“I’m buying for the kids!”

Cuando le preguntaron cómo estaba abriendo el mercado, cerrado por una semana luego de la caída de las Torres Gemelas, “Estoy comprando para los niños !!”, fue la extraordinaria respuesta de un reportero que cubría Wall Street.



Cuando le preguntaron cómo estaba abriendo el mercado, cerrado por una semana luego de la caída de las Torres Gemelas, “Estoy comprando para los niños !!”, fue la extraordinaria respuesta de un reportero que cubría Wall Street.

Se cumplen hoy exactamente 20 años del atentado, pero aquella frase no se me olvidaría jamás. Refleja, obviamente, la idea de que los malos momentos pasan y que los precios volverían a subir. Pero ante todo, manifiesta una profunda convicción en el valor del ahorro y la confianza de invertir a largo plazo en los mercados financieros.

No puedo dejar de pensar cuán diferente sería una nota de matinal chileno, hablando de AFP y retiros con políticos disfrazados, sacando cuentas mezquinas, cínicas y llenas de eslóganes.

La caída de las Torres Gemelas tuvo muchas lecturas. Pero ante todo, cerró la cortina de una época: el optimismo y el dinamismo que marcaron los 90 quedó atrás. Cuando la sombra de esos aviones pasó sobre las calles de Nueva York y lo imposible se hizo realidad, la confianza en el progreso y la revolución tecnológica quedó quebrada.

Ese espíritu se había visto reflejado en el ascenso imparable del Nasdaq, que se multiplicó por cuatro entre 1995 y el 2000. Para el fatídico 11 de septiembre, el mercado ya venía golpeado. Había alcanzado su peak justo 18 meses antes: el 10 marzo de 2000, con 5.048 puntos. Ahí empezó la caída con que se reventó “la burbuja de las .com”.

El estallido tuvo varios actos. A mediados de abril, el índice se había desplomado a 3.320, un 35% abajo. Todo el segundo semestre continuó la caída y el año 2000 terminó en 2.470 puntos. Pero aún quedaba mucho dolor. Hacia mediados del 2001 el índice peleaba por no cortar los 2.000 puntos. Y así llegamos a septiembre 11.

En los días posteriores al ataque, el Nasdaq se fue a 1.423 puntos. En octubre 9 de 2002 se llegó a la escalofriante cifra de 1.114 puntos. 78% abajo del peak.

Fue de las destrucciones de valor más grandes de la historia. Con el ánimo por los suelos, se concluyó que los precios de las compañías tecnológicas estaban totalmente desalineados y que todos se habían vuelto locos. Las promesas de que internet revolucionaría todo eran, obviamente, una exageración.

Ante un desastre de esta magnitud, en nuestro país cargado de sospechas se escucharía la habitual mezcla de mentiras, verdades y conclusiones torcidas: “Invertir en acciones es una forma de financiar a los empresarios” o “esto demuestra que invertir es quedar expuesto a la ruleta del mercado”.

El paso del tiempo se encarga de separar la paja del trigo y de desmentir las falsas conclusiones. Hoy, 8 de las 10 empresas más grandes del mundo son tecnológicas y la interconexión cambió la vida humana para siempre, en todos los ámbitos posibles.

El valor de 15.360 puntos del Nasdaq refleja esa revolución. No la soñada por Bin Laden y sus secuaces. Si nuestro periodista efectivamente compró, digamos US$ 10.000 cuando abrió la bolsa el 17 de septiembre de 2001, los niños tendrían hoy la extraordinaria suma de US$ 107.962, más todos los dividendos recibidos. Si hubiese invertido en el IPSA, que el 11 de septiembre cerró a 1.178 puntos, con esos US$ 10.000, cambiados a 685 pesos por dólar, tampoco le habría ido mal: tendría hoy algo más de US$ 34.000 más dividendos.

Tal como se intuye en el sentido y lleno de convicción “I’m buying for the kids”, el mercado financiero nos da la capacidad de participar y ser socios de estas historia de éxito y creación de valor, multiplicando nuestros ahorros. Esa posibilidad se ha democratizado para todos quienes cotizamos en una AFP. Nuestras carteras contienen el Nasdaq y algo de Apple, que fue capaz de transformar US$ 10.000 en (afírmese…) US$ 5,15 millones para sus accionistas.

Por el contrario, si como propuso una candidata presidencial, esa misma plata la hubiese puesto en empresas “con rentabilidad garantizada”, como por ejemplo Aguas Andinas, tendría hoy solo US$ 7.600. Si la destrucción de los fondos de pensiones y su manejo en Chile termina por cristalizarse, en 20 años más diremos “The kids are buying for me”. Y no serán precisamente acciones.

*El autor es empresario y conductor de Información Privilegiada.

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