Columna de Gonzalo Cordero: Pensiones sin gracia



Entre sus muchas acepciones, la gracia es un don que Dios concede a los seres humanos y que les permite transitar el camino a la salvación: “Llena eres de gracia”, dijo el Arcángel Gabriel a María. Pero la gracia no es exclusiva de la religión, el Estado moderno también concede sus dones; así, por ejemplo, entrega la nacionalidad “por gracia” y concede pensiones bajo esta calificación, como una manera de retribuir a quienes han creado valor para la comunidad en las artes, el deporte, las ciencias o cualquier otra actividad encomiable realizada a nivel excepcional.

A través de la gracia se expresan los máximos valores de una sociedad. Alguna vez leí que Estados Unidos, celoso guardián de su nacionalidad, solo la habría concedido extraordinaria y graciosamente a dos personas: Lafayette y Churchill. Se non è vero, è ben trovato.

En Chile llegamos al punto en que nuestros actuales gobernantes convirtieron a vulgares delincuentes en destinatarios de la gracia honorífica del Estado. Esto puede ser un escándalo, pero no debiera ser una sorpresa. La izquierda que llevó al gobierno al Presidente Boric es la que, desde la política, ha contribuido a dar fuerza a un sector de la sociedad que glorifica el resentimiento, que confunde la libertad con la anomia y que endiosa a opinólogos de matinal que alimentan a las personas de odiosas estridencias.

Al criminal que pateó en la cabeza a un carabinero que estaba caído en el suelo, las autoridades lo hicieron beneficiario de una pensión vitalicia, porque, con motivo de su detención, sufrió “erosiones en el dorso de las manos”. Para completar el cuadro, el sargento de Carabineros que lo aprehendió fue objeto de persecución penal, porque nuestro sistema de justicia considera que, en este contexto, dichas erosiones constituyen apremios ilegítimos.

Una persona normal, que con un trabajo productivo y honesto se gana la vida decentemente, necesitaría cotizar ininterrumpidamente durante cuarenta años, por una remuneración aproximada de un millón doscientos cincuenta mil pesos, para alcanzar lo que las autoridades regalaron en compensación de algunas erosiones y el mérito de patear a un carabinero en el suelo. Ni el señor Spock podría evitar indignarse.

¿Se puede tener así instituciones que combatan eficazmente el crimen? ¿Son estos los incentivos mediante los cuales se avanza hacia un país más igualitario y justo? Es obvio que no. Como demostración de su preocupación por la seguridad, las autoridades de gobierno reivindican que nunca se habían despachado del Congreso más proyectos de ley en esta materia. Omiten decir que son las mismas iniciativas que ellos obstaculizaron cuando eran oposición y que ahora avanzaron en el contexto de una agenda impulsada por el presidente del Senado.

Detrás de estas pensiones vitalicias a delincuentes hay abuso, arbitrariedad, extravío ético, falta de los principios más básicos de la justicia y, seguramente, una peligrosa dosis de ideologismo. Pero hay una sola cosa que definitivamente no hay: gracia.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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