Columna de Mariana Aylwin: Gobernabilidad y liderazgo: los grandes ausentes

bandera de chile


Los chilenos estamos llenos de diagnósticos, casi todos pesimistas.

Cuando algo resulta bien -por ejemplo, los Juegos Panamericanos o, recién, la maravillosa presentación de Bocelli en el Festival de Viña- nos sube el ánimo. Sentimos que somos capaces de hacer grandes cosas. Pero es más fuerte el estado de desconfianza, descalificación y pesar que se ha instalado en nuestra vida cotidiana como una lapa. Son demasiados los desaguisados, las tragedias y, en especial, la inseguridad que están dominando nuestra convivencia. Predomina una sensación de que vamos en un barco a la deriva, sin rumbo ni dirección. Y dentro del barco, nos estamos tironeando unos a otros sin capacidad de encontrar una forma que nos permita llegar a puerto. Todos anhelamos un horizonte y un bienestar compartido y, sin embargo, no nos ponemos de acuerdo de cómo lograrlo.

Los países que progresan tienen dos atributos que en el mundo de hoy están debilitados. El primero es una institucionalidad que permita resolver adecuadamente los conflictos propios de la vida en sociedad. Ese atributo es la gobernabilidad. El otro atributo es el liderazgo.

En Chile, la dispersión del poder en numerosos partidos políticos en un régimen presidencial atenta seriamente contra la gobernabilidad. Ningún Presidente puede dirigir adecuadamente una nación sin contar con una mayoría que le permita gobernar o la posibilidad para llegar a acuerdos. Hay conciencia generalizada de que es imposible con más de veinte partidos y muchos independientes en el Congreso Nacional, varios, con escasa votación. Ello facilita el populismo e incentiva los favores políticos. El engendro actual -fruto de un mal sistema electoral- ha impedido resolver problemas largamente postergados. Al contrario, ha posibilitado que el Congreso haya vulnerado el estado de derecho, como ocurrió con la aprobación de los retiros de fondos de pensiones, siendo esta una facultad exclusiva del Presidente de la República. Vale la pena recordar que hubo quienes -durante el gobierno del Presidente Piñera- proclamaron la parlamentarización de hecho del sistema político chileno. Por ello es tan importante reformar el sistema electoral en la línea de lo que aprobó el comité de expertos en el segundo intento fallido de cambio de la Constitución. El problema es que esa reforma depende de parlamentarios y partidos a quienes no les conviene.

Lograr una reforma como la anterior, requiere del segundo atributo, es decir, de líderes capaces de conducir. La política democrática no solo es representación; es más. La tentación de ser correa trasmisora de demandas y de sentimientos populares puede llevar a gobiernos muy populares pero autócratas, además de un fraude para sus pueblos (de ello sabemos en América Latina). Un buen político democrático es capaz de ir contra la corriente, conduce, explica, entiende la necesidad de considerar qué es lo mejor y lo posible para el mayor bienestar. Hoy brillan por su ausencia, salvo excepciones, en escasos momentos. Aquellos son los indispensables. ¿Dónde están?

Por Mariana Aylwin, presidenta Junta Directiva de la Universidad Gabriela Mistral

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.