Columna de Pablo Ortúzar: El triunfo de nadie

Foto: Andrés Pérez


El rechazo al proyecto del Consejo fue notablemente menor que el rechazo al proyecto de la Convención. Y eso que este segundo esfuerzo no comenzó con el respaldo popular de un 80% del primero, sino con fuerte viento en contra. De hecho, Republicanos era originalmente un voto de repudio a la idea de una nueva Constitución. El relato de los “dos proyectos extremos igualmente fracasados” es, entonces, por cómodo que sea, equivocado.

Un factor importante en esta no equivalencia fue el diseño del segundo proyecto: los filtros y contrapesos establecidos -bordes, comité de expertos, injerencia del Congreso- cumplieron su cometido. A pesar del grado de exageración y deshonestidad que alcanzó la campaña del “En contra”, el texto de la propuesta constitucional es mucho más balanceado y menos unilateral que el de la propuesta anterior, en buena medida porque republicanos debía respetar e incorporar las 12 bases y la propuesta de los expertos. Esta obligación, de hecho, fue la que terminó fraccionando al Partido Republicano, pues su sector más extremo la leyó como una forma de trampa y de traición.

José Antonio Kast, luego de jugar a dos bandas con los sectores moderados y extremos de su propio sector, terminó pagando costos cuando tuvo que tomar una posición política clara que lo acercó a la derecha tradicional.

El mundo liberal progresista y cierta parte del centro mostraron una actitud muchísimo más decidida contra la figura de Kast que contra la avanzada de la izquierda radical frenteamplista. Es un hecho interesante esta asimetría en el mapa del “cerco sanitario”, que entrega mayor margen a las visiones extremas de izquierda para operar, castigando muy duramente a cualquier versión de derecha que no sea liberal y progresista. Este puede ser un factor problemático en el proceso político que viene.

El actual y oportunista llamado al diálogo y los acuerdos en torno a los “problemas reales de la gente” de la izquierda frenteamplista los lleva a una posición equivalente a la de la centroderecha antes de que se iniciara todo el proceso. Ellos planteaban, hace 4 años, que la actual Constitución era la madre de todas las batallas. Ahora se tragan, nuevamente, sus palabras y celebran un “triunfo” que sólo ayer hubieran considerado un fracaso total y rotundo.

El gobierno no puede exigir a los demás actores políticos que olviden la forma en que conquistaron el poder. No pueden forzarnos a la amnesia. Y la insistencia enfermiza en castigar a los medios de comunicación por no sumarse a la propaganda diseñada por el segundo piso es un rasgo autoritario preocupante.

Si bien la Constitución nunca fue “la madre de todos los problemas”, su diseño político actual sí hace difícil construir acuerdos y mayorías, e incentiva la polarización. La función central de un cambio constitucional era construir una tregua de élites que permitiera discutir de manera civilizada un nuevo pacto entre clases sociales. Esa oportunidad se perdió en medio de las luchas a muerte entre facciones elitarias. Y si ese acuerdo respecto a cómo ponerse de acuerdo se mostró imposible en dos instancias formales, parece iluso pensar que se alcanzará por la vía del diálogo informal. Es difícil esperar tiempos más calmos a partir del triunfo del “En contra”.

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