Columna de Héctor Soto: La Crónica Francesa: la ruta del patetismo

Hay que reconocer que cuesta determinar en qué momento un cineasta que era interesante, divertido, punzante, inesperado y ocurrente como Wes Anderson, en especial en el primer tramo de su filmografía, se convirtió en el artista patético y en el realizador lastimado que es hoy, según queda en evidencia en su última realización.



Hay pocas sensaciones más dolorosas para el espectador que asistir al derrumbe de un cineasta que alguna vez nos gustó, nos emocionó o nos interpretó. Las decepciones y la frustración tienen un peso en sí, pero además tienen un lado muy perverso, porque ponen en duda nuestras propias percepciones en retrospectiva. ¿Era efectivamente tan buena la película que en algún momento nos voló la cabeza? ¿No será que estábamos engañados y que si la viésemos hoy y la revisásemos con cuidado a lo mejor veríamos que el huevo de la serpiente estaba incubándose?

Un cinéfilo sensato diría que hay que parar en seco esas especulaciones. Son muy tóxicas. Porque el hecho concreto es que los cineastas pueden hacer tanto películas muy buenas como películas muy malas y hay que cuidarse de la contaminación que estas últimas pueden irradiar sobre aquéllas. A veces las cosas salen bien y otras veces no. Son muchos los directores que se pasman después de un gran debut y suelen ser muchos más los que, lejos de madurar, involucionan. Tampoco nosotros los espectadores somos los mismos. Lo que nos gustó en la adolescencia con frecuencia nos avergüenza en la adultez. C’est la vie!

Yendo al grano, en todo caso, hay que reconocer que cuesta determinar en qué momento un cineasta que era interesante, divertido, punzante, inesperado y ocurrente como Wes Anderson, en especial en el primer tramo de su filmografía, se convirtió en el artista patético y en el realizador lastimado que es hoy, según queda en evidencia en su última realización, La crónica francesa. La interrogante es pertinente después que ese estreno pasara por nuestras pantallas.

Pasar es un decir porque la verdad es que no pasó nada. Nada de nada. La crónica francesa es una de las cintas que más ingenio, cálculo, chanfle, cocina, indirectas, artesanía y bricolaje debe tener por centímetro cuadrado entre todos los estrenos del año. Bien puede ser también la más aburrida. Nada funciona. El humor perdió filo. Lo que podía ser novedoso se estandarizó. El supuesto delirio solo provoca bostezo. Y las ínfulas de Anderson como realizador ondero y cool, como realizador capaz de convocar a la crema y nata del Hollywood modernillo y high quality (desde Frances McDormand al joven Chalamet, desde Bill Murray a Tilda Swinton, de Benicio del Toro a Adrien Brody) simplemente dan pena. Son la ruta más corta al patetismo.

La cinta, que se plantea como un homenaje a una revista gringa que se hacía en París para un diario de Kansas, no solo es un fiasco. También es una infamia en quien fue el responsable de largometrajes tan originales como Rushmore o tan inspirados como Los excéntricos Tenenbaums. Es cierto que sus realizaciones siguientes no estuvieron a la misma altura, que perdían aire y se extraviaban muchas veces por completo, pero -vamos- eran película y tenían pasajes encantadores o divertidos incluso cuando no funcionaban como un todo. Merecían reparos, okey, pero aún estaban lejos de haber sido capturadas por la camisa de fuerza de una estética agotadora e inerte que ha convertido al director en un verdadero muerto en vida.

A Wes Anderson, que se le va la vida por Francia y los franceses (¿habrá alguna vacuna contra esta peste?) le haría bien no solo ver, cosa que seguramente lo ha hecho, sino estudiar, pero estudiar en serio, el cine de Jacques Tati. No lo conseguirá de un día para otro, pero allí podría aprender algunas nociones de contención, de sencillez y de encanto que habrían salvado varios de sus últimos trabajos de la fosa común a la que fueron a parar irrevocablemente.

El viejo Samuel Goldwyn, que nunca aprendió a expresarse en inglés y que por eso mismo decía cosas geniales, lo habría dicho mejor que nadie: “Es peor que malo. Es mediocre”.

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