Columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: Tonto útil

An activists holds a placard reading "Not TPP11" during a rally to refuse the Congress approval of the Trans-Pacific Partnership (TPP), in Valparaiso, Chile September 28, 2022. REUTERS/Rodrigo Garrido

"La paradoja de la globalización es que por un lado ha ayudado al progreso de países menos desarrollados, jugando un rol fundamental en la reducción de la pobreza a escala global. Sin embargo, también habría incrementado la desigualdad dentro de los países más desarrollados.Chile se ubica entre aquellos más beneficiados."



En el debate sobre la suscripción del TPP11, varios personeros de gobiernos han argüido contra su conveniencia. Sus argumentos riman con aquellos de la izquierda menos moderada estadounidense y de países europeos, a pesar de las grandes diferencias en el desarrollo y tamaño de nuestras economías.

Su postulado se basa en replegar o tamizar fuertemente el comercio internacional para evitar que fuentes de trabajo terminen en otras geografías -generalmente en países en desarrollo- en lugar del territorio europeo o norteamericano, especialmente en el sector industrial. Su objetivo es privilegiar el empleo local por sobre el de países lejanos, donde trabajan a una fracción del salario. Tales políticas también traen aparejadas bienes menos asequibles y un comercio internacional menos expedito.

Desde los setenta y especialmente a partir de los noventa, la globalización ha avanzado a paso firme. Facilitada por mejores tecnologías de transporte e información -grandes barcos de contenedores, aviones, fibra óptica, internet- el mundo comenzó a achicarse. El comercio internacional creció a dos veces y media la tasa de crecimiento del mundo.

David Ricardo, el intelectual inglés de comienzos de siglo XIX, planteó en su teoría de las ventajas competitivas que los países logran importantes beneficios al comercializar sus productos especializándose en aquellos bienes en los cuales detentan los menores costos relativos. Las nuevas tecnologías de transporte e información que escalaron durante la segunda mitad del siglo pasado diezmaron el costo de intercambio por medio de eficientes cadenas logísticas, mayores flujos de información, de movimientos de personas y capitales. Se desató el potencial para crear valor por medio del intercambio entre países. Comenzó una época en que la matriz productiva se rearmó, cambiando las bases fundamentales sobre dónde, qué y quién produce los bienes que se consumen en el globo.

Para los consumidores, la globalización trajo más y mejores productos a una fracción del precio. La intensa competencia internacional trajo nuevos y baratos productos con una velocidad alucinante dando acceso a familias que antes solo aspiraban a ellos.

Pero la globalización también tuvo perdedores. En el mundo desarrollado, los salarios de trabajadores menos calificados se vieron presionados al competir con sus pares en otros rincones del mundo. Mientras el pequeño poblado de pescadores de Shenzhen se transformaba en una de las megaciudades globales, la desindustrialización de Estados Unidos, Europa y Japón avanzaba a pasos acelerados. Con ello, miles de familias vivían la tragedia de vidas desplazadas y un futuro incierto. Así la globalización comenzó a acumular enemigos entre los desplazados de los países ricos. Su retórica comenzó a cristalizarse tanto en la izquierda y la derecha extrema. En estos aspectos, los discursos de Trump y Bernie Sanders rimaban. Al igual como en Francia lo hacían los de Jean-Luc Mélenchon y Marine le Pen.

La paradoja de la globalización es que por un lado ha ayudado al progreso de países menos desarrollados, jugando un rol fundamental en la reducción de la pobreza a escala global. Sin embargo, también habría incrementado la desigualdad dentro de los países más desarrollados.

Chile se ubica entre aquellos más beneficiados. Aun somos un país de ingreso medio bajo. Hace poco éramos un país pobre. Pero al escuchar a ciertos personeros de gobierno repetir como loros ideas que resuenan en el mundo desarrollado, suena como si en Chile tuviésemos una industria automotriz como la alemana o la japonesa, una manufactura aeroespacial como la francesa o un sector electrónico como el coreano. Chile es una pequeña economía aún en vías de desarrollo. Postergar la suscripción del TPP11 difícilmente nos ayudará a dejar de serlo.

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