Columna de Hugo Herrera: Mishima y la muerte

(AP Photo/Dmitri Lovetsky)


El 25 de noviembre es el aniversario de la muerte del escritor, probablemente el mejor de los japoneses contemporáneos. Saltó a la fama precozmente, con Confesiones de una máscara, en 1949. De constitución débil, su crianza fue labor de su tozuda abuela, quien le devolvió a su nuera al niño sólo en la adolescencia.

Mishima fue declarado inapto para combatir la Guerra del Pacífico, pero el sentido de la muerte le quedó impregnado. Perteneció a la generación de postguerra de escritores nipones y mantuvo relaciones con algunos de ellos, especialmente Yasunari Kawabata, su mentor, quien luego ganaría el Nobel de literatura.

La muerte se le pegó a Kimitake (ese era su nombre de pila), al punto que la volvió asunto central de su producción literaria y hasta de su propia vida. Su obra principal es la tetralogía El mar de la fertilidad. Incluye Nieve de primavera, Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel. De sus ensayos sobresalen Sol y acero y Sobre el Hagakure. Todos versan sobre la muerte, que se hace eje de la existencia del escritor, sobre todo en su madurez.

La muerte, sin embargo, no es en Mishima simple vacío, nada o material de religión. Lo esencial es el morir: las sensaciones, emociones y pensamientos de la experiencia personal de la muerte, del hecho indesmentible de que nuestra vida es muerte.

Patriotismo, un breve cuento, detalla el suicidio ritual de un oficial y su esposa. En Nieve de primavera, la muerte se funde con el amor, el cual es conducido por ella al carácter de destino. Caballos desbocados narra las vidas de jóvenes que buscan con su sacrificio redimir al Japón. El sacrificio termina siendo lo que brinda sentido a esas vidas heroicas.

Sol y acero alude a la experiencia de los pilotos Kamikaze y narra un vuelo del propio Mishima y en el que de pronto los límites del adentro y del afuera, el individuo y el todo, quedan suspendidos y la vivencia es elevada hacia una intensificación en la que se atisba trascendencia.

La muerte no es terapia ni evasión: es lo que permite que la vida adquiera sinceridad y sentido. También aplomo, porque se aprende a perder o aminorar el miedo. El carácter sencillo y central de la verdad fúnebre echa por tierra las sofisticadas elaboraciones intelectuales de la posguerra.

Mishima reclama el daño inferido por Hirohito a los jóvenes que dieron su vida por él, cuando renuncia a su divinidad. El sacrificio se vuelve en cierto sentido vano. Mantiene, empero, la lealtad con el emperador. Funda el Taentokai, una milicia cuyo fin es restaurar al Japón tradicional y el imperio. Con cuatro de sus miembros se toma en 1970 el cuartel central del ejército, llamando a un golpe de Estado en esa dirección. Desoídos por los soldados, Mishima comete seppuku, sellando así la intensa trenza de estética, patriotismo y camaradería, en la cual halló cauce su egregia literatura y su vida extraña e inolvidable.

Por Hugo Herrera, profesor titular UDP

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.