Columna de Mauro Salazar y Carlos del Valle: Autopistas para conversos

Foto: Patricio Fuentes


Dante sostuvo en su Divina Comedia que «el más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral». Entonces, habría «algo» que arriesgar sobre el destino post-transicional de la democracia chilena. Luego de estallidos, turbas y fuego, bosques incendiados, deslegitimación de la razón partidaria, beligerancias y rechazos, aluviones electorales y elites reducidas a “gente con dinero”, el desenlace implica refundar, restaurar o reconstruir. Hemos entrado en un terreno pantanoso agravado por progresismos laxos y moralidades excluyentes que carecen de una narrativa de lo cotidiano. Qué tan cierto es que el capitalismo gerencial, empresarialización de la política, terminó por devastar el «campo político» en Chile. Cuán realista resulta el pánico medial que identifica a Javier Milei, como el heraldo de la casta y destructor de los Estados sociales. Todo en tierras poscomunistas.

Sin bien, hay que leer en detalle la nueva geopolítica regional y sus efectos globales (Medio Oriente), abunda una circunvalación de términos en los progresismos sobre los temibles «autoritarismos coléricos» de la época. La biblioteca de los fascismos, neofascismos, microfascismos, es parte de un invariable repertorio verbal -“ismos”- que no contribuye en la construcción de relatos, ni menos en sus rituales de legitimación. Aquí se trata de una izquierda librada al adjetivo furioso, sin «retratos», y rehén de lirismos que no proyectan «imágenes de futuro». Aquí, arremetió un anarco-barroquismo, que agudiza nuestro presente fáustico limitando el cuerpo social a la acumulación del capital financiero. En suma, todo conflicto es remitido a la guerra total, expresado en la tragedia de Gaza. El enemigo absoluto abandona las pedagogías del malestar (malaise).

Ahora bien, qué hacer en nuestra parroquial escena cuando las coaliciones de turno, incluidas nuestras élites, carecen de horizontes que puedan interrogar tibiamente la facticidad del mercado, construyendo formas para gestionar los antagonismos populares, y resituar las cosas en una perspectiva de futuro (sí, de futuro). Cuán profunda es la crisis con un peregrinar de administradores cognitivos del presente, que distan de repensar un nuevo reparto de lo común a partir del eje subjetividad-modernización. Amén de cualquier diferencia ética, las derechas no tienen alternativa viable, si prescinden del impulso modernizador que dejó la muerte de Sebastián Piñera. No hay libido gubernamental, para reponer un «mercado espiritista» centrado en orden, seguridad urbana y morales excluyentes, sin abrazar los ambientes gaseosos de las nuevas generaciones.

De suyo enfrentamos un presente híbrido, donde las identidades políticas están en pleno proceso de contaminación, creación y travestismo. Pero es necesario consignar algunos hitos. Contra los mitos de los politólogos de la plaza, el clivaje post-transicional no ha caído en todas sus dimensiones. Entonces, ¿por dónde se refundan los partidos de la difunta transición? Aludimos a aquella demografía (sin domicilio) que fue concebida desde la matriz Boeninger, para atesorar los triunfos de la modernización y la expansión de los mercados. Las glorias del tren modernizador (1990-2019) se han visto aplomadas por movimientos del rechazo que imputan la racionalidad abusiva de las instituciones.

En suma, aquí está en juego la producción de recursos discursivos y aparatos emotivos que puedan vitalizar osadamente la alicaída política institucional -más allá de las convicciones del FA- y proyectar el esperado relato con algún grado de credibilidad ciudadana. Relato sin ardides, y pasiones democráticas convocantes. A propósito de riesgos, y de decir «algo», si bien el Partido Republicano aún asoma como una fuerza que captura el imaginario del orden y que desafía higienizar las prácticas narcotizantes que se han enquistado en la vida cotidiana, todo indica que su paradero final –altamente probable– será agudizar una seguridad urbana, centrada en la cancelación de todo “nosotros comunitario”, esencial en la producción de gobernabilidad.

A la sazón, el mundo UDI experimenta un fenómeno parcialmente similar, a saber, una fuerza guardiana de la era transicional que padece el agotamiento de sus energías fundacionales y cede terreno al programa de José Antonio Kast. No es fácil descifrar la viabilidad de una racionalidad conservadora-punitiva en un contexto que mezcla nihilismo y secularización millennial. Incluso el discurso aleccionador de Republicano puede «estimular» un aglutinamiento más veloz en la desmedrada izquierda, sin esperar una lenta reconstrucción ideológica.

En una sociedad cincelada «desde arriba», con partidos políticos sin legitimidad y una alta tasa de informalidad y enemización, ya no es posible invocar el milagro chileno. Quizá podemos improvisar un retorno al Fausto de Goethe para iluminar nuestro atribulado presente: «Detente, eres tan bello». Entonces, ¿Diablo o Demonio en el Chile Actual?

Diablo –dirá Goethe si tiene entidad propia y disfruta de una realidad autónoma o, bien, Demonio (Demon, alter ego) si es parte de nuestra existencia fáustica donde «time is money» y donde el pacto (mercado y desregulaciones) es solo por vivir un instante de plena felicidad, un momento fugaz. Por ello «detente». El aliento para todas las empresas fáusticas que desarrollamos en nuestras vidas activas, al precio de privatizar nuestra subjetividad, consiste en desdoblarnos, en padecer el extrañamiento que produce acceder a la boutique de bienes y servicios. Allí donde priman subjetividades vaporosas e identidades selfies.

No hay dos respuestas frente a las interrogantes que arroja Goethe, Demonio

Mauro Salazar J. y Carlos del Valle R., doctorado en comunicación, Universidad de la Frontera.

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