La revolución de la credibilidad

Hace varios años que se venía anticipando el Nobel a este grupo de economistas. Dentro de la profesión se habla de la “credibility revolution” que ellos impulsaron; una corriente tremendamente influyente, que generó un giro drástico en la forma en que se hace la investigación empírica en economía.



El lunes 11 de octubre, la Real Academia de Ciencias Sueca le entregó el premio Nobel de Economía a David Card (Berkeley) por sus contribuciones al estudio empírico de los mercados laborales, junto con Josh Angrist (MIT) y Guido Imbens (Stanford), por sus contribuciones metodológicas al análisis de las relaciones causales.

Hace varios años que se venía anticipando el Nobel a este grupo de economistas. Dentro de la profesión se habla de la “credibility revolution” que ellos impulsaron; una corriente tremendamente influyente, que generó un giro drástico en la forma en que se hace la investigación empírica en economía. En pocas palabras, este grupo se ha dedicado a desarrollar y perfeccionar una serie de métodos para responder preguntas económicas usando experimentos naturales. Si bien estos métodos tienen una rigurosa base científica, son claros en sus limitaciones y tienen un enfoque práctico y aplicado, lo que permite su uso para estudiar temas relevantes para el diseño de las políticas públicas.

En lo personal, me ha tocado conocerlos a los tres, pero en especial a Guido, quien forma parte de mi grupo cercano de trabajo, compuesto por los 19 profesores que conformamos el grupo de economía de la Escuela de Negocios de Stanford. Guido es un tipo realmente fenomenal, totalmente único en su tipo. De origen holandés, pero hoy ciudadano americano, es de una sencillez y cercanía que no se ve frecuentemente en esta profesión. Brillante, pero muy curioso intelectualmente, ha expandido su agenda de investigación más allá de la economía, trabajando con gente de estadística, computer science, matemáticas, y en especial, gente que trabaja en la industria (siendo uno de los principales consultores de Amazon) y se enfrenta a problemas de inferencia casual en el mundo real. Esas interacciones le han permitido empujar la frontera en la profesión, beneficiándose del conocimiento en otras disciplinas, pero al mismo tiempo enfocando su investigación en problemas reales y aplicados.

Apenas se supo la noticia del Nobel, a las 3 am de California, empezaron a llegarle saludos por un chat de whatsapp que él mismo creó para coordinar los paseos en bicicleta del grupo, a lo que inmediatamente respondió “realmente no lo puedo creer. Vengan a darse una vuelta por la casa, esto es zoológico”. En casa de los Imbens-Athey, su señora, Susan Athey, también profesora de Stanford y que seguro también ganará el Nobel en un par de años, corría por la casa organizando el día de Guido, mientras sus tres hijos preparaban pancakes para la gente de la prensa, con huevos de las gallinas que tienen en su jardín. Guido insistió varias veces durante el día “lo mejor de este día fue que estaban los tres niños en la casa y pudieron celebrar con nosotros”.

Con Card y Angrist he tenido discusiones académicas fascinantes. Es impresionante la pasión con la que ambos contribuyen a la profesión, no sólo mediante sus prolíficas agendas de investigación, sino que también mediante una profunda vocación y energía inagotable a la hora de formar nuevas generaciones de economistas. Son dos tipos brillantes, que piensan tres veces más rápido de lo que estoy acostumbrada y formulan preguntas precisas y acertadas. En pocos minutos, son capaces de detectar los puntos débiles de cualquier análisis de datos, lo que más de una vez ha puesto nerviosos a presentadores que no logran dar una respuesta elocuente a sus preguntas en los seminarios. Estoy segura de que mi investigación, y la de muchos otros economistas, se ha visto tremendamente beneficiada de esas interacciones.

Sin bien esta noticia fue recibida con mucho entusiasmo, también tuvo un dejo de tristeza. Existe una opinión unánime en la profesión de que, de estar vivo, Alan Krueger (✝2019) también debería haber recibido este premio por su trabajo con David Card. Recuerdo con mucha pena un lunes que llegué a mi oficina en Princeton y el primer email que leí comunicaba la muerte de Alan, a los 58 años. Un shock tremendo para todos, ya que durante más de 30 años fue un miembro entusiasta del grupo de Economía Laboral de Princeton, y el viernes anterior a su muerte estuvo como siempre dando vueltas por la oficina. Alan no solo fue un componente clave de esta revolución, sino que además puso sus conocimientos al servicio público cuando dejó por un tiempo la academia para tomar el rol de economista jefe de Obama en la Casa Blanca, aplicando lo aprendido en su investigación en el mundo real. Este premio también es para él.

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