Columna de Ernesto Ottone: Una democracia que funcione

Foto: Andrés Pérez.


Un clásico del pensamiento político, Alexis de Tocqueville, hace casi tres siglos decía que la democracia estaba basada en el valor intrínseco de sus ideas, pero también en su utilidad. En abstracto podríamos hacernos la ilusión que ningún sistema político alternativo puede ser preferido a ella, porque racionalmente nos haríamos un daño a nosotros como individuos y a la sociedad en su conjunto. No en vano la democracia pese a sus muchas imperfecciones ha resultado no solo idealmente, sino históricamente, el único sistema capaz de proteger altos niveles de libertad y crecientes niveles de igualdad, al tiempo que permite controlar la arbitrariedad del poder.

Pero ello sería asumir que las opciones políticas se forman solo a través de la razón, la reflexividad y el discernimiento informado de los ciudadanos. Como bien sabemos, y así nos lo muestra también la historia, las opciones políticas distan mucho de formarse de esa manera, muchas veces predominan en la conformación de la voluntad popular empatías efímeras y emociones, rencores y miedos, prejuicios, intereses muy particulares, impulsos de escaso altruismo, indiferencia por el bien común y fanatismos tribales. Bastaría como ejemplo de cuánto influye la sinrazón en dichos procesos analizar incluso con ánimo benevolente el elenco de estelar incompetencia que componen actualmente una mayoría significativa de los presidentes de América Latina.

Si continuamos el recorrido por el resto del mundo las cosas no son muy diferentes. Es más, en la actual atmósfera política global es muy probable que en las 76 elecciones que habrá en el mundo durante este año no se produzca un cambio suficientemente significativo en un sentido positivo.

Ello explica por qué la solidez de la democracia, su mantención en el tiempo, su fortalecimiento no es algo que tenga que ver solo con su valor ideal sino también con la eficacia de sus resultados, con la percepción que tengan los ciudadanos de que ella los protege y en cuyo seno se extiende una mayor prosperidad para todos y se palpan beneficios en la vida cotidiana y en los entornos familiares.

Si ella se ve superada por la inseguridad y las dificultades, por el estancamiento y la ineficiencia, el aprecio hacia los valores que encarna comienza a decaer y predomina la preocupación por las condiciones materiales de existencia de cada cual, a cualquier precio. No es raro como ya ha sucedido en muchas partes del mundo que comiencen a dudar de las instituciones democráticas y a sentir la tentación de la mano dura, de la figura del hombre fuerte y sin tantos escrúpulos, la tentación del orden a toda costa o de un populismo iliberal. Ello es lo que empuja a que surjan autoritarismos electivos que desarman las instituciones democráticas y, en nombre de la seguridad y el bienestar, terminan convirtiendo a los ciudadanos en ganado humano dispuesto a renunciar a ser sujetos políticos con tal de poder retozar y pastar tranquilos. Aun cuando las más de las veces terminan sin pan ni pedazo.

Estos “Padres patrones” que ofertan soluciones categóricas pueden tener una ideología de extrema derecha o de extrema izquierda, hermanadas por lo que el mismo Alexis de Tocqueville decía “una idea falsa pero clara y precisa tendrá siempre mayor poder en el mundo que una idea verdadera y compleja”. La idea del autoritarismo es simple, la idea de la democracia es compleja.

Nuestra democracia en Chile no está funcionando bien y así lo percibe la gran mayoría de la gente. Sin duda existen buenas intenciones y esfuerzo en quienes gobiernan, pero décimas más o décimas menos, estamos estancados, no existe una mirada larga, sino más bien confusión, posturas contradictorias, riñas y gazapos enrevesados e ininteligibles en sus arrebatos discursivos. Por más que lo disimulen es claro que las almas del oficialismo no son gemelas, la vida las está volviendo parientes lejanas y recelosas entre sí.

Tampoco la oposición encarna serenidad y contención. Quienes procuran levantar la mirada con sentido de Estado son los menos, se ve mucha antropofagia andando.

Algo anda mal en el actual cuadro político que no ayuda a obtener resultados que solucionen los graves problemas abiertos de inseguridad y un buen desarrollo que fortalezca la democracia. Para usar un dicho chileno en versión siútica podríamos decir que el porcino está mal rasurado o en buen chileno que el chancho está mal pelado.

Existe un gran vacío político que sí se llenara podría ayudar a salir del actual bloqueo, aunque no en el corto plazo pues los dados están echados para el próximo camino electoral que tenemos por delante donde las alianzas políticas ya acordadas mantendrán la confusión y el bloqueo. Ese vacío es la inexistencia de un sujeto reformador autónomo, democrático, actualizado para las tareas que hoy requiere el Chile de la era digital, en el pasado reciente este existió con éxito dirigiendo la transición a la democracia a fines del siglo anterior y durante el primer decenio de este cuarto del siglo.

Tal sujeto político debería tener en su proyecto una orientación clara que recoja la raíz liberal social, el social cristianismo progresivo y la izquierda socialdemócrata, y plantearse retomar en esta era el impulso propulsivo hacia un desarrollo económico con niveles apreciables de igualdad y acumulación civilizatoria. Debería estar abierto al diálogo con aquellos sectores de la centroderecha que han abrazado sin reservas la democracia y con sectores de izquierda cuya alma reformadora termine de romper con el refundacionismo. Debería ser un pilar de una dialéctica de adversariedad constructiva y de creación de acuerdos que saque al país de su decadencia más que decenal.

El camino fácil del progresismo democrático es sumarse a lo que ya existe, pero en ese caso un amplio sector del país no tendría representación y continuará votando de manera volátil, surfeando para evitar el crecimiento de los extremos que conforman aquellos sectores para los cuales la democracia liberal no es más que una necesidad táctica con la cual deben convivir hasta que se creen las condiciones necesarias qué permitan avanzar hacia un futuro que no definen, pero que huele a autoritarismo electivo.

El camino difícil e ingrato, cuya llegada a puerto no está en absoluto garantizada es el que procura reconstruir una centroizquierda reformadora, con la vista puesta en el futuro, capaz de fortalecer a la democracia en su conjunto. Se bien que es un camino que carece de glamour y al que no le lloverán cupos electorales, será un rudo caminar, pero es el que tiene grandeza estratégica para Chile.

Dixi et salvavi animam meam, como alguien dijo por ahí.

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