Columna de Javier Sajuria: El problema es el modelo



El título de esta columna no se refiere al modelo económico, sino que al político. Y es una reflexión que venimos haciendo hace años desde la ciencia política al analizar el fracaso o las dificultades que han tenido sucesivos gobiernos en llevar adelante sus agendas. Las evaluaciones de los pocos logros del gobierno de Boric no pueden hacerse de forma aislada o desconociendo que nuestro sistema político lleva años en fase terminal. El gobierno actual ha pecado de impericia y arrogancia al enfrentar estos obstáculos, por cierto, pero la principal traba sigue ahí y se refiere a un sistema que está diseñado para fomentar el bloqueo y la confrontación, a costas de los anhelos ciudadanos.

Han abundado las evaluaciones a los dos años de gobierno. Como es de esperar, algunas han sido más justas que otras, pero la mayoría ha coincidido con la poca capacidad que ha tenido Boric y su equipo de llevar adelante propuestas de gran alcance. Muchos de los éxitos obedecen a proyectos que han sido promovidos por gobierno anteriores, mientras que las grandes reformas – tributaria, pensiones o salud – han fracasado o se encuentran en puntos muertos. Quizás la mejor forma de ejemplificar esta incapacidad es cómo el gobierno ha trabajado por aprobar decenas de proyectos en temas de seguridad, a pesar de haberlos mirado con recelo durante años desde la oposición. Donde han sido eficientes es, precisamente, en administrar agendas ajenas y en fracasar en las propias.

Pero no sería justo plantear que esto es un fracaso exclusivo de este gobierno. Piñera tuvo que ceder al punto de presentar sus propios proyectos para retirar fondos de las AFP, además de perder el apoyo de los parlamentarios de su sector. Este tipo de situaciones, en que los gobiernos rápidamente fracasan en promover sus ideas, viene ocurriendo de forma creciente hace años y no es monopolio de un sector político o de una generación. Al contrario, es el producto de una peligrosa combinación entre poca capacidad política y un sistema que favorece la competencia y el individualismo en los actores políticos.

Durante los dos procesos constituyentes fuimos varios quienes levantamos la voz sobre este tema. Incluso entre quienes proponíamos diversas soluciones, había un consenso de que el sistema chileno no daba abasto y que no permitía que los gobiernos llevaran adelante sus agendas. Esto es peligroso, dijimos, porque acrecentaba la brecha entre las expectativas ciudadanas (alimentada por irreales relatos de campaña) y la verdadera capacidad de los gobiernos de cumplir sus promesas. Pero el sistema político fue siempre el tema que no se quiso tocar con suficiente profundidad e incluso ahora, después de dos fracasos consecutivos, seguimos pagando el precio por aquello.

Concuerdo con quienes plantean que este gobierno ha preferido lo estético por sobre lo político, lo performático por encima de lo substantivo. Esa ha sido una crítica constante hacia mi generación y es, en cierto sentido, una opinión válida y justa. Pero creo que plantear que los problemas de este gobierno, o de cualquiera de sus antecesores, empiezan y terminan en su propia incapacidad es un análisis miope. Cualquier gobierno que asume en el sistema chileno está condenado a arrastrar con las frustraciones de sus votantes. Y para solucionar eso aparecen dos soluciones: o cambiamos el sistema, o esperamos que salga electo alguien con poco cariño al sistema y que esté dispuesto a corromperlo. Yo prefiero lo primero.

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