Eugenia Palieraki, historiadora: “Durante la UP hubo una disputa en torno al significado de la palabra ‘democracia’”

Foto: Mario Téllez FOTOGRAFIAS A LA HISTORIADORA EUGENIA PALIERAKI FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Académica de La Sorbona y autora de un elogiado estudio sobre el MIR en los años 60, la historiadora griega da una mirada al período de la Unidad Popular y al Golpe, ahora que se conmemoran 50 años.


Nacida y criada en Grecia, radicada hace largo en Francia y académica de La Sorbona a partir de estos días, Eugenia Palieraki (Atenas, 1977) creció en una familia de izquierda. Por esta vía, le fueron legados hábitos, convicciones y expectativas que debieron hacer frente, durante su adolescencia, al derrumbe de los “socialismos reales”.

Cerca ya de los 20, en 1997, oyó hablar de una asociación de amistad entre Grecia y Cuba, y decidió ir a la isla. Quería “vivir una aventura” lejos de casa, le llamaban la atención América Latina y el Caribe, y quería “ver un país socialista, de los pocos que seguían existiendo”. Así fue como se apersonó en el XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en La Habana. “Entendí algunas cosas que no andaban, pero sin profundizar mucho, pues mi español era muy incipiente”, cuenta hoy en un castellano irreprochable.

Ahí nació el interés en esta parte del mundo. Cuando hizo su maestría en París, su guía de tesis fue el eminente François-Xavier Guerra (Modernidad e independencias), quien le propuso investigar acerca de las manifestaciones callejeras durante la UP. Ya en su segundo año de magíster, empezó a trabajar en torno al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.

Había conocido exmiristas chilenos, y esa fue una razón para esta inclinación. Escogió, entonces, “una organización muy interesante, con una tradición menos larga que el Partido Comunista o el Partido Socialista, y bastante polémica”. Porque la polémica y lo que causa debate “siempre da aperturas para hacer trabajos interesantes”. E interesante es lo menos que se ha dicho del libro en el que Palieraki plasmó sus hallazgos e interpretaciones a este respecto: ¡La revolución ya viene! El MIR chileno en los años sesenta (2014), una obra que complejiza y problematiza la radicalidad chilena de ese tiempo.

La investigadora estuvo este año en Santiago por su quehacer académico, que incluyó la inauguración del año académico de Historia en la U. Finis Terrae. También se dio el tiempo para conversar con La Tercera.

Destaca Palieraki el trabajo de su colega Marcelo Casals, reciente autor de Contrarrevolución, colaboracionismo y protesta, obra que permite, a su juicio, ver la “adhesión progresiva de las clases medias y de las asociaciones profesionales mesocráticas al proyecto contrarrevolucionario”. Así, añade, “la instalación en sectores amplios de un apoyo y una tolerancia al derrocamiento de un gobierno democráticamente electo y el apoyo a la intervención de los militares en la vida política, fueron vistos como algo no legal, pero legítimo, incluso positivo. Ante el dilema entre la instalación de un gobierno socialista y una dictadura militar, consideraron que una dictadura militar era preferible a una opción socialista, incluso, si se trataba de un socialismo en democracia”.

El revolucionario piensa más en hacer la revolución que en lo que sigue. Quien apoyaba el Golpe, ¿no imaginaba lo que venía?

Para una parte de esos sectores había que tomar la opción que parecía preferible. No hay que olvidar que estaba la referencia de la Revolución Cubana con lo que tuvo de crisis económica, de falta de pluralismo político. Cuba había funcionado en toda América Latina como un contraejemplo o contramodelo para amplios sectores sociales, y no es casual que la oposición a Allende, tanto política como social, se estructurara y ganara cohesión en el momento de la visita de Fidel Castro, que duró más de tres semanas y fue percibida por muchos que terminaron apoyando el Golpe, como la demostración de la adhesión de Allende a un modelo socialista un poco a la cubana: como un gobierno no democrático en los hechos.

Foto: Mario Téllez

¿Qué ideas de democracia se defendían el 73?

“Democracia” es un término polisémico, y en ciencias sociales no hay un consenso absoluto al respecto. Lo interesante es ver hoy qué definiciones daban entonces los distintos actores a esas palabras tan cargadas de sentido. Durante la UP hay una disputa en torno al sentido que debe darse al concepto. Como la “vía chilena al socialismo” había colocado en su centro el objetivo de construir el socialismo en democracia, esto también contribuyó a transformar la democracia en un concepto disputado.

Un sentido lo fue dando la oposición, que terminó identificando la democracia con la oposición al comunismo. Y en la izquierda se da toda una batalla: el ala más radical del Partido Socialista, la Izquierda Cristiana, el MIR, abogaban por una definición sobre todo social y económica. Otros sectores, incluyendo al propio Allende, los cuadros más moderados del PS y al PC, abogaban por una definición a la vez socioeconómica y política: una democracia en el sentido liberal, de respeto al pluralismo ideológico, a la existencia de una prensa libre, de partidos que pudieran actuar de manera libre, independiente de su posición.

Si la política supone algún grado de cesión y de contención de las expectativas, ¿qué tan conciliable era con lo revolucionario? La palabra “revolución”, por otro lado, era y sigue siendo biensonante...

