. La fórmula “pan y circo” ha sido desde siglos una estrategia política empleada justamente para el manejo de las emociones de grandes mayorías. Pero existen otras vías.

Una alternativa razonable no es solo asegurar el empleo, sino ofertar mejores empleos; con buenos salarios, pero también con reconocimiento social, y más fundamentalmente de garantizar mayor tiempo para el disfrute (jornadas laborales más cortas, más vacaciones, etc.) Y por supuesto, identificar los trabajos en los que se aprecian altos índices de depresión, ansiedad y estrés, y ofrecer estrategias de salud pública focalizada en la salud mental.

Más allá de las prioridades evidentes, existe también la necesidad silenciosa, pero esencial de la política actual, de atender el descontento anímico y evitar a toda costa estrategias narcotizantes y oportunistas del “pan y circo”.

Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile

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