Columna de Diana Aurenque: “La casa de todos”: ¿sin padres?



En los años 90, la antropóloga Sonia Montecinos advirtió que Chile desde la colonia se ha constituido como un país de “madres” y “huachos”. Más allá de que hablar de “huachos” es despectivo y que por la Ley de Filiación (1999) ya no se diferencia entre hijos legítimos, ilegítimos o naturales, la paternidad sigue siendo un tema en disputa. Asimismo, y si es cierto, como advierten Freud o Lacan, que la construcción del significante del padre tiene una función fundamental en la constitución de la subjetividad y modela inconscientemente nuestro estar en el mundo, quizás es la orfandad paterna un dato importante para comprender nuestra psicopolítica. ¿Será por ello que nos cuesta tanto ordenar constitucionalmente la “casa de todos”?

A propósito de los retiros del 10% nos enteramos de que un 83% de padres adeudaban pensiones alimenticias. Por ley, el monto mínimo por hijo es de un 40% del sueldo (30% si hay más hijos). En general, se trata de un monto que agobia a muchos. Pero cuando les recuerdo a los agobiados que, en caso de custodia compartida, ya no corre dicho monto, parecen comprender que el costo se debe a que también valoriza el tiempo que dedica la madre al cuidado de los hijos.

Pero algunos critican con otro argumento y sostienen que no eligieron ser padres y que, si la maternidad debiera ser elegida -como defienden feministas-, lo mismo debería correr para ellos. Renunciar a la paternidad (lo propuso una candidata del pacto de Milei), por ejemplo, parece así ser una medida progresista. Sentado en que la interrupción del embarazo sea voluntaria durante los primeros tres meses y sin causa mediante, como en Argentina, impulsar dicha medida sí podría tener un sentido igualitario.

Pero no estamos en Argentina. En Chile, un aborto solo puede ocurrir en tres casos muy puntuales y críticos, y, además, como decía, tenemos por desgracia una tradición larguísima de paternidades ausentes. Por ello, se justifica el monto por pensión y que renunciar a la paternidad en nuestro contexto significaría retroceder y amparar una mayor desprotección de las mujeres, de los hijos y de las hijas.

Afortunadamente, y pese a la pugna generacional, cada vez son más los padres “presentes”; padres que no solo cumplen con las exigencias legales, sino que las superan; padres que asumen media o plena custodia, se cuestionan su rol, expresan sin vergüenza sus emociones o son aliados con las madres -aun sin ser pareja o amigos-; la mayoría sin modelo a seguir, maltratados o testigos de los maltratos hacia sus madres, tan abandonados como tantos, y siendo ellos mismos el experimento valiente de ser los padres que nunca tuvieron.

¿Cómo no nos va a costar entonces ordenar esta gran casa de todos si nos han faltado tantos padres; si tantas casas siempre han estado rotas? Y, más lejos, ¿cómo no confundir autoritarismo con seguridad, cariño con patronazgo? Quizás ahondar un poco más en esa orfandad paterna nos permita acercarnos al origen psico- doméstico de nuestro desamparo político.

Por Diana Aurenque, filósofa, Universidad de Santiago de Chile

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