Está el uso de la palabra “revolución” por quienes tienen un proyecto revolucionario, que apuntan a cambiar la sociedad y la política impulsando proyectos de emancipación y de igualdad, y está el uso de la palabra como argumento de marketing. Por otro lado, está el uso habitual de la palabra “política” como sinónimo de política institucionalizada. Se sigue argumentando muy a menudo, sobre todo por parte de políticos profesionales, que la acción o la participación política de los ciudadanos debería limitarse a la participación en las elecciones. Y una característica de los períodos revolucionarios o de movilización social, es que rompe con esta concepción tan estadocéntrica o institucional, que ritualiza y limita mucho la acción política, incluso lo que debemos entender por ciudadanía.

Quienes han participado en procesos de movilización política y social pueden atestiguar que el momento en que más se sintieron concernidos por lo que estaba pasando en el país, cuando más tuvieron la sensación de ser actores de su propia historia, fue en los periodos en que lo político iba más allá de las instituciones y de la participación institucionalizada, e implicaba otros modos de acción y otros modos de reflexión, de participación, de debate. En ese sentido, el periodo de la Unidad Popular es un periodo revolucionario y es un período radicalmente democrático: la política entra a formar parte de la vida cotidiana del conjunto de la sociedad, estuvieran satisfechos o no con ello.

¿Es sostenible una política institucional desbordada?

Durante la UP se invierte el orden habitual de las cosas: la izquierda está en el gobierno y la derecha, incluida la derecha dura, empieza a usar un repertorio de acción característico de una izquierda que está más frecuentemente en la oposición. Es sorprendente y al mismo tiempo lógico el uso de este tipo de acciones de protesta por parte de la derecha y de la DC. La oposición no solo recurrió a la huelga, que era un derecho constitucional, sino también en ciertos casos a boicots violentos de la producción, a sabotajes, atentados, bombas, agresiones y violencia física en la calle contra manifestantes de izquierda; en el campo, en las regiones rurales, el nivel de la violencia contrarrevolucionaria era también altísimo.

Por lo tanto, una cosa es la entrada de la política en todos los aspectos de lo cotidiano, que puede sostenerse por un tiempo más o menos largo, y otra cosa muy diferente son otros tipos de acción que ya forman parte del repertorio golpista o contrarrevolucionario.

¿Cómo aborda la discusión acerca de la inevitabilidad del Golpe?

Decir que el Golpe era inevitable permite dos cosas: disculpar a quienes lo apoyaron -justificando su participación en él- y decir que esas personas no tenían otra opción. El resultado de las coyunturas revolucionarias, o de las crisis políticas, es imprevisible. Lo que termina sucediendo es la combinación de muchos factores y de las opciones tomadas en determinado momento. Apoyar un golpe de Estado no es inevitable: es una opción consciente tomada por distintas razones. Y hablar de inevitabilidad es no dar cuenta de lo políticamente grave que puede llegar a ser el apoyo a opciones antidemocráticas.

Hay maneras de disculpar este tipo de opciones, pero me parece muy importante, no solo desde un punto de vista historiográfico, insistir en la importancia y en el valor de la democracia, y en que no hay ninguna justificación para el apoyo a un régimen antidemocrático que viola los derechos humanos. Lo digo también porque me preocupa lo que sucede en Europa, particularmente en Francia, el país donde vivo, donde hay una tendencia de ciertas élites teóricamente liberales a decir que es mucho más peligrosa para la democracia la izquierda que critica la acción del gobierno que la extrema derecha, inspirada en el pensamiento neofascista, pero menos contestataria de las opciones gubernamentales.

Para el radicalismo revolucionario, ¿el enfrentamiento de clases no era algo inexorable?

Este argumento no es tan problemático como el que viene de la derecha, porque el MIR no apoyó un golpe de Estado ni contribuyó a que se instalara una dictadura militar en Chile, aunque contribuyó a la crisis de la democracia en el sentido liberal de este periodo. Se afirma a menudo que revolución y democracia son incompatibles, y si queremos que la revolución triunfe, esto implica que en algún momento nos enfrentemos a los enemigos de clase, incluso sin respetar sus derechos, excluyéndolos de la política nacional. El problema que plantea este argumento es que en el fondo niega lo que está en el corazón de la política: pensar que es posible, por la acción de las colectividades, cambiar las relaciones de poder y cambiar el curso de los acontecimientos.

Foto: Mario Téllez

Que un cambio revolucionario sea apoyado por la mitad más 1 de un país no parece evidente hoy, pero tampoco lo parecía hace 50 años. ¿Hay algo no definido del todo respecto de qué se pretendía?

El proyecto y el propio gobierno de la UP reunían partidos y dirigentes con visiones muy diferentes del camino que había que emprender. Hubo un consenso en el año 70 a base de las experiencias previas, pero también hubo muchos disensos. En cuanto a la posición del MIR, ante las elecciones del 70, según la cual estaba todo decidido de antemano, eso se desbancó: no se esperaban la victoria de Allende, que produce una crisis, un reposicionamiento. Por eso, creo que la práctica y las experiencias políticas muestran que nada es realmente previsible. Y agregaría que hay diferentes concepciones de los tiempos de la política.

La dirección del MIR, a fines de los 60, son gente joven formada en lecturas sobre la historia de revoluciones que los inspiraban y cuyos cambios tenían lugar en muy corto plazo -a lo más en dos o tres años, como en la Revolución cubana-, mientras Allende y otros dirigentes de la UP piensan el cambio político y social a mediano o largo plazo, a través de la presencia en los barrios populares, muchas campañas electorales, una presencia militante de una organización que se instala en la larga duración, que permite movilizar a las personas y educarlas políticamente. Y la victoria de Allende fue posible también porque existía esta concepción de la acción política más allá de las coyunturas electorales y de la duración de un mandato presidencial: el momento revolucionario llegará porque llevamos años o décadas construyéndolo.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.