Columna de Óscar Contardo: El daño cometido

Rodrigo Rojas Vade.


Las mentiras de Rodrigo Rojas Vade dañaron a la Convención Constitucional mucho más que la operación de desprestigio de sus adversarios. Como cada una de las personalidades públicas surgidas durante la revuelta, Rojas Vade encarnaba el espíritu de un hastío intenso y profundo sobre un sistema abusivo. El malestar era muy concreto: para una gran mayoría de la población, la vida cotidiana es una prueba de obstáculos agotadora que se cumple bajo condiciones injustas con la promesa de una recompensa que no llega. La metáfora de la competencia individual ha sido el relato establecido como recurrente incluso por quienes ejercen de socialdemócratas, lo que acabó arrinconando a demasiada gente entre la frustración y el desamparo. El estallido fue una reacción frente a ese relato, liviano y seductor, repetido como el único y el verdadero. En ese sentido la revuelta puede interpretarse como una demanda de realidad frente a un discurso que había sido levantado como una escenografía de yeso y cartón piedra. Lo que sostenía ese atrezo resultó ser, además, un cimiento endeble, con instituciones que durante la última década resultaron no ser lo que se suponía que eran. El mito del país libre de corrupción en medio de una región carcomida por las coimas se desmoronó. La presión de los hechos nos hizo descubirir la manera en que la huella del dinero llegaba hasta el Parlamento, imponiendo su voluntad en la legislación que nos regía. El estallido también fue una demanda ética frente a la indolencia y la falta de justicia, y la Convención Constitucional la respuesta intitucional para satisfacer la necesidad de un nuevo acuerdo de convivencia.

Las mentiras de Rodrigo Rojas Vade no fueron una equivocación, como él ha insistido en calificarlas. Una equivocación es endulzar con sal un café o mandar una carta a la dirección equivocada. Lo que hizo él fue sostener una simulación durante más de un año de forma pública y reiterada; construyó una historia sobre una enfermedad que no padecía; mostró su cuerpo intervenido por huellas de una terapia falsa; concedió entrevistas ofreciendo detalles sobre un cáncer inventado; elaboró una bitácora en internet que mantenía al tanto a sus seguidores de un tratamiento que nunca existió; buscó apoyo económico para solventar algo que no sufría; postuló a un cargo de representación usando como principal plataforma su situación de víctima de un cáncer que no tenía; escenificó para su campaña una internación clínica que lo presentaba como enfermo de un mal imaginario. Gracias a su historia sanitaria fue elegido para formar parte de la Convención. Llegó allí en una lista que se adjudicó hablar en el nombre del pueblo, prometiendo terminar con los vicios de una elite política carente de las virtudes que a los miembros de esa lista parecían sobrarles. Pero nada fue como lo prometieron. Los hechos han demostrado que el ánimo de desquite no es suficiente, que no es constructivo, porque no es lo mismo que buscar justicia. De los constituyentes no se espera pureza, lo que se requiere es responsabilidad, que todos y todas se hagan cargo de sus decisiones y conductas políticas. Rodrigo Rojas Vade no cumplió con ese mínimo, ha sido, a lo menos, irresponsable: dañó a la institución, dividió al sector que dice representar, les dio excusas a los adversarios para atacarla, puso en aprietos a una mesa que frente a los hechos respondió en el mismo lenguaje impreciso y protocolar usado habitualmente por las dirigencias políticas cuando deben dar cuenta de un escándalo interno que no quieren enfrentar.

“No he cometido delito”, sostuvo Rodrigo Rojas a través de un comunicado. Lo mismo dicen quienes eluden impuestos y quienes han hecho de la salud un gran negocio.

Rojas Vade reconoció su “error” sólo porque fue descubierto, y junto con hacerlo buscó refugio en otra enfermedad que hasta el momento mantiene en el misterio. Quienes lo defienden apuntan al empate moral, asfaltando un camino al despeñadero: la vara para medir lo inapropiado no pueden ser los crímenes de la dictadura ni los robos cometidos por los adversarios políticos; el debate no puede mecerse entre los fraudes ajenos por muy escandalosos que sean y las miserias propias, por muy irrelevantes que parezcan. Que la Convención Constitucional está bajo acecho es un asunto evidente, todos sabemos que tiene enemigos, lo que resulta desalentador es que la estén socavando desde dentro justamente los encargados de llevarla a puerto, defendiendo conductas vergonzosas y dilapidando el poder que les fue entregado con declaraciones altisonantes. Rodrigo Rojas Vade defraudó la demanda de realidad y la demanda ética del movimiento al que se sumó, y demostró que detrás de los héroes accidentales o mártires de ocasión puede haber alguien con un admirable sentido de la oportunidad dispuesto a decir justo lo que todos quieren escuchar y a representar el papel apropiado en el momento preciso, aunque eso signifique disfrazar los hechos o derechamente, falsearlos.

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