Columna de Klaus Droste: Fiestas Patrias



La fiesta siempre es signo de alegría y celebración, de compartir y conmemorar. En ese sentido las Fiestas Patrias se relacionan con la memoria del pasado que permite valorar el presente mirando con optimismo hacia el futuro.

La palabra patria, se encuentra profundamente vinculada al padre, la que a su vez, hace referencia, naturalmente, a una figura que instruye, defiende y promueve la búsqueda de bienes espirituales y materiales que enriquezcan la vida personal. Así también, no se puede hablar del padre sin la conciencia de ser hijos. Podríamos entonces preguntarnos ¿en qué sentido somos hijos e hijas de la patria, y por qué hay que celebrar?

La patria es padre y madre (madre patria) porque en ella encontramos un principio y de ella hemos recibido como herencia un conjunto de bienes materiales y espirituales por parte de nuestros antepasados que permite sustentar nuestra vida presente. Por eso pensar en la patria es considerar lo que hay en la memoria, y que nos recuerda que lo que hoy se posee fue posible gracias a aquellos que nos han precedido, haciendo posible un suelo donde crecer. Este territorio no solo es material, sino también un conjunto de elementos comunes intangibles que integran la cultura y que nos definen como nación.

Así, meditar en la patria es reflexionar sobre el don. Esa gracia original, condición de posibilidad de cualquier ulterior desarrollo, que es uno de los grandes bienes que hacen posible llevar adelante una vida. Por eso, la patria y su historia suscita espontáneamente profundos sentimientos de gratitud.

En ese sentido el conocimiento de nuestra historia nacional va delineando nuestra identidad como nación, y por lo mismo, cada vez que perdemos la memoria de nuestra historia, o la desfiguramos, perdemos la claridad sobre nosotros mismos y sobre el porvenir.

La historia nos habla de esfuerzos, de sacrificios, de errores, de conflictos, de reconciliaciones, de amenazas, de triunfos y fracasos, de incertidumbres, alegrías, tristezas y temores; de encuentros y desencuentros, tensiones y acuerdos de aquellos que han tenido que encontrarse para abrir camino al futuro de los suyos. Por eso la patria y la historia que nos hablan del don, despierta no solo la gratitud y admiración, sino que además el sentido de responsabilidad.

Saber que somos una patria, no es solo caer en la cuenta de costumbres y un territorio comunes, sino de lo más fundamental; los compatriotas. No hay patria si no hay compatriotas. Podemos entonces preguntarnos ¿qué estamos haciendo por nuestros compatriotas? ¿qué es lo que estamos aportando? ¿qué vamos a heredar a los que vengan?  ¿queremos servir a la patria o buscamos servirnos de ella.

Así, el sentido patriótico verdadero, contribuye a  mitigar el individualismo y recomponer el tejido de la sociedad, porque éste nos recuerda lo más importante de la vida, y es que en realidad somos responsables unos de otros, y que más allá de las diferencias, existe una raíz común fuertísima que es necesario custodiar; cuidando a nuestros compatriotas, los unos a los otros, con un amor social ordenado, que nos recuerde siempre que nada hay más grande que la amistad procurando el bien a los que nos han sido encomendados.

Por Klaus Droste, decano facultad de Psicología y Humanidades, U. San Sebastián

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