Todas íbamos a ser Reinas



“Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia, y Lucila con Soledad. Todas íbamos a ser reinas, y de verídico reinar; pero ninguna ha sido reina.”

Efigenia estudió en un colegio mixto, donde la igualdad era un principio arraigado en la mente de todos. No había diferencias de género, ni religión, ni sociales. Pero al crecer, se fue dando cuenta que esto no necesariamente era así en todas partes. En la universidad ya notó diferencias, las que no supo proyectar hacia su vida laboral. Efigenia vivió fuera de Chile, y al volver, sintió como si hubieran inventado la máquina del tiempo. Nunca había visto una brecha salarial de 20%, nunca le habían preguntado en una entrevista si tendría más hijos, y jamás le había pasado que la vetaran de un viaje porque era incompatible con su rol de madre. Ni menos que le dijeran que estaba de vacaciones durante su posnatal. Efigenia no ha sabido renegociar su sueldo, ni su bono, puesto que se encuentra con este acuerdo tácito entre sus empleadores y ella, que es mejor “agradecer la flexibilidad”.

Soledad postergó su vida laboral, por criar a sus hijos (que no eran pocos). Lo ha hecho prácticamente sola, pues de corresponsabilidad ni hablar. Su marido, padre de los hijos, muchas veces ha querido participar, pero en su empresa es mal visto que él se “escape” para ir a la reunión del colegio, para llevarlos al doctor, o simplemente estar. Soledad no ha tenido un trabajo formal, no ha cotizado nunca, por lo que su pensión será mínima, al igual que millones de mujeres en Chile. Si Soledad quiere ingresar a la fuerza laboral y trabajar, y así lo hicieran también las 600 mil mujeres que han quedado fuera en esta última crisis, el crecimiento de Chile podría ser 2 puntos mayor.

Rosalía realizó sus estudios con mucho éxito, fue la primera en ir a la universidad en su familia. Ha trabajado duro, y lo ha seguido haciendo después de tener a su hijo. No tuvo una buena relación en su matrimonio, por lo que se divorció, agradeciendo que este país aprobara la ley de divorcio, pero maldiciendo el hecho que recién en 2020 se eliminara la restricción de no poder casarse hasta 9 meses después, pero él sí. Él desapareció del mapa, y Rosalía, como más del 80% de los casos en Chile, pasó a formar un hogar monoparental en que la cabeza del hogar es una mujer. No se sabe bien si Rosalía sufrió de violencia intrafamiliar. Cerca de 70% de las mujeres no lo denuncia.

Lucila tuvo más logros. De alguna forma, recibió reino de verdad. También estudió, aunque le costó más, porque partió por una carrera “adecuada” para su género, pero no la llenaba. Por esto, siguió estudiando, y logró varios éxitos laborales. Topó con el techo de cristal, se enfrentó al precipicio de cristal, y a todos los desafíos y prejuicios que enfrenta una mujer exitosa. La han tratado de “feminazi” y, al igual que la Lucila del poema, de bordear la locura. En su empresa, Lucila ha tenido que trabajar duro para demostrar que contratar una mujer “vale la pena”. Pero ha trabajado más duro aún, para que la cultura migre hacia la no discriminación. Hacia valorar la diversidad. Hacia eliminar todos esos sesgos conscientes e inconscientes tan arraigados en nuestra sociedad actual.

Pero vienen las siguientes generaciones de hombres y mujeres jóvenes, y por esto las que vienen cantarán: “En la tierra seremos reinas y reyes, y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas y todos al mar.”

En Chile hemos observado una evolución hacia una mayor equidad de género, una mayor consciencia, un mayor respeto hacia la mujer. Este cambio ha ido siendo multidimensional: cambian las leyes, los gobiernos corporativos, las familias, la sociedad, la educación. Pero aún queda mucho camino por recorrer. No hay más que sólo ganancias cuando el mundo abraza a todos por igual.

(Cualquier semejanza con la realidad, no es mera coincidencia)

La autora es economista

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