Columna de Paula Walker: Dos años de gobierno



Al gobierno del Presidente Boric le ha tocado difícil. Al gobierno del Presidente Piñera también le tocó difícil. Al gobierno que venga, le va a tocar difícil. Desde el estallido social y los años de la pandemia, las transformaciones en Chile y en el mundo han sido notorias. Gobernar este nuevo tiempo será complejo y costoso para cualquier gobierno. Quien diga tener una receta mágica, no habla francamente.

En este segundo aniversario, el Presidente Boric ha sido categórico en su diagnóstico: “recibimos un país en una situación muy complicada y el país se ha normalizado”. La misma frase la usaron las ministras Tohá, Vallejo y otras autoridades para desplegar una evaluación de los dos años en un tono notoriamente positivo.

El Presidente dio entrevistas y profundizó en sus evaluaciones: “hemos reducido la pobreza, disminuido la desigualdad, mejorado resultados en la educación pública, aumentado el salario mínimo y avanzado en la calidad de vida”. No tengo dudas que el Mandatario puede exhibir las cifras que avalan sus palabras, pero el problema es otro. Es un problema de oportunidad, tono, empatía y proyección. ¿Por qué razón en la mitad del período el gobierno nos hace hablar del pasado y no proyecta su visión hacia el futuro? Hoy podríamos estar hablando de las prioridades y desafíos que el gobierno está llevando adelante, la promesa de los dos años que vienen. En vez de eso, hicieron un balance a los dos años más duros y conflictivos que van a tener.

Error de cálculo. El ciclo de la política racional está en entredicho y predominan las emociones y percepciones, aunque estas últimas no se parezcan a las cifras que maneja el gobierno, o los esfuerzos que ponen las autoridades en su trabajo diario, o las felicitaciones que los partidos practiquen entre sí cada vez que hacen algo bien. La demanda de las personas con el gobierno de turno, con sus alcaldes o alcaldesas, no es escuchar un relato poético. Demandan hechos concretos, que se puedan exigir, ver, vivenciarlos en sus vidas, en los barrios, en su realidad cotidiana.

Bien decía el Presidente que la sensación de inseguridad es cierta: “la sensación de inseguridad no es un invento”. Las personas están temerosas, independiente de su posición política. Hay crímenes horribles. Todos los días algo de espanto entra a las casas a través de la tele, las radios o las redes sociales. Son hechos que han sucedido en alguna parte, pero esa amplificación hace que la violencia genere un efecto omnipresente.

Bien lo entendió el alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, quien le pidió al gobierno sacar a los militares a la calle y liberar a más carabineros para su comuna. Probablemente fue convencido por sus vecinos y vecinas que sufren de miedo, inseguridad y del reinado del narco. El deber del Estado es proteger a las personas, a todas. Y el deber del gobierno es habilitar los espacios políticos para desplegarse al servicio de la tranquilidad y esperanza para todos y todas.

Por Paula Walker, profesora Magíster Políticas Públicas, Universidad de Chile

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