Columna de Rafael Sousa: El feminismo en la democracia liberal



El feminismo, como movimiento e ideología, se encuentra frente al difícil desafío de aquilatar su nuevo status en la esfera pública. Ya no se lo puede considerar sólo como una fuerza desafiante. Ha impulsado y conseguido muchos cambios en poco tiempo, la mayoría de toda justicia para cualquier humanista. Está fuertemente presente en el gobierno -el primero declaradamente feminista- e incluso en el comité político, goza de representantes en el congreso y en municipios emblemáticos, suspendió la institución de la primera dama, es dominante en diversas universidades, varios de sus principios forman parte de las políticas y objetivos de grandes empresas, ha cambiado el lenguaje de muchas organizaciones y personas, y ha modificado patrones culturales. El feminismo ganó su espacio en el poder. Ahora debe convivir con la responsabilidad que esto implica, mientras busca consolidar sus progresos y avanzar en otros.

Sin embargo el escenario no es el de antes. La acción de sus distintas corrientes hizo que el feminismo creciera tanto por inspiración como por intimidación. La nobleza de sus objetivos más elementales convivió en una efectiva ambigüedad con los métodos de sus exponentes más radicales, con la cancelación y la funa. Hasta hace unos años, la corrección política era fundamentalmente progresista por lo que, en el discurso público, estos excesos no parecían dañar ni al movimiento ni a la ideología. Pero los tiempos cambiaron. Las prioridades ciudadanas se volvieron conservadoras – seguridad, economía- y la corrección política cambió de bando. La cancelación ya no encuentra solo silencio, sino cada vez con más frecuencia un justo repudio en el mejor de los casos y una oportunidad de atacar los objetivos más nobles del feminismo en el peor. Los excesos que parecían funcionales a la causa terminan revelando lo obvio: que todo extremo, a la larga, alimenta a su opuesto.

Ni el feminismo ni el contexto social y político son los mismos que hace un par de años. Aquilatar la posición que ha logrado en la esfera pública, debiera significar para el feminismo una nueva forma de usar el poder que han construido, más orientado al consenso y la consideración de otros objetivos sociales. No necesitan tanto de más feministas como de personas que acepten sus principios esenciales, aunque no comulguen con la ideología. Un feminismo universalista, aceptado y valorado más allá del 30% que se identifica como feminista (UNAB, 2023). En este tránsito, sus representantes con vocación de diálogo necesitan abandonar cualquier complicidad con los excesos. Es paradójico que los principios feministas encuentren en las democracias liberales su mejor espacio para prosperar (ver Gender Gap Index, WEF), pero algunas de sus corrientes adhieran a ideologías totalitarias y recurran a tácticas que resultan en censura. El poder que ha ganado el feminismo obliga a ir más allá de su causa, comprometiéndose también con las formas y valores de la democracia liberal, que ha permitido sus mayores progresos.

Por Rafael Sousa, Socio en ICC Crisis, Profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP

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