La artesanía de los acuerdos

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El Presidente Sebastián Piñera, tras firmar el Acuerdo Nacional de Seguridad Pública en La Moneda.


La oposición actual es poca cosa básicamente por una razón: sabe lo que no quiere -que gobierne la centroderecha-, pero no tiene idea de lo que quiere. No tiene proyecto. No tiene líder. Tampoco estrategia ni densidad.

De ahí sus palos de ciego y conductas erráticas. De ahí también su tendencia a refugiarse en el obstruccionismo pequeño, en la política chica y desconectada de los intereses de la gente, en consignas como la sequía legislativa, en el recio deporte de interpelar o acusar a ministros o fiscales y, ahora último, en escribir cartas que buscan presionar a la justicia brasileña para que libere a Lula, pueda ser candidato y pueda volver al gobierno.

Lo que describen estos despropósitos son vacíos políticos enormes e impaciencias que reflejan desesperación. Siempre se supo que perder el poder es una experiencia muy dramática para cualquier fuerza política. Lo que no sabíamos es lo devastadora que puede llegar a ser para un sector como la centroizquierda chilena que demostró ser bueno para hacer Estado -para agrandarlo, para capturarlo, para servirse de sus recursos y reparticiones-, pero muy malo para hacer sociedad civil: malo para hacer empresas, colegios, universidades, medios de comunicación.

Lo que era hasta aquí un problema de desconcierto y falta de coordinación, imputable desde luego a la magnitud del fracaso en que termina sumergido el gobierno de Bachelet, ahora también se ha vuelto un problema de incoherencia. No es fácil entender por qué fuerzas políticas que en los últimos años, puertas adentro, rasgaron vestiduras ante el caso Penta y las podredumbres que destapó respecto del maridaje de la política chilena con los negocios -las rasgaron bastante menos después ante SQM, dado que ahí el sector tenía ropa tendida y estaba fuertemente implicado-, ahora, puertas afuera, exijan la condonación de las responsabilidades penales del mandatario que fue, más allá de sus luces y sombras, precisamente el gran cerebro de la corrupción política no solo de su país, sino también de medio continente. Está bien, esto es política, "real politik", como le dicen, y Lula sigue siendo una figura electoralmente muy relevante que podría llevar al PT de regreso al poder. Pero hay, ciertamente, algo obsceno cuando el discurso puritano en casa se combina, se evapora o se disuelve en la desfachatez del doble estándar en política internacional, solo por consideraciones utilitarias y porque acá el apetito de poder supera al de justicia. Triste deserción de la coherencia e integridad.

Algo de eso -bastante- ya se había visto en la administración anterior, particularmente en las medias tintas con que la política exterior chilena asistió al apogeo y el derrumbe del chavismo en Venezuela. Nunca la Nueva Mayoría pudo decir las cosas por su nombre y curiosamente incluso también se enredó el Frente Amplio, varios de cuyos dirigentes tampoco fueron capaces de reconocer en su momento que la de Maduro era abiertamente una dictadura y lo venía siendo, sin lugar a dudas, después de los sucesivos autogolpes que él mismo se había dado, el último de los cuales tuvo lugar en mayo pasado, con ocasión de las elecciones presidenciales truchas que organizó. Dado estos precedentes es por lo menos esperanzador que ahora, por lo menos, algunos parlamentarios opositores, incluso del Frente Amplio, estén preocupados por el desarrollo de las protestas y matanzas en Nicaragua. Enhorabuena esa preocupación. La experiencia algo enseña y más vale tarde que nunca.

No obstante la evidente falta de grandeza de la política chilena en las últimas semanas, no deja de ser alentadora la presentación que hizo el jueves el Presidente de los consensos alcanzados luego de 90 días de trabajo por la comisión del Acuerdo Nacional de Seguridad Pública, a la cual en su momento se negó el senador Insulza, pero se sumaron figuras como la senadora Carolina Goic, el exministro Burgos, el senador Harboe y el alcalde Sharp, entre otros personeros. Se habla de 150 propuestas que incidirán tanto en proyectos de ley como en medidas administrativas. El foco estuvo puesto en la modernización de las instituciones policiales, en un nuevo sistema de coordinación de persecución penal, que involucre a policías, fiscales, jueces, Gendarmería, municipios y a toda la sociedad civil, y en un fortalecimiento de las funciones de inteligencia.

Obviamente, el trabajo no concluyó el jueves. En realidad, ahora empieza la tarea de traducir esas propuestas a normas y procedimientos, a sistemas y prácticas, a protocolos y leyes. Comienza la fase tediosa, pero tan necesaria de la política, en que hay que aterrizar las ideas, buscar acuerdos, afinar los detalles y superar divergencias tal vez legítimas, pero que no debieran anteponerse a los intereses superiores del país. Es un trabajo a menudo fastidioso y que hay que hacer, aunque no sea muy épico. La grandeza y también la miseria de la política es hacer lo que se pueda, no lo que se quiera. Al final, ella consiste mucho más en este tipo de artesanías que en los discursos incendiarios. No hay que perder de vista esta dimensión, que es lo que pareciera haber ocurrido esta semana en el manejo de la crisis de TVN. Cuenta entender que, seis meses después de un quiebre en el directorio de la empresa a fines del gobierno pasado, otra vez el gobierno corporativo de TVN vuelva a tropezar. Siempre se ha sabido que para alcanzar acuerdos relevantes en ese directorio se necesitan cinco votos, no cuatro. Y que eso obliga, como quiera que sea, a forjar acuerdos. El resto es show.

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