Dramática escalada de violencia en Medio Oriente

REUTERS/Amir Cohen

El bárbaro ataque terrorista de Hamas contra población civil de Israel que recibió un amplio repudio mundial no puede obviar la urgente necesidad de encontrar una solución a un conflicto que se arrastra por décadas ni tampoco es excusa para que ese país lance un ataque indiscriminado contra Gaza.



El sábado 7 de octubre quedará registrado como uno de los días más oscuros de la historia de Israel. De forma inesperada y sorprendiendo incluso a la reconocida inteligencia de ese país, más de 1.500 terroristas de Hamas ingresaron a territorio israelí desde la Franja de Gaza por aire, mar y tierra desatando el caos en varias localidades de la zona. A ello se sumó el lanzamiento de cerca de 3 mil misiles hacia Israel -varios de los cuales lograron vencer el sistema de protección antiaérea construido por Israel y conocido como el Domo de Hierro-, que no sólo cayeron en ciudades cercanas a Gaza, como Sderot y Ashkelon sino que también llegaron hasta los límites de Tel Aviv. Las primeras informaciones de ese primer día de caos hablaban de más de 600 muertos en suelo israelí y cerca de 350 en la Franja de Gaza como resultado de la respuesta armada de Israel.

Los días posteriores fueron dejando en evidencia los extremos de violencia registrados en esas primeras horas. Al menos 250 jóvenes que participaban en un festival musical fueron asesinados en forma indiscriminada por los milicianos de Hamas, lo mismo que civiles que transitaban por las carreteras, esperaban en los paraderos de buses o se encontraban en varios kibbutz de la zona. Un escenario dantesco que se sumó al de las víctimas en la Franja de Gaza producto de los bombardeos de Israel en reacción a los ataques de Hamas. Ya se contabilizan casi 3 mil muertos en una semana, más de 1.200 israelíes -el mayor número de víctimas de ese país en una acción terrorista desde el nacimiento del Estado de Israel- y 1.500 palestinos, a su vez que cerca de 150 rehenes israelíes están en manos de milicianos de Hamas, incluida una chilena. Cifras que dan cuenta de la magnitud del drama que se está viviendo en Medio Oriente.

La violencia y la barbarie observada contra civiles en estos días es una dramática derrota tanto para la población palestina e israelí como también para la causa de ambos pueblos. Más allá de que la violencia terrorista de Hamas es injustificable e inaceptable y se aleja de la estrategia elegida por la autoridad legítima del Estado Palestino, representada por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que no ha cejado en privilegiar el camino del diálogo, lo sucedido tiene complejas ramificaciones. El conflicto que saltó nuevamente al centro de la agenda internacional no se inició el sábado y lamentablemente es probable que tampoco concluya una vez que la actual escalada de violencia se detenga, a menos que se produzcan cambios profundos y necesarios de ambas partes. Una posibilidad difícil, pero no imposible como claramente evidenciaron hace 30 años los Acuerdos de Oslo.

Por ello, para avanzar es importante que ambas partes aíslen a los sectores extremos, que solamente han contribuido a conspirar contra la posibilidad de encontrar una solución al conflicto. Del lado palestino, la posición de Hamas, que se niega a aceptar la existencia del Estado de Israel y apuesta a imponer la sharia a los territorios bajo su control ha generado un abierto conflicto con la tradicionalmente secular ANP, imposibilitando crear un frente común para el diálogo. Y por parte de Israel, como muy claramente señaló en estos días el diario israelí Haaretz, las posiciones extremas del actual gobierno de Netanyahu y de sus aliados no sólo han polarizado y tensionado a la sociedad israelí, sino que alejaron aún más un posible acercamiento con la Autoridad Palestina, favoreciendo indirectamente el avance de Hamas en la Franja de Gaza.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial el mundo se dio un ordenamiento internacional cuyo objetivo era favorecer el diálogo y evitar repetir la barbarie de la guerra. La Organización de Naciones Unidas fue creada precisamente para ello y el Consejo de Seguridad fue el instrumento con el que se dotó para lograrlo. Sin embargo, en el caso del conflicto palestino-israelí ese espacio ha estado lejos de lograr su objetivo. El reiterado incumplimiento de Israel de más de 20 resoluciones de Naciones Unidas en más de 50 años sólo ha contribuido a alimentar un conflicto que se termina potenciando después de cada enfrentamiento entre las partes, cuyo principal perjudicado es siempre la población civil. Esta acaba como dramático rehén de intereses particulares y equilibrios geopolíticos de distintos actores, como algunos de los que hoy estamos viendo con el caso de la disputa de liderazgo regional entre Irán y Arabia Saudita.

Por ello, la comunidad internacional no puede abstraerse de lo que sucede en la zona. Presionar por el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas y mostrar una actitud de condena inflexible contra los grupos terroristas es sólo un primer paso para poder generar condiciones para un diálogo fructífero entre ambas partes. Pero también debe insistir que, como Estado, Israel tiene una mayor responsabilidad al momento de responder ante la violencia terrorista. Más allá del derecho y obligación de dar seguridad a sus ciudadanos, cualquier respuesta debe evitar poner en riesgo a la población civil. Es entendible la solidaridad internacional con Israel por la violencia del ataque sufrido, pero ello no puede ser una excusa para justificar una escalada militar desproporcionada, que amenaza con extender el conflicto a nivel regional, con el eventual involucramiento de Hezbolá y que terminará alargando un enfrentamiento que parece infinito.

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