Columna de Macarena García: Pasividad escalofriante

Actividad en el centro de Santiago.
Foto: Agencia Uno.


¿Puede haber desarrollo al estilo OCDE sin crecimiento en el contexto del llamado “pacto fiscal”? Definitivamente no, porque el aumento del ingreso es condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr los objetivos mínimos para un nivel de vida digno. Durante nuestros años de alto crecimiento económico se observa una mejoría sustancial en la generación de empleos, incrementos de salarios reales y reducción sustancial de la pobreza.

El concepto de desarrollo es amplio y no solo incluye el nivel de ingreso per cápita, sino también variables como la distribución de ingreso; el acceso a la educación, salud y vivienda de calidad; así como a fondos para el retiro, entre otros.

¿Sabía usted que para fines de esta década el Banco Central proyecta un crecimiento tendencial menor a 2%? Con una población creciendo en torno a 0,5%, de acuerdo a las proyecciones del INE, con un cálculo simple obtendríamos que el ingreso per cápita aumentaría solo algo más de 1% al año, cifra muy inferior a las de antaño.

Este paupérrimo crecimiento es solo reflejo de cómo se ha reducido brutalmente la capacidad de crecer de nuestra economía, desde cerca de 7% en la década de los noventa a menos de 5% en la primera década de este siglo y a menos de 2% en ésta. Esta caída sostenida se debe a que todas las variables que determinan el crecimiento de mediano plazo se han ido agotando a lo largo de los últimos años.

Indiscutiblemente el principal responsable es la caída en la productividad de la economía: después de haber crecido en torno al 3% anual gran parte de los 90, distintas metodologías de cálculo muestran que su nivel se estancó desde 2010 en adelante. Por otro lado, el aporte del trabajo también se ha ido reduciendo por la tendencia a la baja de las horas trabajadas, a pesar del crecimiento de la fuerza laboral en torno a 2% por la inmigración y del aumento de la participación laboral femenina. Finalmente, y en relación al capital, desde 2012 que se observa una baja elocuente de la inversión en todas sus categorías: tanto en inversión en construcción y otras obras como en maquinaria y equipo; y tanto en inversión pública como privada.

Que las causas del estancamiento sean variadas genera el inconveniente que las responsabilidades y urgencias se diluyen, lo que explicaría por qué, habiéndose iniciado este proceso hace más de una década, todavía no se observan políticas decididas en este sentido, sino solo declaraciones generales y de “buena crianza”. Así, pasan los años y es realmente escalofriante constatar como distintas autoridades han sido incapaces de considerar los efectos de sus actos o políticas y no meramente sus consecuencias inmediatas, en vez de reflexionar sobre las secuelas de dichas políticas sobre todos los sectores de la economía.

A este ritmo, las mejoras en bienestar serán inevitablemente lentas, reducidas y solo para algunos, aumentando el descontento social. Nuestra coyuntura económica y social es preocupante, pero lo fundamental es lograr que esta economía vuelva a generar oportunidades en el mediano y largo plazo.

Por Macarena García, economista senior de LyD

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