Columna de Ernesto Ottone: Borrasca en la península

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Hoy el desorden es total, y sólo el proverbial espíritu de adaptación al caos de los italianos permite que el país no se hunda en espera de que un hombre decente, como el Presidente Matarella, como ayer lo hizo Napolitano, pueda encontrar una salida de gobernabilidad frente a la ausencia de mayorías claras.



Desde hace tiempo sabemos que el sueño de un progreso ascendente de la humanidad que se gesta en el Siglo de las Luces y que marcó buena parte del pensamiento del siglo XIX y el XX se vio desmentido por retrocesos brutales, genocidios, guerras mortíferas y regímenes políticos bárbaros.

Se creyó por un instante que el fin de la Guerra Fría abriría las grandes alamedas del progreso. Nuestro buen Fukuyama reverdeció la tesis hegeliana del fin de la historia, entendida como el fin de la dialéctica del conflicto.

La democracia liberal y la economía de mercado, concepciones vencedoras de esa guerra, establecerían una hegemonía consensuada que alentaría el uso racional de los recursos para beneficio de toda la humanidad.

Según él, en ese mundo tan amable el único verdadero peligro sería el aburrimiento…

Pero no hubo tiempo para aburrirse. De inmediato el conflicto este-oeste fue reemplazado por guerras económicas, nacionalismos fanáticos, identidades cerradas, reales o imaginarias, pero de vocación excluyente, cuando no asesinas.

El siglo XXI se inauguró bajo el signo de la destrucción de las Torres Gemelas, al que siguieron invasiones que sólo generaron más guerras y un terrorismo rampante y extendido, muchas veces en nombre de Dios.

Por cierto, no todas las noticias son malas, el avance científico y tecnológico y una creciente aspiración a mayores libertades y derechos han contribuido a que millones de seres humanos vivan mejor, abandonen la miseria; regímenes crueles de opresión han dejado de existir, pero difícilmente podemos aseverar que el avance civilizatorio ha dejado atrás la barbarie.

La incertidumbre sigue marcando el futuro, la actual situación geopolítica tiende a ser caótica y peligrosa por el "revival" del arma nuclear, practicada por grandes países ricos y pequeños países pobres.

La mayoría de los grandes Estados-continentes están dirigidos por líderes cuyo espíritu democrático y humanista es tan delgado que no es perceptible al ojo humano.

La mayor potencia mundial está dirigida por un personaje peligroso, peleón y paranoico que amenaza por doquier y tiene una visión mezquina del mundo, el país que se levanta como la segunda potencia, si bien tiene paciencia china tiende a centralizar y personalizar el poder en su líder lejos de avances democráticos.

La fachada democrática de Rusia se parece cada vez más a las aldeas de cartón que hizo construir el duque Gorigori Potemkin para que Catalina II, al recorrer Crimea, viera en lontananza bellos edificios donde en verdad había sólo un peladero.

Pero más allá de estos peligros obvios, los problemas también se extienden a Europa, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial había mostrado un avance civilizatorio sin parangón, desarrollando democracias prósperas e igualitarias, contradiciendo así una larga historia de guerras y conflictos.

Esa Europa que nos ha inspirado por años hoy aparece fatigada. Creciendo lentamente, con sus mecanismos de integración igualitaria entrampados, mirando con desilusión sus estructuras regionales que admiramos. Recorren sus países tendencias nacionalistas y xenófobas, que tienden más a levantar muros que a estrechar manos, su patrimonio de valores democráticos y de libertades es acorralado por voces crecientes que pregonan visiones populistas y autoritarias.

Como siempre cuando las cosas no andan bien, el bienestar se degrada y hay miedo al porvenir se encuentra un chivo expiatorio, en este caso el del migrante y el refugiado.

La última mala noticia viene de Italia y no es menor, Italia es la tercera economía de la Unión Europea y la novena del mundo por su tamaño, tiene más de 60 millones de habitantes y concentra el mayor patrimonio cultural del mundo en su territorio producto de su riquísima historia y de su creatividad.

Sin embargo su historia política moderna es compleja, recién en 1870 logra constituirse como un Estado en forma.

El reino de Italia no albergó, sin embargo, una democracia sólida y un desarrollo territorial parejo, el norte se desarrolló mientras el sur permaneció económicamente atrasado.

Después de la Primera Guerra Mundial, en medio de agudos conflictos sociales, se instaló una dictadura fascista que la llevaría a la Segunda Guerra Mundial aliada al "mal absoluto", el nazismo alemán.

Es sólo en la posguerra que Italia, convertida en república, produce su milagro económico y se fortalece como democracia en base a una Constitución avanzada, discutida por una constituyente de lujo que incluyo nombres como Einaudi, Croce y Togliatti, y a ello siguió un renacimiento artístico, intelectual y político.

En el plano puramente político y de la reflexión política surgen nombres fuertes de la construcción político-intelectual europea con De Gasperi, Nenni, Pertini, Berlinguer, Moro, Bobbio y Sartori, entre otros.

Sin embargo, esos logros no fueron capaces de impedir el desarrollo de la corrupción y los privilegios en los sectores dirigentes, que terminó destruyendo el sistema político sin ser capaz de crear una nueva estabilidad; los gigantes fueron reemplazados por personajes de una estatura menor que alejaron la política de la ciudadanía.

La reciente elección entregó una amplio voto a un movimiento populista de ideas confusas y desperdigadas cuya virtud es no tener historia, el "Movimento cinque stelle", creado por un actor cómico vociferante y mal hablado de tendencia antisistema que ganó en todo el sur, mientras en el norte la derecha tradicional, dirigida por un Berlusconi que a fuerza de estirarse la cara e implantarse pelo luce como jugador de taca-taca, fue superado por la "Lega" de origen separatista, hoy convertida en un partido nacional, xenófobo, antieuropeo, de extrema derecha, compañero de ruta de la Sra. Le Pen en Francia, rodeado de franjas proto-fascistas, cuyo líder Salvini se define orgullosamente como populista.

La centroizquierda, cuya gestión de gobierno había logrado poner en movimiento demasiado lentamente la economía, sufrió un descalabro, dividida por opuestas arrogancias, y perdió la mitad de sus votos.

Hoy el desorden es total, y sólo el proverbial espíritu de adaptación al caos de los italianos permite que el país no se hunda en espera de que un hombre decente, como el Presidente Matarella, como ayer lo hizo Napolitano, pueda encontrar una salida de gobernabilidad frente a la ausencia de mayorías claras.

En los momentos políticos más oscuros Chile recibió una fuerte solidaridad de Italia para recuperar la democracia, sobre todo en el apoyo político-cultural para dar luz a una reconstrucción democrática, por ello ansiamos que supere esta borrasca y debemos estar atentos a no cometer sus recientes errores que han hecho crecer en la península el populismo.

Es cierto que por ahora estamos todavía lejos de una desarticulación tan profunda entre opinión pública y reflexión política, pero no olvidemos que salvando las dimensiones históricas tan diversas tenemos más de un parecido en política con la tradición italiana.

Por lo tanto, es bueno que tanto el gobierno como la oposición en su próximo accionar no consideren esa experiencia como una historia ajena y lejana.

Si las cosas no se hacen bien, alguien podría repetirnos mañana la frase de Horacio "De te fábula narratur" (De ti habla esta historia).

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