Columna de Gloria de la Fuente: Un acuerdo imprescindible

Reunión entre diputados, senadores, presidentes de partidos políticos y el gobierno en el Senado para iniciar el camino de un nuevo Proceso Constituyente. FOTO: AGENCIAUNO


El plebiscito ya parece cuestión del pasado, pero sus consecuencias aún se dejan sentir. La enorme brecha que separó las alternativas del Apruebo y el Rechazo, en favor de este último, junto a la inédita participación electoral ha hecho más costoso el camino de la negociación para cumplir con lo que se prometió: que independiente del resultado del plebiscito, Chile tendrá una nueva constitución porque la ciudadanía ya se pronunció de forma contundente por dar por superada la Constitución del ‘80. Ya lo anticipábamos en algunos análisis, una brecha muy grande en favor de cualquiera de las alternativas generaría en algunos un falso triunfalismo que pondría una dificultad para la continuidad del proceso, aunque el inmovilismo sea para aquellos que buscan capitalizar la derrota, pan para hoy y hambre para mañana.

En efecto, aunque hay quienes han insistido en honrar la palabra empeñada e instado a llegar a un acuerdo para un nuevo proceso, hay otros tantos, presos de una borrachera de un triunfo que no les es propio (no hubo rostros de este sector político en campaña), que han puesto en duda el camino del cambio constitucional. Dicho sea de paso, el escenario se ha puesto más complejo también para el gobierno, porque actores de este mismo sector han intentado traspasarle la necesidad de una suerte de “autocrítica”, como si el terremoto vivido no tuviera un origen multifactorial, que es importante entender y como si pudiera siquiera ponerse en cuestión la validez de un programa que ganó legítimamente en las urnas en diciembre pasado.

Si se entiende la política como el ejercicio del poder (con objetivos diversos, por cierto), es evidente que los actores buscarán maximizar sus oportunidades para obtener ventajas ahí donde se presenta la posibilidad. El problema es que esto puede jugar con un cierto agotamiento ciudadano con el propio sistema de partidos, que es parte importante de los problemas. Es preciso recordar que desde hace mucho tiempo, incluso antes del estallido, son los partidos políticos las instituciones que tienen menores niveles de confianza ciudadana y que incluso durante el proceso llevado adelante por la Convención Constitucional, se intentó minimizar su rol y su función en el texto propuesto. Las señales de las últimas semanas son erráticas y no ayudan a construir un horizonte para esta discusión, ni certeza para que el país pueda salir de esta especie de transición prolongada.

Un nuevo pacto social es una necesidad que no se puede relativizar. No sólo estamos próximos a la conmemoración del tercer año del estallido, en un año más se cumplirán 50 años del golpe de Estado de 1973 y pareciera que el sistema político vive de un eterno retorno. Si la democracia significa progreso para los países y la capacidad de procesar las demandas a partir de la búsqueda de consensos y construcción de mayorías, sería entonces la hora que seamos capaces de recomponer el alma nacional y sellar los contenidos de esta nueva transición. Los partidos tienen hoy la posibilidad de reivindicar su rol con la ciudadanía, ojalá no pierdan esa oportunidad.

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