La aparente anomalía de Trump

Donald Trump
Foto: AFP.


El reciente discurso del Estado de la Unión el martes 30 de enero fue una alocución en el que el 45° Presidente de EE.UU. mostró un tono más solemne, formal y emocional que el acostumbrado, poniendo de manifiesto aspectos claves para entenderel liderazgo presidencial de Donald Trump.

En su puesta en escena, Trump buscó ejercer una representación anclada en la subjetividad emocional de ciudadanos de bajos ingresos o clases medias empobrecidas con una arenga fuertemente anti oligárquica. El reemplazo de definiciones ideológicas abstractas -abundantes en discursos de presidentes demócratas-, por testimonios personales utilizados a modo de ejemplos, como ocurrió con la mujer latina cuya hija fue asesinada, presuntamente, por la pandilla Mara Salvatrucha (MS-13), posibilitó al Presidente fijar posición en temas cruciales y controversiales de política pública, como es la migración ilegal, interviniendo el sentido común estadounidense desde el dramatismo del infortunio, la tragedia y, en algunos casos, la caricatura.

Sin embargo -aun cuando buena parte de los estudiosos del liderazgo de Trump lo caracterizan como fuerte, enérgico, áspero e incluso agresivo- llamó la atención por el uso de un tono menos confrontacional que el acostumbrado, probablemente como una forma de arrancar de sus exabruptos de la campaña presidencial y, de paso, desestimar los argumentos de las impeachments (impugnaciones) impulsados por la minoría demócrata en los últimos meses. Ya la intervención de Trump en Davos la semana anterior anunciaba el giro hacia un tono más moderado. Como es costumbre, el acento agresivo en los discursos presidenciales del Estado de la Unión se reserva para la política exterior, especialmente en aquellos casos de Estados que ponen en riesgo el interés nacional estadounidense. En este caso, las últimas palabras de Trump estuvieron reservadas para describir con especial dramatismo la historia de un joven que abandonó su natal Corea del Norte en búsqueda de la democracia y la libertad, recurriendo a la misma estrategia comunicacional ya comentada de los testimonios personales y que en su momento fueron sobreutilizados en los discursos de Ronald Reagan durante los años 80.

Efectivamente, al terminar su primer año de administración, Trump enfrenta una caída importante en la opinión pública, en el apoyo a su gobierno y en la evaluación de los atributos de su liderazgo. Según estudios recientes del Pew Research Center (institución de análisis político y de opinión pública con sede en Washington), es notoria la caída en la percepción de la efectividad del liderazgo de Trump entre los electores estadounidenses, así como su menor apoyo en comparación al del Presidente Obama en el mismo momento de su administración. En este sentido, la opinión pública estadounidense reconoce en Trump un Presidente capaz de hacer cosas (50% vs 46% que no lo cree), pero no cree que sea un líder fuerte (54%); tampoco cree que le importe la gente corriente (62%), y piensa que no está bien informado (61%), no es confiable (59%) y no cumple sus promesas (54%).

En cambio, según el mismo estudio, entre los electores republicanos las cosas son muy distintas: sigue prevaleciendo una opinión positiva respecto de la mayor parte de los rasgos del liderazgo de Trump, a excepción de la capacidad de comunicación y su carácter. De este modo, un 87% piensa que posee capacidades para realizar cosas, un 86% cree que es un líder fuerte, 78% cree que es confiable, 76% está de acuerdo que como gobernante le importa la gente corriente y un 75% cree que cumple sus promesas, entre otras características positivas.

Por tanto, aunque los sondeos de opinión pública muestren la caída en el apoyo de Trump a nivel general, podría ser este hecho un factor no determinante en el término de esta administración si no existe variación en las correlaciones en el Congreso o no se modifican las prácticas de gerrymandering (distritaje arbitrario) que hacen posible el triunfo electoral republicano con voto popular mayoritario demócrata. Es bueno recordar que dadas las características del sistema electoral estadounidense -que incluye elección indirecta del Presidente de la nación a través de un colegio electoral y prácticas de manipulación en el distritaje- es posible que un candidato resulte elegido con mayoría de votos en el colegio electoral pero con menos votos populares. En el último tiempo esto ha ocurrido en la elección del 2000 con el triunfo de George W. Bush aunque Al Gore obtuvo mayor cantidad de votos populares; y posteriormente, en la elección de 2016 con la victoria de Trump aunque Hillary Clinton obtuvo casi tres millones de votos populares más. Algunos expertos han señalado incluso que Trump podría perder aproximadamente 6% de voto popular y ganar de todas formas la próxima elección presidencial en noviembre de 2020.

Hillary Clinton se ha referido a los seguidores de Trump como una "canasta de deplorables" y no ha entendido que una buena parte de estos "deplorables" bien podrían ser parte del anclaje electoral del "progresismo", específicamente del Partido Demócrata, debido a que son ciudadanos ubicados en grupos de bajos ingresos y que demandan políticas que durante el siglo veinte fueron patrimonio de la izquierda, concretamente mayor regulación y protección por parte del Estado. Son estos electores blancos conocidos como Rednecks (literalmente "cuellos enrojecidos" por sus jornadas de trabajo expuestos al Sol), antiliberales, residentes en zonas rurales preferentemente en estados del Sur, opositores al gobierno del lejano Washington y, por sobre todo, sujetos que se autoperciben como "Extraños en su propia Tierra" (parafraseando el famoso libro de Arlie Russell Hochschild) los que le confieren inteligibilidad, anclaje político y proyección eventual a esta aparente anomalía que representa la presidencia Trump.

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