Venezuela y Cuba

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Foto: EFE


No he sido nunca chavista. No conocí personalmente al coronel Hugo Chávez. Más aún me consta que nunca perdonó mi rechazo, durante los años 90 a que fuera invitado a unos encuentros de políticos e intelectuales latinoamericanos que coordinábamos con Jorge Castañeda. Eran reuniones importantes. Participaron en algunas de ellas Lula, Lagos, López Obrador, De la Rua... Mi razón fue muy simple: era un militar que se había involucrado en un intento de golpe de estado.

Tampoco fui antichavista. Desde el primer momento entendí que el coronel no cayó del cielo. Fue la respuesta popular a un régimen político que sustentado en dos fuerzas históricas, Acción Democrática (AD) y Partido Social Cristiano (COPEI) había caído en total descrédito por su corrupción e ineficiencia. Chávez llegó al poder ganando elecciones limpias y se mantuvo en él apoyado por una mayoría ciudadana refrendada con claridad varias veces en las urnas. Y es un hecho incontestable que sus políticas sociales permitieron una importante redistribución de la renta petrolera que hizo posible que grandes sectores salieran de la pobreza. Se podrá decir que era populista pero era la primera vez que los pobres participaban de la distribución de la torta. Por esta razón considero que Chávez formó parte de los gobiernos progresistas que conoció el continente durante la pasada década.

Con su apoyo en abril del 2002 al intento de derrocarlo apresándolo en un recinto militar y disolviendo la Asamblea Nacional, el Supremo Tribunal de Justicia, la oposición de la época puso en evidencia la naturaleza dictatorial de su proyecto. Se podían tener muchas críticas al gobierno de Chávez pero la oposición era simplemente impresentable. Ante la movilización popular el golpismo se desplomó.

La muerte de Chávez precipitó la descomposición de la revolución bolivariana. Se desató una corrupción masiva. La arbitrariedad se hizo general. Los militares se hicieron de una parte muy significativa del poder político y económico. Maduro no dispone del carisma ni de la capacidad política de Chávez. Venezuela, país con grandes recursos enfrenta no sólo una grave crisis política sino que también una dramática crisis humanitaria. Es un país que perdió completamente el rumbo.

Sectores de la izquierda latinoamericana continúan defendiendo al gobierno de Maduro. Hacen un enorme daño. Defienden lo indefendible: una dictadura corrupta. Esta actitud pesará muy fuertemente en las luchas del futuro. La credibilidad democrática de esas fuerzas estará severamente cuestionada. Munición pesada para nuestros adversarios.

El caso de Venezuela no es asimilable a otras experiencias. Por de pronto a la de Cuba. El gran legado de la revolución cubana es la construcción de una Nación allí donde los norteamericanos y sus aliados internos querían hacer un Estado Libre Asociado productor de ron y prostitutas. Con todos sus problemas Cuba es un país serio, que no es modelo de democracia pero ha logrado avances incuestionables en áreas decisivas como salud y educación. Cuba tiene una dignidad y un futuro. La revolución bolivariana ha llevado por el contrario a Venezuela a un callejón oscuro que parece no tener salida.

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